SOPLAR LA «E»

 

 Artículo de Edurne Uriarte  en “ABC” del 22-11-05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 El martes pasado la Fundación para la Libertad organizó una mesa redonda con tres de los intelectuales más interesantes de la izquierda española: Fernando Savater, Arcadi Espada y Roberto Blanco. Los tres criticaron el proyecto de nuevo Estatuto catalán. Y estuvieron brillantes, como siempre. Pero lo más interesante vino después, en el coloquio, porque un joven del público les reprochó algo que yo misma hubiera planteado también, el olvido de España. Lo contaba Arcadi Espada en su blog al día siguiente: las objeciones al Estatuto habían sido hechas desde la razón, la libertad, la democracia, pero el joven les preguntaba por España. España no estaba en el discurso de estos intelectuales. Y Savater lo confirmó en su respuesta: «España me la sopla». Arcadi Espada añadió, «y Cataluña me la sopla».

Justo mientras ellos soplaban España y Cataluña, desaparecía la «E» del AVE Madrid-Toledo. Obvio las inverosímiles explicaciones de Renfe sobre la desaparición, porque más vale pensar que se trata del mismo complejo de siempre y no que Renfe sea tonta. La pobre «E» no se desintegró por el soplo de Espada y Savater, desde luego. Pero sí es cierto que la «E» vuela tanto porque le falta su defensa, la de los intelectuales de izquierda. En realidad, pasan muchas más cosas. Vuelan las «es» y arrecian los estatutos como el catalán, y se debilita el estado autonómico, y el estado mismo, y, ¿quizá la sociedad española?

Esa es la cuestión, el asunto central en el que discrepo de estos intelectuales. Comprendo su razonamiento. Es democráticamente impecable: importan los ciudadanos y sus derechos, no las naciones, ni Euskadi, ni Cataluña, ni siquiera España. Pero el problema es que no se ha inventado una democracia sin nación. Aún no existe. Las democracias son sistemas de organización política de los ciudadanos, pero de ciudadanos que forman nación, que constituyen un grupo, llámese España, Francia o Portugal. Y no se puede separar la democracia de la nación. Y si se hace, a la democracia también se le caen los ciudadanos. Quedan las ideas y los principios, pero se aplican en el aire.

Eso es justamente lo que le pasaba al llamado constitucionalismo vasco, que tenía mucha Constitución, pero no tenía nación a la que aplicársela. Allí también volaba la «E», y así acabó aquello. Y así pueden acabar los ciudadanos españoles de tanto soplar la nación, que no tengan nada en lo que poner en práctica la democracia, el progreso y la libertad. Porque mientras los intelectuales persisten en el sueño de los ciudadanos sin naciones, algunos se empeñan en disgregar una nación muy concreta que es España. A ellos España se la sopla, pero en un sentido completamente diferente al de Savater. Como escribía ayer en «El País» otro intelectual de izquierdas, Antonio Elorza, el problema del nuevo Estatuto catalán no es la afirmación nacional de Cataluña, sino la negación que de hecho recae sobre la nación española.