ASÍ NO ES POSIBLE
Artículo de Gabriel Elorriaga Pisarik en “El Mundo” del 26 de mayo de 2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Afirmar algo cuyo contrario es un absurdo es un recurso fácil habitualmente
utilizado por los políticos de oficio. «Quiero mejorar el nivel de vida de los
españoles» es un ejemplo simple de lo que digo. Nadie en su sano juicio,
cualquiera que fuese su ideología o estrategia, podría afirmar que su proyecto
busca empeorar el nivel de vida de sus compatriotas. «Debemos bajar los
impuestos», por ejemplo, sí constituye un compromiso político diferenciador de
los partidos de centro derecha puesto que subirlos ha formado parte
consustancial de la ideología socialdemócrata europea durante las últimas
décadas.
Cuando quedan menos de cuatro semanas para que se
celebre el XVI Congreso Nacional del Partido Popular, proclamar con solemnidad
que se quiere un partido unido e integrado, capaz de ganar las próximas
elecciones, forma parte del primer grupo de afirmaciones; ningún dirigente,
militante o simpatizante podría asumir lo contrario. El debate, por lo tanto,
se hace incomprensible cuando gira en torno a lo evidente y constituye una
obligación -o al menos así me lo parece- el intentar clarificar de qué estamos
discutiendo.
A lo largo de los últimos veinte años somos muchos,
millones de personas, los que nos hemos sumado al proyecto político popular
como votantes, militantes o dirigentes. Lo hicimos acudiendo a la llamada en
1989 de José María Aznar, que fue capaz de ofrecer un proyecto político
atractivo e integrador. Con una orientación inequívoca y un progreso electoral
constante, el PP se supo transformar en un partido ganador. Desde entonces, sin
saltos ni rupturas, nuestras bases ideológicas han ido madurando. Congreso tras
congreso, programa tras programa, se ha ido perfeccionando la articulación de
nuestros fundamentos políticos. El respaldo electoral obtenido desde entonces
ha hecho del Partido Popular un verdadero partido de gobierno y una referencia
internacional para la integración de los partidos de centro derecha.
Fue en el XIII congreso, un año antes de la mayoría
absoluta del año 2000, cuando se introdujo por primera vez una definición
ideológica que aporta y precisa el concepto de centro reformista y que, con
leves cambios, se mantiene vigente. Liberales y democristianos, conservadores y
centristas nos hemos sentido bien acogidos bajo esta definición y nos ha permitido
trabajar juntos hasta alcanzar los mayores éxitos. Es curioso y agradable
comprobar que en la ponencia de Estatutos, por primera vez desde 1999, no se
propone ningún cambio en esta definición, ni tan siquiera de matiz. El debate
en nuestro congreso, por lo tanto, no será ideológico, sino estratégico, y en
esos términos es como se debe analizar.
Desde mi punto de vista, el líder y su equipo, junto a
un correcto análisis de la realidad política en la que toca trabajar,
constituyen la base de cualquier estrategia, y de eso es de lo que deberíamos
estar hablando. Si falla alguno de esos tres pilares, cualesquiera que sean las
ideas que se defiendan, el proyecto fracasará. Y aunque sea obvia resulta
estrictamente necesaria una precisión más: el planteamiento del que hablamos,
su éxito o su fracaso, no puede estar referido exclusiva ni básicamente a las
próximas elecciones generales que, además, estarán precedidas de un nuevo
congreso nacional. Las elecciones en Galicia, el País Vasco y Cataluña, las
europeas del próximo año y, por supuesto, las elecciones autonómicas y locales
de 2011, constituirán el trabajo principal y el compromiso inexcusable del
equipo que resulte elegido. Todas estas elecciones son, además, la única base
sobre la que resulta posible construir una alternativa viable al gobierno
socialista de Zapatero.
A lo largo de la pasada campaña no nos cansamos de
exigir al Partido Socialista un balance de su gestión. Quien concurre a unas
elecciones tras cuatro años de gobierno tiene la obligación de explicar el
trabajo realizado, acreditar sus logros o explicar los fracasos; solo a partir
de ahí es posible plantear nuevos objetivos. Omitir ese análisis, o dejarlo
dudosamente implícito, es hurtar la esencia del debate, es rehuir la
responsabilidad propia y, lo que es más importante, implica dejar sin
fundamento cualquier compromiso futuro. Algo muy parecido se puede decir de
quien ha estado al frente de la oposición.
A diferencia de lo que ocurrió a partir de 1989, pocas
han sido las incorporaciones -mi buen amigo Manuel Pizarro es una brillante
excepción- y demasiados los abandonos de nuestro proyecto. A diferencia de
entonces también, han sido insuficientes los progresos electorales alcanzados y
bastante significativos algunos retrocesos. Ambas circunstancias deben formar
parte de cualquier análisis.
Surge ahora un falso debate ideológico que tan solo
aporta exclusiones y renuncias; un discurso arrojadizo que más parece que
pretende distanciar a algunos que invitar a nadie. La inmensa mayoría de los
populares vemos con estupor el resurgir de viejas batallas ya superadas hace
años y no acertamos a entender la causa. En circunstancias normales, el
silencio puede ser una contribución eficaz a la resolución de los problemas; en
circunstancias excepcionales, esa omisión se transforma en deslealtad hacia la
organización de la que formamos parte. No es responsable callar ante el
esperpento injustificable que todos los españoles pudieron ver a las puertas de
Génova 13 el pasado viernes, no lo es seguir adelante sin tratar de reflexionar
sobre lo que nos está pasando.
El Partido Popular tiene un sólido proyecto sobre el
que es posible construir una alternativa clara y atractiva. La legislatura que
ahora comienza será, una vez más, crucial. Zapatero intentará consolidar y
ampliar las reformas insolidarias que ha introducido en nuestro modelo de
Estado. Tras la sentencia del Constitucional habrá que hacer un balance de su
contenido y será ineludible actualizar nuestra posición política. Con toda
probabilidad, tendremos la obligación de ofrecer a los españoles un cauce
adecuado para reconstruir un esquema territorial tan descentralizado como justo
y eficaz.
La gestión de la crisis económica y sus inevitables
consecuencias sobre la política social será el segundo eje de esta legislatura.
La ocultación interesada del alcance de la situación, el anuncio y la
aprobación de medidas completamente contraindicadas y la ausencia de políticas
reformistas han sido las características de la gestión socialista. La ecuación ahora
se les vuelve irresoluble, con ingentes compromisos adquiridos, escasos
recursos con los que atenderlos y ninguna idea apreciable para reconducir los
problemas. En tercer lugar, la inmigración desordenada y sus consecuencias no
abandonarán el centro de la atención pública en los próximos años. Los
discursos y decisiones irresponsables del gobierno de Zapatero se quieren ahora
sustituir, de tapadillo y sin debate alguno, por posturas de aparente firmeza
amparadas en la coartada europea. Algo habrá que decir.
No son éstos los únicos problemas pero sí los más
importantes, en mi opinión. En todos tiene el Partido Popular una posición
ganada ante la opinión pública española; en todos ellos tenemos buenas ideas y
soluciones que ofrecer. Y sólo nosotros somos una opción viable sobre la que
construir la alternativa posible, y estamos en condiciones de hacerlo.
Desde otro punto de vista, es fácil constatar que el
Partido Popular incorpora un inmenso capital humano capaz de relanzar nuestro
mensaje. Cientos, si no miles, de dirigentes han desempeñado con enorme
eficacia puestos de segundo nivel en el Gobierno nacional o en las comunidades
autónomas, en los grupos parlamentarios o en los miles de ayuntamientos
gobernados por nuestro partido. La generación que surgió y creció a la sombra
del mandato de Aznar está más que nunca preparada para asumir el relevo, tiene
experiencia, talento y determinación.
El Partido Popular que surja del próximo congreso debe
ser la alternativa potente que todo sistema democrático maduro ha de ser capaz
de generar. El presidencialismo es lo contrario del liderazgo, como la
imposición es lo contrario de la seducción. No valen ya las estrategias
reactivas; no valen soluciones incompletas o escasamente atractivas. No valen
ahora los desafíos internos ni las actitudes excluyentes. Tenemos la obligación
de salir de nuestro congreso, el próximo 22 de junio, con la ambición de pelear
y ganar cada uno de los próximos procesos electorales. Hay proyecto y hay
equipos disponibles, lo que ahora se necesita es un liderazgo renovado, sólido
e integrador, y eso es algo que, aunque me pese, Mariano Rajoy no está en
condiciones de ofrecer.
Gabriel
Elorriaga Pisarik es diputado y miembro del Comité Ejecutivo Nacional del PP.