UN DIÁLOGO PARA ETA
Artículo de Antonio Elorza, Catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense, en “El Correo” del 16.06.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Apenas rota la tregua, el ministro
Rubalcaba hizo unas breves declaraciones por televisión acerca del balance de la
misma en términos de capacidad operativa de ETA. Frente a la opinión común de
que la organización terrorista se había fortalecido, él precisaba que ahora
contaba con 95 militantes menos que al declarar el 'alto el fuego permanente'.
El espectador ingenuo se debió de quedar asombrado ante tanta precisión. En
realidad, se trataba de una media verdad que ocultaba un engaño: 95 eran los
etarras detenidos desde entonces, con lo cual era cierto que la banda los había
perdido, pero Rubalcaba dejaba fuera de su balance a los que en esos trece meses
y medio pudieron ingresar en ETA. Pura propaganda.
Algo parecido sucedió, con mucha mayor gravedad, al afirmar solemnemente el
presidente Zapatero, en aquella célebre comparecencia ante los periodistas en
los pasillos del Congreso de 29 de junio de 2006, que «la democracia no va a
pagar ningún precio por la paz». Hoy que mal que bien está hecha la crónica de
la tregua, por lo menos en momentos esenciales, podemos decir que se confirman
las sospechas de entonces: a ETA no se iba a pagar nada, cierto; el pago estaba
dispuesto, en las líneas y con el contenido trazados por Eguiguren, para
Batasuna y en la futura mesa política.
Los relatos publicados en estos últimos días por los medios más prestigiosos
arrojan considerable luz sobre el famoso proceso, desarrollado prácticamente en
la oscuridad hasta fines del pasado año. Sin duda, seguirán llegando elementos
de juicio que compensen el ahora ya perfectamente explicable silencio del
Gobierno, y dejen bien claros los perfiles de iniciativas, reuniones y, sobre
todo, las causas del endurecimiento de ETA a lo largo del verano de 2006. El
único que nada aporta es el presidente, que además se permite proporcionar
explicaciones para besugos, tales como la referencia a los «etarras
descerebrados».
De momento, conocemos mejor a los protagonistas. El papel de Jesús Eguiguren
como interlocutor privilegiado no constituía ningún secreto, pero sí que en la
práctica su importancia dentro del drama sea comparable a la de Maragall en la
gestación del Estatut, hasta el punto de que la enredadera de propuestas
ofrecidas a través de él a Batasuna y a ETA reproduzca en lo esencial lo
planteado en su libro de 2003, el que entusiasmaba a Otegi y llevó 'Josu
Ternera' bajo el brazo en la primera entrevista entre ambos celebrada en
Ginebra. En una versión ampliada de lo que bosquejó Ollora desde el PNV, ahora
desde el PSE, con aval de Zapatero, la oferta era completa: aceptación de la
existencia del 'conflicto' político entre el Estado español y Euskadi,
resolución en los términos de una 'libre decisión' de los vascos, sin
interferencias de Madrid, previa incorporación de Navarra para formar el sujeto
soñado, Euskal Herria. No es casual que desde entonces el Gobierno y el PSE se
movieran dentro del campo léxico de ETA-Batasuna. La novedad, en línea por lo
demás con Mikel Antza, residía en que para que la aceptación de tales propuestas
fuera indolora, se preveía un calendario de avances escalonados. De cara a la
efectividad de la tregua, resultaba evidente que la negociación por presos con
ETA a cambio de 'paz' debía preceder a las entregas políticas. En plena euforia
por una negociación culminada en el 'Congreso de la Paz', previsto para
diciembre, ¿quién iba a resistirse a unas concesiones convenientemente
disfrazadas? Los que hablábamos de la distancia entre la demanda de ETA y la
muralla de la Constitución nos equivocábamos, por lo menos hasta el otoño de
2006.
No eran, pues, inocentes las palabras pronunciadas por Zapatero el 29 de junio,
que gustaron a Batasuna: «El Gobierno respetará las decisiones de los ciudadanos
vascos que se adopten libremente», con respeto a «la normativa y los
procedimientos legales». En un sentido muy amplio, apuntaban al 'respeto' a una
futura autodeterminación. Una vez obtenida el 17 de mayo del Congreso la luz
verde para la negociación a la vista de «actitudes inequívocas» que anunciaran
el fin de la violencia, Zapatero hablará siempre mirando hacia ETA y Batasuna,
destinatarios de sus mensajes, supuesto que menciones como la citada confirmaban
los propósitos anunciados, en tanto que evitará toda información institucional o
para los ciudadanos, incluso después del atentado de Barajas. Habría sido
difícil insistir ante la opinión pública en la bondad del 'proceso de paz'
cuando sus perspectivas eran nulas, igual que antes por sus implicaciones
respecto del orden constitucional. Más valía potenciarlo simbólicamente, con
maniobras fallidas que sólo servían para incrementar el prestigio de sus
interlocutores: mediación frustrada del cardenal Etchegaray, concesión
inequívoca al marco de Euskal Herria, o surrealista presentación del proyecto en
el Parlamento de Bruselas. Batasuna, partido ilegalizado, pasaba a ser tratado
de igual a igual, desde un dualismo que reflejaba la idea de 'conflicto'. Pero
ETA tiró todo por tierra, con toda probabilidad al rechazar la solución bifásica
que aplazaba la obtención de los objetivos a corto plazo de autodeterminación y
territorialidad, conforme puso de relieve con otras palabras en su comunicado de
agosto. Y Batasuna no era nada ante ETA: lección para el futuro.
A partir de ahí, Zapatero tuvo que ir más allá de la simple ocultación. En
vísperas de la explosión de la T4, sabía perfectamente que no había posibilidad
de acuerdo y a pesar de ello hizo una exhibición de optimismo. Da la sensación
de ser un hombre que a la superficialidad de sus análisis une la inquebrantable
determinación, tanto de insistir en el camino elegido como de encubrir luego a
toda costa los propios errores. Por eso, aunque el pasado es pasado, y ahora
cuente el enfrentamiento con ETA, no cabe olvidar la inseguridad que introducen
algunos párrafos de su declaración primera tras la nota etarra. Sigue hablando
de «abrir un marco de convivencia» donde quepan todas las opciones, y que sin
violencia terrorista «el futuro de los vascos depende y dependerá de ellos
mismos en el marco de la ley (no de la Constitución) y de la democracia».
Estamos cerca del 29 de junio. Insistirá, no cabe duda. Gracias a ello, ETA es
un trapecista que actúa con red.
Como mínimo, Zapatero piensa haber acertado, lo que no cierra a largo plazo la
repetición de su error estratégico. No cambia de vía y se sitúa siempre en el
corto plazo. Es lo que le llevó a silenciar durante meses la muerte de la tregua
y a crear el caos jurídico culminado con ANV. De ahí que con toda seguridad, por
arañar un poder mal ganado, a la vista de los resultados del PSE, pase por alto
lo que significa una acción de gobierno de Nafarroa Bai -guiada por un partido
que busca la independencia mediante la autodeterminación- en la construcción del
proyecto abertzale y secesionista de Euskal Herria. El hecho de que Aralar
rechace el terror no afecta a su inserción en una izquierda abertzale -ahí está
la cesión de puestos a ANV-, y por consiguiente a un sector político
incompatible con la concepción del Estado democrático español que Zapatero
debiera defender. Una cosa es saludar un independentismo ajeno al terror; otro
dar un empujón decisivo a la realización de sus fines en Navarra.
Ahora que se cumplen los treinta años de las primeras elecciones democráticas,
el pacto navarro constituye la mejor ilustración de cómo una gestión
descerebrada puede poner en peligro un edificio político que tanto costó
construir.