Editorial
de “El País” del 07
de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para
incluirlo en este sitio web
El fin de la
presidencia europea puede ser la última ocasión de Zapatero para variar el
rumbo
El liderazgo del presidente del Gobierno se encuentra
en su punto más bajo desde que llegó al poder hace seis años. La crisis
económica que Zapatero se negó a reconocer durante meses, y que ahora trata de
gestionar con anuncios que se atropellan unos a otros, amenaza con convertir lo
que resta de legislatura en un calvario para el Partido Socialista, que parece
estar interiorizando un resignado horizonte de derrota. Entretanto, el Partido
Popular duda entre mantenerse a la espera o forzar los acontecimientos
reclamando un adelanto electoral. Lo que ha descartado es hacer aquello que lo
convertiría en una alternativa de Gobierno y no en un apático recambio por
incomparecencia del adversario: definir el proyecto político que representa,
más allá del oportunismo de agitar espantajos demagógicos y populistas cada vez
que Zapatero y sus ministros se libran a una nueva comedia de enredo con motivo
de los subsidios, los impuestos o las pensiones.
Los desalentadores datos sobre la situación política
que arrojan las encuestas, incluida la que publica hoy este diario, no son
argumento suficiente para reclamar el fin anticipado de la legislatura. No son
los estados de opinión, sino el juego de las mayorías parlamentarias, lo que
debe tomar en consideración el jefe del Ejecutivo para adoptar una decisión que
le corresponde en exclusiva. Pero, además, jalear la idea del adelanto
electoral en este caso sólo significa reclamar a cara descubierta el poder por
el poder, puesto que los ciudadanos muestran hacia la oposición superior
desconfianza que hacia el Gobierno. No es una desconfianza sin motivo: éste es
el momento en que el país supera los cuatro millones de parados, y en que sus
cuentas públicas comienzan a bordear todas las zonas de alarma, sin que el PP
haya avanzado una sola propuesta, dando a entender que sólo cifra su éxito
electoral en la calamidad colectiva.
La esperanza que representó para el Gobierno
socialista la presidencia de turno de la Unión Europea se ha convertido en una
rémora para intentar cualquier salida política, que deberá esperar, cuando
menos, a que termine el semestre. Esta inoportuna e inevitable parálisis es el
resultado de haber superpuesto una política económica errática a una sostenida
política exterior hacia ninguna parte, que ha dilapidado los meses previos
soñando con obtener de la presidencia europea lo que ésta nunca podría dar; en
particular, después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Zapatero
cometió el error de imaginar que un semestre de protagonismo infundiría fuerza
a su Gobierno, en vez de componer un Ejecutivo fuerte con el que hacer frente
al más importante desafío diplomático de esta legislatura; que, por la
situación de crisis internacional, era además un desafío económico. Los
resultados de esta estrategia para los intereses generales del país saltan a la
vista.
Puede que el final de la presidencia europea sea una
de las últimas oportunidades de las que dispondrá Zapatero para corregir el
rumbo político. A partir de ese momento no bastará con azuzar al peor PP con una
mano mientras que, con la otra, se convoca a los ciudadanos al voto del miedo.
Ése es el camino seguido por el jefe del Gobierno cuando el viento soplaba a
favor y podía sacar a escena asuntos legítimos y hasta necesarios, pero
utilizados de manera que pusieran en evidencia las reminiscencias ultramontanas
del Partido Popular. Pues bien, hoy ese PP es el que adelanta a los socialistas
en las encuestas, sin haber hecho otra cosa que dejar que el Gobierno aparezca
bajo los focos realizando contorsiones. Sin restablecer la credibilidad del
liderazgo político, las dificultades para que España salga de la crisis serán
aún mayores. El de Zapatero se deshilacha, pero el de Rajoy, según la misma
encuesta, es inexistente.