BICENTENARIO
DEL 2 DE MAYO Y DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA
EL
NACIMIENTO DE LA NACIÓN LIBERAL
COMUNICADO DEL FORO DE ERMUA, Bilbao, 2
de mayo de 2008
En una época
en la que se pretende blindar los ríos, rapiñar prebendas fiscales o imponer
desde el poder local las lenguas regionales en detrimento de la lengua común,
una época en la que, en definitiva, se anteponen míticas esencias milenarias al
beneficio y los derechos del ciudadano, el Bicentenario del Dos de Mayo y de la
guerra de la Independencia es una buena
oportunidad para recordar cómo, en un tortuoso itinerario, los derechos
individuales de los españoles inician su recorrido hasta la actualidad de
nuestra Constitución. El Dos de Mayo es un seísmo patriótico, nacional, que
diluye las viejas barreras históricas y culturales y fusiona todas las regiones
españolas en una respuesta común.
En una
España continuamente desautorizada e impugnada por los nacionalistas y sus
corifeos, el Bicentenario debe empujarnos a hablar de ella no desde el
pesimismo o el complejo, ni desde la inhibición ideológica impuesta por la
agresividad de los nacionalismos ni desde
la mala conciencia inducida por la palabrería del régimen de Franco que
cegó a la intelectualidad “progre” de tal forma que provocó en ella y en buena
parte de la izquierda un infantil y patológico rechazo a hacer una simple
profesión de fe nacional en esa realidad histórica abrumadora que es España.
El 2 de mayo
de 1808 comienza el proceso de nacionalización de la soberanía que abandona las
manos del monarca para depositarse en las del pueblo. Un pueblo que no es una
esencia metafísica o mística, un sustrato que deje en un segundo término al
individuo sino todo lo contrario, es el conjunto de ciudadanos a los que la
historia ha unido bajo un proyecto común.
Es este
proceso el que permite alcanzar un régimen político que se basa en la libertad
individual y la protege. Y por eso la libertad individual es incompatible con
legitimaciones del poder político basadas en la lengua, en identidades
milenarias, en privilegios medievales o en fueros de Antiguo Régimen.
Tampoco la
igualdad de los ciudadanos que comienza a alumbrarse en 1808 puede satisfacerse
si los derechos básicos no son comunes, si los servicios públicos esenciales no
son semejantes en toda España, si el día a día de los ciudadanos no se rige en
lo fundamental por las mismas normas, si no hay un poder judicial único que
garantice una aplicación igual de la Ley, si no existen unos criterios fiscales
homogéneos, si no hay un sistema educativo unitario, si no hay una lengua común
que permita que cualquier español pueda vivir, educarse, trabajar o desplazarse
a cualquier lugar de su nación. Nuestros liberales de principios del siglo XIX
fueron muy conscientes de que para satisfacer la recién proclamada igualdad de
todos los ciudadanos necesitaban una burocracia centralizada, una fiscalidad
común, un ejército nacional, un sistema educativo y un mercado liberado de la
rémora de las aduanas interiores. Es ahora, en el s. XXI cuando la igualdad de
los españoles tan trabajosamente obtenida se pone en riesgo con la
proliferación de Estatutos de autonomía aprobados bajo el empuje insolidario de
los nacionalismos periféricos o de los localismos de mira estrecha. Unos
Estatutos que no se limitan al de Cataluña, por mucho que éste sea el principal
y más grave exponente del proceso de reversión que vivimos.
Tampoco la
solidaridad entre los españoles, otro de los principios de la nación liberal, es
realizable si en lugar de fortalecer la administración central permitimos que
cada día languidezca un poco más, perdiendo sus recursos indispensables con
objeto de cederlos a quienes aspiran a crear reinos de taifas, entes
nacionales, realidades nacionales o naciones que no son más que pequeños
territorios abonados para el caciquismo local. La nación española que venía
padeciendo históricamente la falta de recursos para acometer sus proyectos y
reformas, paradójicamente ahora que los tiene los distribuye al ritmo de las
presiones ejercidas por quienes ninguna preocupación sienten
por España, en un acto de irresponsabilidad o de locura. Actualmente la
administración central, descontando deuda externa y Seguridad Social, sólo
dispone del 16 % del presupuesto, situación claramente descompensada que
provoca el espejismo alimentado y reiterado machaconamente por el nacionalismo
de “a mayor autogobierno, mayor
bienestar”.
El
Bicentenario del 2 de Mayo es una ocasión propicia para recordar que la
libertad individual, la igualdad y la solidaridad tienen su origen en la nación
liberal y en una explosión patriótica que transformó a un pueblo aparentemente
disperso en un pueblo unido que supo hacer frente a la adversidad.
Contra los
que se esfuerzan en inventar una memoria
separada y enfrentada a España, una memoria que reescribe su idea de patria con
los renglones torcidos del mito, del odio, de la animosidad, de la diferencia,
esta conmemoración debe servir para recuperar la verdadera historia de nuestra
nación. Una nación entendida como un gran acuerdo entre ciudadanos,
especialmente para aceptar sus diferencias, su diversidad. No esa nación
construida sobre la sensación de pérdida, sobre el rechazo del distinto, sobre
el exilio del que no piensa igual que la comunidad. Frente al nacionalismo identitario, apoyado ahora de manera sorprendente por
algunas elites dirigentes y mediáticas que han secuestrado el discurso de la
izquierda para identificarlo con las corrientes más reaccionarias de Europa, la
recuperación de la idea de España como patria común de todos los españoles y
como garantía de nuestros derechos se alza como un deber ineludible en este
Bicentenario.
Hoy es un
día en el que con emoción y con argumentos podemos decir: ¡feliz cumpleaños
España!, ¡viva España!