LOS
DEMÁS VASCOS
Artículo de Fernando Savater en "El País" del 17-9-02
Fernando
Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad
Complutense de Madrid.
Con un muy breve comentario al final (L. B.-B.)
Cuenta
una leyenda que cierta señora encargó su retrato a Picasso. Cuando el pintor le
entregó la obra, donde ojos y narices bailaban con especial travesura, la dama
no pudo por menos de quejarse: '¡Pero si no me parezco nada!'. Y Picasso
repuso: 'Descuide, ya se le parecerá'. Algo semejante nos ha ocurrido en el
País Vasco. Hace más de veinte años, los nacionalistas promulgaron un retrato
de nuestra comunidad étnico, homogéneo, beato en su postizo ruralismo
ideológico, victimista, invadido por foráneos contaminantes,
incompatible con lo español, sin otra meta a medio o largo plazo que el
independentismo redentor: un aguafuerte firmado por el Sabino Arana de la
primera época. Muchos nos quejamos del escaso parecido que guardaba con el
modelo real, pero no pedimos que nos devolvieran el dinero: esperábamos que
poco a poco, gracias a la democracia, los eventuales artistas -ahora
gobernantes- fuesen suavizando los perfiles, añadiendo figuras y borrando
ruinas intolerantes del fondo paisajístico. En una palabra, que el cuadro
cambiase para ir representando cada vez mejor la sociedad retratada. Pero hemos
sido defraudados. La imagen oficial y su modelo se han ido pareciendo cada vez
más, de acuerdo, pero es el segundo el que no ha tenido más remedio que
transformarse. Como no era cosa de romper el espejo, la solución ha sido
romperles la cara a quienes no se reflejaban debidamente en él.
O
echarles. De eso se ha encargado especialmente ETA y su batallón de servicios
auxiliares, cuya labor de zapa ha logrado crear inseguridad para muchos e
incomodidad para todos los que no se avenían voluntariamente al perfil
nacionalista. La gente asesinada no sale en la foto, pero tampoco la hostigada,
la que se retira porque siente su miedo como una humillación, la que emigra por
repugnancia ante cuanto le rodea o por hartazgo de tener que fingir ser lo que
no es. Paulatinamente la población decrece y el aguafuerte aranista
resulta cada vez más fiel. Con un poco de suerte y de insistencia, dentro de
unos cuantos años ya no hará falta quizá efectuar ningún referéndum para
comprobar que los vascos quieren nacionalismo y nada más que nacionalismo
porque todos los que pudieran haber votado 'no' habrán sido borrados del censo.
Así nos ahorraremos dinero público y trámites engorrosos. Al principio los
nacionalistas hablaban de los vascos como Osama Bin Laden de los musulmanes: todos son de los míos y los demás
apóstatas. Provocaban sonrisas, aunque fuesen un poco nerviosas. Pero ahora ya
nadie sonríe y el nerviosismo va dejando paso al pánico, a la resignación
cómplice, al soborno... o al vacío.
Estando
así las cosas, es comprensible la irritación y la alarma nacionalistas ante las
medidas legales para dejar fuera de juego a Batasuna. Ni el PNV ni EA quieren
que ETA siga asesinando, eso tuvo su aquel en cierto momento, pero ahora
resulta socialmente oneroso y hasta contraproducente. Lo perfecto sería que la
banda terrorista permaneciese en un discreto stand-by
permanente, dando tono al ambiente aunque sin sangre ni vísceras infantiles por
la calzada, mientras continúa el proceso de expulsión incruenta de unos y de
asimilación de los demás, así como el domesticamiento
progresivo de los radicales para que vayan incorporándose a los partidos
gubernamentales como una cohorte vehemente pero ex criminal. Sin embargo,
además de que ETA sigue matando y comprometiéndoles, ahora jueces y
parlamentarios forman una pinza para ilegalizar Batasuna. ¡Qué contrariedad!
Esto va a empeorar las cosas, nos advierten. ¿Para quién? Para los propios
nacionalistas, claro. Mejorará sus porcentajes electorales, porque parte de los
votos radicales irán hacia ellos, pero tendrán que sufrir la indignación de los
ilegalizados -'¿qué hay de lo nuestro?, ¡aunque me devuelvas el rosario de mi
madre y las cartas, no creas que vas a quedarte con todo lo demás!'- y quizá
también las amenazas directas de sus peligrosísimos primos del amosal.
Sobre
todo, se rompe fatalmente el aura de condescendiente impunidad (acompañada, eso
sí, de viva desaprobación retórica para darles un puntillo de atractivo
perverso) que rodeaba a los partidarios o justificadores de la violencia. Y, si
se bloquean sus cuentas y negociejos, se compromete
también el clientelismo abertzale del que tantos han vivido tan
ricamente hasta ahora. Mala cosa: desmovilizadora o, aún peor, capaz de hacer a
los más brutos volverse contra quienes no deben. Es el calvario del PNV, al que
Arzalluz -que no en vano es del gremio- ha descrito
como un santo crucificado entre dos ladrones, ETA y PP. Más radical que Cristo,
el PNV no quiere mañana a ninguno de los dos en su reino independiente, porque
cada uno estorba a su modo el proyecto que está llevando a cabo. Quienes le
fuerzan a que elija definitivamente entre Dimas o Diretes (no recuerdo como se
llamaba el otro ladrón) fomentan la 'crispación', palabra que en Euskadi
significa: contrariar de palabra u obra al nacionalismo vigente...
Que
los defensores de Batasuna se manifiesten con lemas contra el fascismo y
denuncias del 'estado de excepción' impuesto por la aplicación de la legalidad,
resulta chocante y hasta patético para muchos observadores, pero créanme que es
perfectamente lógico. Durante décadas, el discurso ideológico vigente ha dado
por sentado que cualquier cortapisa al nacionalismo, incluso cualquier denuncia
y persecución activa de las legitimaciones o complicidades con el terrorismo,
provienen de un 'españolismo rancio' cuando no de 'franquismo puro y duro'.
Ayudados por una versión de la historia y sobre todo de la antropología que
parece directamente sacada de aquella sección del venerable Pulgarcito
titulada 'increíble pero mentira' (por cierto, no conozco ningún manifiesto de
antropólogos, de esos que ahora andan tan políticamente concernidos, sobre este
tema), los perpetuos rememoradores de la guerra civil
han consentido la guerra civil de baja intensidad que se llevaba a cabo contra
los no nacionalistas. La bandera y demás símbolos comunes del Estado
democrático partían de antemano descalificados por informadores y educadores
como imposiciones detestables. En realidad, la España democrática nunca ha
tenido una verdadera oportunidad de darse a conocer en el País Vasco. ¿Qué es
lo que se cuenta a los jóvenes? A los hijos pequeños de un terrorista condenado
por múltiples asesinatos, los parientes compasivos -para no revelarles la cruda
verdad que aún no pueden asimilar- les han dicho que 'el aitá
está en la cárcel porque habló en euskera delante de un guardia civil'. Y que
ruede la bola...
Para
el día 19 de octubre, Basta Ya ha convocado una manifestación en San Sebastián
contra la imposición obligatoria del nacionalismo como única solución
democrática a la violencia y a favor de la ciudadanía constitucional, así como
de las medidas legales que la defienden. La convocatoria se dirige a todos esos
otros vascos y en particular a los que se han ido: que vuelvan por un día para
demostrar que existen. Algunos se fueron por las amenazas o los atentados que
sufrieron ellos y sus familiares, otros por el clima social irrespirable, por
no querer pagar a extorsionadores, muchos sencillamente porque se encontraban
también en su casa como españoles en otras partes de España y no querían
renunciar a esa amplitud de posibilidades económicas y vitales que les
benefician. Sería hermoso y solidario que, por esta ocasión, volviesen para apoyar
el pluralismo conculcado en su tierra natal. A comienzos del pasado siglo, el
ácrata Georges Darien publicó La Belle France,
un panfleto contra su país devastado por el asunto Dreyfus.
Allí puede leerse: 'Si el nombre francés no debe verse para siempre tachado de
la historia, es preciso que la Francia de los nacionalistas encuentre mañana
frente a ella la Francia de los judíos, de los protestantes, de los
intelectuales y de los cosmopolitas. Es decir, la Francia de la Revolución'.
Del mismo modo, es preciso que frente al País Vasco de los nacionalistas se
afirme el de quienes no lo somos, el de los disidentes, el de los enemigos
consecuentes del terror, el de los autonomistas no separatistas, el País Vasco
de la Constitución.
MUY BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)
La cosa va muy de prisa en Euskadi, y aún no es momento para hacer
un comentario bien fundado sobre la evolución de la situación a partir del
desacato del gobierno vasco. Pero lo que sí se puede decir es que el PNV y el
conjunto del nacionalismo no violento han perdido la iniciativa y los papeles,
de manera que su comportamiento resulta cada día más esperpéntico y ridículo.
Se les está desmontando el tinglado y desvelándose la gran mandanga de estos
largos años, por lo que no saben hacer otra cosa que dar palos de ciego, contra
su propia credibilidad y contra las instituciones. Ante ello sólo cabe la
firmeza, la crítica y la prudencia por parte de los grupos no nacionalistas,
que tendrán que ser los que salvn el autogobierno
vasco frente al delirio de nacionalistas y demás entes adheridos.