EL REY PIERDE UNA OPORTUNIDAD (¿HABRÁ OTRA?)

 

 Artículo de José Javier Esparza en “El Semanal Digital” del 26.12.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

26 de diciembre de 2005.  El Rey ha perdido la oportunidad de decir algo elemental: nadie está legitimado para promover la ruptura de la nación española. Habría bastado esa frase, en el discurso de Nochebuena, para dejar claro que la Corona no aceptará el deterioro de la unidad nacional. Pero el Rey no lo dijo. Habló de la "nación española", cierto, pero mal deben de andar las cosas cuando una expresión tan obvia se eleva a declaración de principios. El Rey ha defraudado a quienes esperaban una defensa expresa de la unidad nacional.

El Rey dijo esto: "Frente a las tensiones y las divisiones, debe prevalecer –por parte de todos- la firme determinación de intentar superarlas desde la moderación y el sosiego, mediante la búsqueda del más amplio consenso en el marco de las reglas, principios y valores de nuestra Constitución". Encomiable sentido común, sin duda. Pero ¿es un consejo al Gobierno para que frene, o a la oposición para que transija? El vigor de la frase se esfuma cuando constatamos que cada cual puede interpretarla como le venga en gana.

Está muy bien que el Rey se atenga al guión de la formalidad constitucional, pero ¿y si el desmantelamiento se opera desde el propio armazón constitucional, como el franquismo fue desmantelado desde sus propias leyes? ¿Y si la tramitación de los nuevos estatutos –el catalán y los que vengan detrás- se ejecuta de modo distinto al que requeriría una reforma de la Constitución? ¿Y si, llegado el caso, un Tribunal Constitucional de estricta dependencia partidista comulga con las ruedas de molino de la "ampliación del autogobierno"? Si todo eso ocurriera –y es exactamente lo que persigue el Gobierno ZP-, la unidad nacional de España habría empezado a romperse sin necesidad de alterar la Constitución.

Hubo en el discurso, sí, frases que pueden considerarse amonestación al Gobierno. También las hubo –y más severas- el año pasado. En aquella ocasión, las alusiones regias no variaron la deriva del Estado. Tampoco hoy lo harán. Empieza a dar la impresión de que el Rey dice esas cosas para marcar su propio territorio mientras, discursos al margen, se inhibe en el proceso. Después de todo, la evaporación de España como proyecto nacional no tiene por qué afectar a la supervivencia de la Corona. Y sin embargo, esa de la unidad nacional es la única cuestión de fondo: una España compuesta por regiones que se definen como naciones, con diversos sistemas de financiación local, con servicios sociales distintos, con una administración de justicia fragmentada, con un sistema de enseñanza sometido a las lenguas vernáculas y sin una política cultural común –una España así ya no sería una nación. Podrá seguir habiendo una Corona encima, más o menos decorativa, pero España habría desaparecido como instancia de pertenencia política colectiva.

Dentro de poco viviremos la festiva llegada de los Reyes Magos. Disfrutémosla: no hay muchas más ocasiones de proclamarse monárquico.