REINVENTAR EL PATRIOTISMO (ESPAÑOL)

 

 

 Artículo de José Javier Esparza en “El Semanal Digital” del 26.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

26 de enero de 2006.  "Lo que corre peligro no es la unidad de España, es su identidad", dice Gustavo Bueno. En efecto, tal vez pueda descartarse una ruptura de la unidad política formal del Estado: haría demasiado daño (económico) a los escindidos. Pero lo que estamos viendo desvanecerse a toda velocidad es la identidad española, el sentimiento de identificación con una trayectoria histórica, con una herencia cultural, con una personalidad colectiva. Ahora bien, sin identidad española, ¿qué importancia tiene la unidad de esto? Por eso algunos pensamos que la supervivencia de España no puede limitarse a la defensa de la Constitución, sino que debe jugarse, sobre todo, en el plano de los sentimientos –sí, sentimientos- comunitarios.

Objeción liberal: pero, entonces, ¿no estaríamos cayendo en el mismo abuso que denunciamos en los nacionalismos periféricos, en esa identificación de la ciudadanía con una trascendencia colectiva? Ese temor ata de pies a manos a liberales y a cosmopolitas. Pero es que el problema, en tales términos, está mal planteado. Lo que hace delirante al nacionalismo vasco o catalán no es el defender una identidad, sino que su interpretación política de esa identidad, en clave separatista, se basa en una impostura, a saber, la reconstrucción de la historia local como si desde su origen hubiera tendido hacia la conformación de un hecho político nacional. Por eso, porque son una impostura, tienen que recurrir a la coacción, a la exclusión, a la violencia. Nuestros separatismos no son malos porque sean "identitarios", sino porque son falsos.

Por cierto que esto debe hacernos reflexionar a todos, y especialmente a quienes consideramos las identidades culturales como una riqueza. Ocurre que, a fecha de hoy, la cesión de la pluralidad cultural a los nacionalistas, que es un rasgo básico de nuestro sistema, se ha convertido en una amenaza para la propia pluralidad cultural, porque lo que se está instalando en Cataluña, el País Vasco o Galicia (y ojo a Valencia) es una homogeneidad de plomo que aplasta la diversidad en esas comunidades. Inversamente, parece incuestionable que la idea de España se ha convertido hoy en la única defensa efectiva de la pluralidad cultural española, porque no hay otra instancia que la garantice.

Y mientras bailamos de identidad en identidad, ¿quién sostiene la idea de España? Desde el Estado, nadie. Ésa es la realidad de España en 2006. La aventura autonómica consistía en conjugar la unidad con la pluralidad; pensar una identidad española compuesta, que no dejara de ser española por integrar los hechos diferenciales. Hoy vemos que hemos fracasado. España es ya un Estado sin nación –y la identidad española empieza a ser una nación sin Estado.

¿Soluciones? En la práctica, sólo hay una: comenzar la reconquista desde abajo, desde la calle, desde la gente. En las actuales circunstancias, sólo desde fuera del Estado es posible pensar España como identidad nacional. Hemos entrado en una fase inesperada: hay que reinventar nuestro patriotismo.