CUATRO VERDADES SOBRE EL 11-M (Y SOBRE LO QUE PUEDA HABER DETRÁS)
Artículo de José Javier Esparza en “El Semanal Digital” del 06.10.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
El garzoneo
judicial a cuenta de los peritos ha llevado las cosas a un punto sin retorno: o
uno está con el Gobierno y su versión oficial, o uno está en la turbia cloaca de
la conspiración.
6 de octubre de 2006. Lo que oficialmente sabemos, no nos lo creemos; lo que
creemos, más vale ni pensarlo. Dos años y medio después del mayor atentado de la
historia de España, los ciudadanos tienen todas las razones del mundo para no
fiarse de nadie. No hay español consciente que no albergue negrísimas sospechas.
¿Nos dejarán decir cuatro verdades?
Una: Ya nadie cree la versión del Gobierno. Desde el primer momento –demasiado
temprano, ¿no?- el Gobierno ha insistido no sólo en una neta autoría islamista,
sino, sobre todo, en una vinculación directa de los atentados con la guerra de
Irak. Esa tesis, hoy, dos años y pico después, no se sostiene. La conexión Al
Qaeda-guerra de Irak ha quedado completamente desacreditada. Primero, por la
fecha de preparación de los atentados, muy anterior a la guerra. Después, por el
perfil de los supuestos asesinos, insólito en esa red. Tercero, porque carecemos
de pruebas fiables en ese sentido, dada la misteriosa inexistencia de análisis
de los explosivos. Como el asunto no está claro, lo lógico es dudar. Y por la
misma razón, parece poco lógico que el Gobierno no haya tenido nunca la menor
duda.
Dos: El problema no es si ETA está detrás; el problema es que el Estado oculte
pruebas. Nadie, en efecto, está en condiciones de afirmar que ETA tenga
vinculación directa con aquellos crímenes (al menos, nadie fuera de la
investigación). Pero el hecho es que a todos consta que el sumario del 11-M está
plagado de pruebas falsas, reconstruidas o directamente ocultadas, y algunas de
esas pruebas enmascaradas –ni siquiera pruebas, apenas tenues indicios
fortuitos- señalan a ETA. Cuando alguien echa tierra encima de un objeto, es
porque pretende que no se vea. Es así que el Gobierno –o un sector de él-, la
policía –o un sector de ella- y los tribunales –o un sector de ellos- han echado
tierra encima de varias pruebas del 11-M. Por consiguiente, nos obligan a pensar
que esas fuerzas, encarnación del Estado, pretenden que algo no se vea en el
11-M. Lo que no pueden esperar, además, es que la opinión pública acepte
semejante monstruosidad como algo natural. Al contrario, es la propia actitud
del Estado la que está levantando sospechas.
Tres: La guerra mediática es síntoma de algo más gordo. Lo importante de la
tensísima polémica en torno al 11-M no es que los medios de comunicación anden a
la gresca; al contrario, eso es bastante habitual. Lo verdaderamente llamativo
es que tras las posiciones de unos y otros se percibe con claridad una fenomenal
apuesta de poder, y ya se sabe que esas apuestas vuelan muchos metros por encima
de las cabeceras de los periódicos. La presión del poder establecido en torno a
este asunto es tan intensa, tan vehemente es su persecución de cualquier duda o
cualquier sospecha, que forzosamente hay que pensar en algún gato encerrado, o
más bien, por las dimensiones, en un león. El gran misterio del 11-M ya no es
quién mató a casi doscientas personas, sino por qué se persigue con tanta
energía a quien se aleja un milímetro de la versión oficial. Este capítulo
promete darnos grandes sorpresas en los próximos años. ¿O quizá meses?
Cuatro: Esto se ha convertido ya en un problema de Estado y todos nos estamos
retratando. Tal y como se han puesto las cosas –sobre todo por las exigencias de
la línea gubernamental-, está resultando imposible mantener la neutralidad. El
Gobierno pide que comulguemos con ruedas de molino. Los hay con grandes
tragaderas, pero los actos de fe conviene reservarlos para lo sobrenatural, no
para el señor ministro del Interior. Aquí hay algo oculto que va engordando y
engordando. Cualquier día explotará. Para entonces ya nos habremos retratado
todos. Y en ese momento tendremos un problema que va a condicionar durante años
la vida pública española. Una irresponsabilidad más en el balance de este
Gobierno que padecemos.