CUATRO VERDADES SOBRE LA PUTREFACCIÓN DE ESPAÑA (Y LOS ESPAÑOLES)

 

 Artículo de José Javier Esparza  en “El Semanal Digital” del 03.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Estampas de una semana: aborto en barra libre, abstención masiva en Cataluña, violencia salvaje en las aulas, payasada colectiva en Halloween. Esto es España.

3 de noviembre de 2006.  No es verdad que las sociedades empiecen a pudrirse por la cúspide. Eso sólo es un indicio. En realidad las sociedades empiezan a pudrirse desde dentro. Nosotros, ahora, nos estamos pudriendo. En una sola semana hemos tenido las mejores pruebas. ¿Nos dejarán decir cuatro verdades?

Una: El aborto masivo es un síntoma de que hemos perdido el alma. En Barcelona están matando niños en los vientres de sus madres con más de siete meses de embarazo. Es una barbaridad que debería conmovernos. Pero no. Paradójicamente, donde sí conmueve esta salvajada es en Gran Bretaña o en Dinamarca, en esa Europa crasa y cresa que creíamos irremediablemente decadente. La prensa británica fue la primera en contarlo, hace meses; sin apenas eco en España. Mientras nuestros osados periodistas hurgan en la ingle de los famosos para contentar a un público depravado, tienen que ser la prensa británica o la televisión danesa las que vengan a contarnos lo que hay. Y lo que hay es esto: somos los aborteros de Europa, el lugar donde viene la gente a matar a sus hijos, porque sólo nosotros dejamos que ocurra semejante cosa. ¿Reaccionaremos? Podemos dudarlo. País de miserias, irremediablemente cursi al fin: cerramos los ojos ante la industria del asesinato infantil pero, eso sí, extremamos el celo contra los fumadores. Antes de que nos ahogue la sangre de los inocentes ya nos habremos ahogado en un mar de ridículo.

Dos: Que España se deshaga no deja de ser una metáfora institucional de nuestra salud colectiva. Porque lo malo, lo verdaderamente malo, no es que alguien quiera romper España, sino que sean tan pocos los dispuestos a ofrecer resistencia. El problema no es que un treinta, ni siquiera un cuarenta por ciento de los catalanes o de los vascos estén apostando por deshacer España. Con eso podemos contar. El verdadero problema es ese sesenta, setenta por ciento de indiferentes, de individuos desgajados ya de cualquier preocupación comunitaria, de cualquier vínculo con su identidad histórica española, con su memoria real, esos conciudadanos nuestros que se ruborizan al pronunciar la palabra "España" y cuya única idea sobre el destino colectivo se resume en la palabra "hipoteca". No, rectifico: "hipoteca y paz".

Tres: La violencia en las aulas es producto de la ideología dominante. La violencia en las aulas preocupa mucho a la gente. Y a las cadenas de televisión. Pero ¿qué es exactamente lo que os preocupa, hermanos? ¿Que alguien pueda pegar a vuestros hijos, que los profesores sufran, que se disuelva el mito del "buen salvaje"? Lo que os preocupa es que esto no debería ser así, ¿verdad? Vosotros, paradigma puro de las clases semicultas, estabais convencidos de que una educación sin autoridad, sin coerciones, conduciría a criar niños pacíficos y bondadosos. ¡Si hubierais leído más! Mientras tanto, lleváis no menos de treinta años destruyendo concienzudamente la familia y ahora echáis la culpa a los padres, que no saben criar a esos niños. Y ¿cuándo van a hacerlo, si ahora ya no hay familias, sino trabajadores de ambos sexos que se asocian para crear una unidad de consumo? Mirad las cosas de frente: tenemos uno de los peores sistemas de enseñanza de Europa y, al mismo tiempo, somos el país de Europa que menos ayuda a las familias. Añadamos que los mecanismos de protección a los niños, en materia de medios de comunicación y de ocio, son papel mojado. Y en esas condiciones, ¿qué pretendéis? Tenemos lo que nos hemos –nos habéis- buscado.

Cuatro: Cuando uno pierde su identidad, lo más fácil es que pierda todo lo demás. De postre, el estrambote: Halloween. Aquí tenemos a centenares de miles de españoles, quizá millones, niños o adultos, que lo mismo da, dispuestos a disfrazarse de zombi, bruja, cadáver o calabaza al ritmo que marca la mercadería cultural de masas. Este país de pacíficas gentes solidarias que tanto detestan al yanqui, se traviste de ridículo monstruito norteamericano cuando llega la fecha marcada por el Dios Mercado que nos rige. Los hierofantes del misterio mediático sahúman al ídolo bobo de la tele, que no habla con parábolas, sino con SMS. Ya no conocemos nuestra Historia –porque en la escuela no se enseña- ni recordamos a nuestros muertos, pero quizá por eso nos disfrazamos todos de muertos ajenos, como para dejar clara cuál es nuestra secreta voluntad: muerte de niños en el vientre de sus madres, muerte de la nación en la eutanasia de la paz y el buen rollito, muerte de la cultura en la jungla escolar, muerte de la identidad en el disfraz del american way of life –o way of death, más bien. Ya no somos más que eso: el ridículo espantajo de una fiesta postiza.

Va haciendo falta que una generación sin complejos agarre por las solapas a este país y lo agite. Para que recobre la conciencia, para que salga de este nihilismo blandorro que nos atenaza. ¿Estás de acuerdo? ¡Pues pásalo!

(¿Qué? ¿Le suena a usted reaccionario? Pues sí, mire: es que ya va siendo hora de reaccionar.)