NI ESPAÑA NACIÓ EL 2 DE MAYO, NI FUE
UN LEVANTAMIENTO LIBERAL
Artículo de José Javier Esparza en “El Manifiesto” del 01.05.08
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Al hilo del bicentenario del 2 de Mayo estamos
escuchando afirmaciones muy discutibles: que la nación española nació en 1808,
que el 2 de Mayo fue un levantamiento liberal, que Cataluña o el País Vasco no
combatieron por España, sino por su propia independencia… ¿Qué hay de verdad en
todo ello? Vamos a verlo con los propios textos de la época. Y avancemos ya la
conclusión: ni España nació en 1808, ni el 2 de mayo fue un levantamiento
liberal, ni Cataluña y Vascongadas combatieron al margen de España.
¿Qué paso exactamente el 2 de mayo? Pasó esencialmente
lo siguiente: en una situación de colapso del Estado, con un ejército
extranjero dueño de España y con la familia real retenida fuera del país, se
produjo una insurrección popular contra los invasores; insurrección alimentada
al mismo tiempo por personalidades relevantes de la monarquía absoluta,
distinguidos miembros del clero, militares patriotas y elementos de las clases
más humildes donde lo mismo encontraremos artesanos y campesinos que curas de
barrio. A la insurrección popular le siguió un movimiento político,
institucional, pero fragmentario, distinto según ciudades y provincias, al
principio dubitativo, que trató de llenar el vacío dejado por el colapso del
Estado borbónico: nacen las Juntas. Ese movimiento no trató de crear un estado
de nuevo cuño, sino que actuó a partir de las instituciones vigentes. Así las
juntas locales, inmediatamente después de haberse proclamado en franca
oposición a los franceses, estimulan la creación de una Junta Suprema Central
que permita convocar a las cortes y reconstruir la unidad de la nación.
La nación no nació en
1808
Hay que decir “de la nación” porque así lo dijeron
expresamente aquellos caballeros. No es verdad que antes de 1808 no existiera
una idea de nación en España. La historiografía liberal suele decir que el
concepto moderno de nación surge en España en 1808, y que antes de esa fecha
sólo había un vago sentimiento de comunidad cimentado sobre la sumisión a la
corona, que actuaba como si España fuera una posesión personal suya. Podríamos
enredarnos en debates sin fin sobre qué quiere decir exactamente “nación” y
cuándo puede hablarse de “nación moderna”. Lo que a nosotros nos interesa
subrayar aquí y ahora es que los españoles de antes de 1808 tenían una clara
conciencia de pertenecer a una comunidad política, que esa comunidad se
identificaba, en efecto, con la corona y también con la religión, pero que,
además, la llamaban “nación” sin mayores complicaciones conceptuales, según se
puso de moda hacerlo a lo largo del siglo XVII. Esa idea de comunidad nacional
es precisamente la que recoge la Junta de Valencia en julio de 1808 cuando
solicita, antes que ninguna otra, la formación de una junta central que
unificara a todas las juntas locales. Lo dijo en estos términos:
“Toda la Nación está sobre las armas para defender los
derechos de su Soberano. Cualquiera que sea nuestra suerte, no podrá dejar de admirar
la Europa el carácter de una Nación tan leal en el abatimiento que ha soportado
por tanto tiempo, por puro respeto a la voluntad de sus Soberanos, como en la
energía que ahora muestra, falta de tropas, y ocupado su territorio y las
fortalezas de sus fronteras por un ejército francés sumamente poderoso. No es
menos digno de admiración, que tantas provincias diversas en genio, en carácter
y aún en intereses, en un solo momento y sin consultarse unas a otras se hayan
declarado por su rey (…) Es indispensable dar mayor extensión a nuestras ideas,
para formar una sola nación, una autoridad suprema que en nombre del Soberano
reúna la dirección de todos los ramos de la administración pública. En una
palabra, es preciso juntar las Cortes o formar un cuerpo supremo, compuesto de
los diputados de las provincias, en quien resida la regencia del Reino, la
autoridad suprema gubernativa y la representación nacional”.
Este texto es muy importante: aquí está condensada
toda la doctrina política vigente en la España de 1808. Los españoles –de todas
las provincias, sin excepción- se consideran una nación e identifican su
derecho con el de su soberano, el Rey. No hay contradicción entre el
sentimiento nacional y la lealtad al monarca, por absoluto que éste sea. Las Cortes,
que se consideran representantes de la nación, son además las regentes del
reino mientras el Rey está ausente. Esta no es la nación según la entendieron
las revoluciones liberales, pero no por eso deja de ser la nación. Que no se
diga, pues, que en la España de 1808 no había una idea de nación.
Catalanes y vascos,
patriotas españoles
Esa idea de la nación, entendida como pertenencia a
una comunidad política y que existía mucho antes de 1808, es la que va a
despertar una ola de sentimiento patriótico en toda España. También en Cataluña
y el País Vasco. La imagen de una Cataluña o un País Vasco que lucharon contra
Francia por su propia independencia, al margen del esfuerzo colectivo de la
nación española, ha sido muy propalada por los separatistas, pero es
completamente falsa. Al contrario, lo que se comprueba en los textos de la
época y en los estudios posteriores más dignos de crédito es que vascos y
catalanes combatieron por España y por sí mismos como españoles, con una idea
muy clara de que su libertad era la de todos sus compatriotas.
Es muy evidente el caso catalán. Allí los franceses,
apoyados en una minoría de elementos separatistas, ofrecieron incluso declarar
el catalán lengua oficial para una Cataluña concebida como extensión del
imperio napoleónico al sur de los Pirineos. Frente a la oferta francesa, la
inmensa mayoría de la población catalana prefirió seguir defendiendo a España
y, de hecho, después de la guerra aquellos separatistas tuvieron que abandonar
el país como “afrancesados”. Recordemos que Agustina de Aragón era una
catalana. Los catalanes se batieron igualmente en el Bruc,
en Gerona y en otros muchos puntos, con partidas guerrilleras que se
convirtieron en una pesadilla para los franceses. En Cataluña, como en el
resto de España, la gente peleó por la religión, la patria, la corona y la
libertad, y todo era para ellos una y la misma cosa, y todo respondía al nombre
de España.
Igualmente claro es el asunto en el País Vasco, donde,
por cierto, la represión francesa fue muy cruenta desde el primer instante.
También desde el primer instante fue clara la determinación de las juntas
vascas de defender a España y a la Corona contra la invasión napoleónica. Y
hacerlo, además, precisamente en nombre de su españolidad. Hay un documento irrefutable
que es la proclama de la Junta de Vizcaya en el mismo año de 1808, apenas
desencadenado el movimiento insurreccional contra los franceses, y que es un
auténtico llamamiento a la unidad nacional española. Decía así:
“Los vascongados a los demás españoles. Españoles:
somos hermanos, un mismo espíritu nos anima a todos. Aragoneses, valencianos,
catalanes, andaluces, gallegos, leoneses, castellanos, olvidad por un momento
estos mismos nombres de eterna armonía y no os llaméis sino españoles. Recibid
como prueba incontrastable del espíritu que nos anima, los holocaustos que
ofrecen a la libertad española los Eguías, los Mendizábales, los Echevarrías y
otros infinitos vascongados”.
Son palabras, estas de la Junta de Vizcaya, que hoy
chocarán a una sociedad sometida al adoctrinamiento del nacionalismo vasco, que
ha falseado la Historia, pero la realidad es la que es: los vascos, como los
catalanes, fueron patriotas españoles como el que más. Y ahí estaban, en
efecto, “los holocaustos que ofrecen a la libertad española infinitos
vascongados”, como decía la proclama.
El 2 de mayo no fue
un levantamiento liberal
¿Quiénes eran los que así hablaban? Eran,
esencialmente, gentes que provenían del antiguo régimen. No hubo una revolución
liberal en España en 1808. La presión de los elementos liberales vendrá
después, en la formación de las cortes y en sus trabajos constituyentes, pero
no en el momento de la insurrección. Tampoco hubo una revolución popular: los
casos de trastornos sociales en los que las clases populares atacan a los
estamentos privilegiados son contadísimos. Cuando se producen, no obedecen a
una causa de revolución social, sino al afrancesamiento de tales o cuales
objetivos de la ira popular; ira, por otra parte, a cuyo desencadenamiento no serán
ajenos algunos clérigos, como ocurre en Valencia. Es interesante repasar la
lista de las personas designadas por las provincias para componer la Junta
Suprema Central: la gran mayoría son militares del círculo del rey como
Palafox, magnates de la iglesia como Bonifaz, Castanedo o Ribero; grandes de España y ex ministros de la
Corona como Floridablanca y Jovellanos… Quien recoge la soberanía es la flor
del Antiguo Régimen.
Cuando la Junta Central organice la reunión de Cortes,
bajo la presidencia del obispo de Orense, no veremos a una institución que se
propone comenzar una revolución liberal, sino a un cuerpo clásico del antiguo
régimen que jura sus cargos en nombre de la religión y del rey. Este fue el
juramento de los miembros de las cortes de Cádiz en septiembre de 1810:
“¿Juráis la santa Religión Católica, Apostólica,
Romana, sin admitir otra alguna en estos Reinos? ¿Juráis conservar en su
integridad la Nación española, y no omitir medio para libertarla de sus
injustos opresores? ¿Juráis conservar a nuestro muy amado Soberano el Señor Don
Fernando VII todos sus dominios, y en su defecto a sus legítimos sucesores, y
hacer cuantos esfuerzos sean posibles para sacarlo del cautiverio y colocarlo
en el Trono? ¿Juráis desempeñar fiel y legalmente el encargo que la Nación ha
puesto a vuestro cuidado, guardando las leyes de España, sin perjuicio de
alterar, moderar y variar aquellas que exigiese el bien de la Nación?”.
Luego pasarán otras cosas. Veremos cómo el sector
liberal maniobra para adquirir una relevancia que inicialmente no poseía.
Veremos cómo a Cádiz acuden, por las circunstancias de la guerra, numerosos
suplentes cuyo voto no será el que se les había encomendado. Veremos cómo unas
cortes convocadas para prolongar la legitimidad de las cortes del antiguo
régimen se transforman en unas constituyentes que auspician un cambio hacia un
régimen nuevo. Todo esto, en cualquier caso, será después. Lo veremos otro día.
Lo fundamental: a partir de 1808 España vive un
proceso que, como escribió el Conde de Toreno se
sustancia en tres movimientos consecutivos: levantamiento, guerra y revolución.
Pero ni el 2 de mayo fue un levantamiento liberal, ni Cataluña y el País Vasco
combatieron al margen de España, ni España, en fin, nació en 1808.