UN PAÍS, VARIAS NACIONES, DOS CONSTITUCIONES

 

 Artículo de Jose Javier Esparza  En “El Semanal Digital” del 21-10-05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo siguiente para incluirlo en este sitio web (L. B.-B.)

 

 

"No te digo que vaya a pasar al final esto, exactamente esto, pero lo que sí te aseguro es que gente muy notoria del Gobierno y del PSOE lo está sopesando como una forma de salir del paso".

El Diputado, sentado en un rincón del café, suelta la liebre como quien no quiere la cosa, estira las piernas en pose indolente y clava la mirada en el techo. Prosigue:

"La cosa consistiría en lo siguiente. Primero, se aprueba el Estatuto catalán: se cambia el término nación por el de comunidad nacional, se atempera el capítulo de la financiación sin tocar lo esencial del proyecto y se acuerda con Maragall y con Carod una puesta en escena de satisfacción general. Esto último es importante: a nadie le interesa una crisis de gobierno ni en Barcelona ni en Madrid. Después, aprobado el Estatuto catalán, comienza el proceso de barra libre: todas las comunidades presentan sus estatutos, vascos y gallegos en cabeza. Los problemas que puedan plantear los andaluces, extremeños o manchegos –los únicos que interesan en el PSOE, porque es su granero de votos-, ZP los solventa con dinero. Al final del trayecto, dentro de esta legislatura, ya tendremos el marco constitucional superado por todas partes. Y tú te preguntarás: ¿Y qué pasa con la Constitución?".

Hace una pausa estudiada: se siente importante. Con aire de suficiencia, él mismo responde a la pregunta:

"No pasa nada: se queda ahí, papel escrito, guardado en una urna, pero sin vigencia real. Seguirá habiendo reverencias constitucionales, días de la Constitución, juramentos sobre el texto sagrado e invocaciones rituales al Libro, pero sólo como formalidad retórica, como un convencionalismo vacío. En la práctica, en la vida política real, empezará a funcionar una legalidad nueva, post-constitucional, fabricada con los materiales de las reformas estatutarias. ¿Lo entiendes? Es como si en un momento determinado sustituyéramos el sistema constitucional de la Europa continental, con su texto fijo y sólido, por el sistema inglés, sin constitución escrita, a base de usos y costumbres. Nadie decretará la muerte de la Constitución del 78: sencillamente, empezaremos a vivir como si no existiera ya, o como si tuviéramos otra cosa distinta".

Me mira largamente, como intentando saber si lo he entendido. Le respondo: "Un Estado, dos constituciones, ¿cuántas naciones?". Mueve las manos en abanico:

"Eso ya es lo de menos. Una, tres, ¿qué más da? Lo decisivo es que el país funcionaría con una legalidad política nueva. La vieja Constitución seguiría viva, quizás, en las comunidades autónomas que no tengan grandes pretensiones, pero en las otras, en las fuertes, en las nacionalistas, la ley, en la práctica, sería otra. Y todas, eso sí, bajo el amable manto decorativo de la Corona de Su Majestad".

- Es una locura –le espeto.

Suspira:

- Vivimos tiempos locos.