LA NACION LIBERADA DE NACIONALISMO

 

Artículo de Antonio Espinosa en el foro de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, 13-4-07

 

Con un breve comentario al final:

 

PATRIOTISMO CIVICO

 

 Luis Bouza-Brey, 16-5-07, 11:00

 

Y UN

 APENDICE DE 2009

NO NACIONALISMO, NO. NACIONALISMO CIVICO, SI.

 

 

El desarrollo histórico de los Estados-nación se fundamentó en dos pilares: 1) la nación es el conjunto de personas que comparten raza, religión, historia y lengua o alguna combinación de ellas, y 2) la nación es origen, fuente y fundamento del poder legítimo.

Como apenas hay en el mundo estados que sean homogéneos ni siquiera en unos de esos cuatro aspectos, en los territorios de su jurisdicción y mediante el poder institucional y la ideología nacionalista, los estados llevan a cabo procesos de homogeneización cultural, lingüística, religiosa con el fin de conformar una nación.

Igual lógica y proceder se dan en las llamadas naciones sin Estado. Éstas partiendo de una diferenciación lingüística se consideran naciones y en consecuencia fuente de poder legitimo y soberanía. También aprovechan el poder de las instituciones de autogobierno para llevar a cabo una construcción nacional basada en la homogeneización cultural y lingüística de su población.

En ambos casos, la homogeneización se lleva a cabo mediante políticas asimilacionistas que persiguen que todos los ciudadanos adopten la lengua, y las señas de identidad de la cultura dominante y en paralelo, abandonen la de su cultura propia como precio a pagar por integrarse de pleno derecho en la cultura oficial. La fusión de las fronteras políticas y las fronteras culturales implica, para los ciudadanos de la cultura no dominante, o asimilación y disfrute de los derechos de la ciudadanía igual, o una ciudadanía parcial, donde la pertenencia cultural y lingüística, excluida del espacio público, tiene que mantenerse en los límites de la estricta privacidad.

En un mundo con 575 etnias y 6.900 lenguas, no es posible seguir compartiendo la idea, que yo califico de creencia, de correspondencia unívoca entre etnia o lengua y Estado. Pretender que los Estados reconocidos por Naciones Unidas se asienten sobre demos o pueblos culturalmente homogéneos es hoy un sinsentido. Pues, o bien homogeneizamos a la mayor parte de esas etnias y/o lenguas para reducirlas a los aproximadamente 200 estados existentes, o bien multiplicamos los Estados para ajustarlos a las etnias/naciones/lenguas, hasta hacer el mundo políticamente inmanejable, y ya lo es con los Estados existentes. No es posible un nacionalismo universal donde haya sitio o territorio para todas las naciones-estado o para todos los estados-nación.

Otro camino es transformar la creencia en el Estado-nación, o en su simétrico, nación-Estado en idea a desechar. Separar la lealtad y la pertenencia a un Estado de la identidad cultural, diferenciando pues entre fronteras políticas y fronteras culturales. Los Estados deben renunciar a la pretensión decimonónica de construir naciones culturales normalizando sus poblaciones, pero los viejos nacionalismos de las llamadas naciones sin Estado, no deberían aprovechar cualquier poder del que disponen para nacionalizar, homogeneizar o normalizar sus territorios con ánimo indudable de construir nuevos Estados nación.

Superar el paradigma nacionalista supone que de la palabra nación no se infiera necesariamente una posición nacionalista y unos objetivos políticos nacionalistas. Es necesario trazar una línea que separe la esfera política y la esfera cultural que permita distinguir entre ciudadanía y nacionalidad y anteponer la primera a la segunda. La nacionalidad se refiere a la pertenencia o procedencia de un individuo a una comunidad cultural; la ciudadanía es la condición que hace libres e iguales a todos los miembros individuales de un estado, nos identifica con una cultura pública común, nos hace sentirnos miembros de la misma comunidad política, por encima de las identidades nacionales o culturales de cada individuo y de cada comunidad nacional o cultural con la que también se siente identificado. La nacionalidad debe dejar de ser la fuente de legitimación del estado, o la condición a partir de la cual se aspira al derecho a tener estado. El estado debe dejar de moldear o impulsar políticas de homogeneización cultural, lingüística, religiosa con el fin de conformar una nación.

Se hace imprescindible liberar a la nación del nacionalismo mediante una REFORMULACIÓN MULTICULTURAL Y DELIBERATIVA de la idea de cultura y nación. Toda comunidad debe considerarse (porque realmente lo es): 1) culturalmente plural, resultado de multiplicidad de prácticas, creencias, narrativas y usos lingüísticos; y 2) abierta al exterior, resultado de un flujo de intercambios, incorporaciones y mestizajes; 3) cambiante, resultado de las experiencias y luchas internas y externas; y 4) conflictiva, esto es, objeto de disputas por la hegemonía en la imposición de una versión determinada, de una articulación siempre contestable de intereses.

Esta reformulación supone superar el concepto prepolítico de nación basado en la lengua y la cultura y vincular más dinámicamente política y cultura. Es asumir que, al fin y al cabo, la cultura es política. Asumir que la democratización consiste en extraer del ámbito de lo heredado, temas, prácticas institucionalizadas y conflictos latentes y exponerlos a la luz de los argumentos del debate político.

El nacionalismo se sustenta en una visión estática de la cultura. Asume que las culturas son algo dado de antemano por la historia de cada país, un conjunto cristalizado de varios elementos: lengua, historia, símbolos, etc. Sin embargo, las ciencias sociales han puesto de manifiesto que esta pretensión es empírica y teóricamente insostenible: las culturas no son totalidades compactas y congeladas, sino procesos abiertos resultado de conflictos y luchas internas y externas.

Necesitamos alejarnos de la nación lingüístico-cultural y acercarnos a la nación política de ciudadanos, es decir, a la comunidad de ciudadanos fundamentada en los principios de democracia, libertad, igualdad y solidaridad. Una sociedad donde se respeta y ampara la pluralidad cultural que está en la base misma de la mayoría de los estados existentes. El nacionalismo busca la coincidencia en un mismo territorio de nación política y nación cultural; la democracia intercultural, posibilita la convivencia de varias culturas iguales en derechos sin que ninguna de ellas tenga que ser fundamento de la nación política o deba coincidir con ella.

La nación liberada de nacionalismo, valora positivamente la diversidad cultural. Además, reconoce un marco común para todos, basado en la igualdad de derechos y deberes, en la igualdad de oportunidades y en la posibilidad real de participación en la vida pública y social de todas las personas y grupos con independencia de su identidad cultural, religiosa o lingüística.

Supone, pues, un cuerpo de ciudadanos activos con los mismos derechos y deberes, que comparten el mismo espacio público y un proyecto democrático común, con respecto a la ley y a los procedimientos jurídicos y políticos. Estos ciudadanos pueden tener distintas identidades y prácticas culturales, tanto privadas como públicas. Estas opciones de cultura e identidad no afectan a su posición en el orden social, económico y político. A nivel cultural, como las prácticas culturales no se reducen al ámbito privado sino que tienen visibilidad pública, la interculturalidad será inevitable y cada vez más frecuente. Así pues se producirán intercambios, mezclas, hibridaciones, mestizajes.

La nación misma, su cultura/s, su lengua o lenguas, su futuro, etc. no se pueden asumir como herencia intocable del pasado, sino que debe formar parte del debate público presente. Si la nación es un proceso abierto y no un dato étnico-cultural objetivo, la deliberación exenta de coacción deber presidir la construcción democrática de la nación como comunidad política plural en permanente recreación parcial. La selección de mitos y símbolos (que nunca son neutrales), el relato histórico (plagado de decisiones de memoria selectiva y olvido) la lengua y la relación entre diferentes lenguas (resultado de opciones intelectuales y políticas), los objetivos y programas de autogobierno, etc., dejan de ser autoevidentes para transformarse en materia de debate abierto a todas las voces y acuerdo o conflicto democrático.

Tal como en su momento, en la tradición política occidental, Iglesia y Estado se separaron y la religión pasó al ámbito privado, en la actualidad, la democracia intercultural, exige secularizar el demos, es decir, que ninguna nación hegemónica pueda apropiarse del estado o de las instituciones de autogobierno. Puede haber culturas mayoritarias o minoritarias en un estado, pero ninguna de ellas puede atribuirse la propiedad o predominio sobre un territorio a través de su identificación con el estado o las instituciones de autogobierno.

La nación, ya secularizada, y por tanto tras perder su eternidad y su condición de sobrehumana, no puede mantenerse como una realidad dada e inmutable. Ni la existencia del Estado, ni el hecho objetivo, en su caso, de una comunidad cultural, son argumentos convincentes para defender la perennidad nacional. Siempre y ante todo, debe estar la voluntad democráticamente expresada por la ciudadanía. Son los vivos quienes con sus votos moldean una sociedad en continuo proceso de transformación, y no la voz inmutable de los muertos, expresada con frecuencia a través de dudosos y contrapuestos intérpretes de la tradición patria.

Liberar la nación de nacionalismo supone desnacionalizar el Estado. Es decir, que la nacionalidad no lo tiña todo, que las estructuras y relaciones no tiendan a ser sometidas a la lógica de lo nacional, que no queden inmersas en la tensión inevitable entre una y otra adscripción. Que la nacionalidad no sea una obsesión y no sea el constante soliloquio de la política, que el ciudadano no sea un oscuro objeto de deseo, porque su alma es la principal competencia que se disputan los diversos nacionalismos. Supone en definitiva que el Estado (Central y Autonómico) dejaran de considerar como su principal tarea moral la de perpetuar los rasgos de una supuesta y mítica diferencia nacional.

Para el nacionalismo los sentimientos y las identidades tienen primacía sobre las instituciones y las estructuras políticas: si éstas contradicen algún sentimiento o alguna identidad, que se cambien las instituciones, las constituciones y las estructuras políticas. Por el contrario, desnacionalizar el Estado, es establecer que lo que es válido son las instituciones que estructuran el espacio público como espacio de todos por estar libre de identidades, sentimientos y creencias religiosas.

Desnacionalizar el Estado, es el camino contrario a un Estado plurinacional. Éste no está menos impregnado de nacionalismo que otro uninacional, sino mucho más. El Estado plurinacional en España, lejos de resolver los conflictos entre nacionalismos constituyen un paso adelante en la dialéctica entre nacionalismo de estado y nacionalismos de oposición, un paso más en el infierno de definiciones identitarias en pugna constante. Los nacionalismos sólo pueden desactivarse replanteando el estado nacional y, como efecto, dejar sin sentido la reivindicación de la autodeterminación nacional.

El estado debe fundamentarse en el policentrismo competencial, la coordinación y la solidaridad como reflejo institucional de los valores libertad, igualdad y fraternidad. Un policentrismo no sólo entre el gobierno central y los gobiernos autónomos, sino también incluyendo a los gobiernos municipales. Profundizar en la división territorial de poderes debilita la dialéctica entre nacionalismos. Éstos se mueven cómodamente en la relación bilateral cada uno mandando centralmente en su territorio. La multilateralidad los confunde y debilita.

Todo ello conduce a la necesaria coordinación intergubernamental y a la cooperación política entre los poderes públicos centrales, autonómicos y locales para la adopción e implementación de políticas públicas coincidentes dentro del territorio del país, donde la igualdad y la solidaridad entre la ciudadanía debe ser el horizonte de las políticas públicas y de la cooperación entre los diferentes gobiernos.

El estado se configura así, en un espacio jurídico político donde deben articularse múltiples y diferentes intereses interdependientes, es por lo que el estado debe, necesariamente, estar en continua recreación, en continua adaptación para cumplir con su finalidad primera y fundamental: conciliar intereses contrapuestos.

Frente a esta visión, la nacionalista, considera que el estado está al servicio de la defensa de un solo interes, el “nacional”. Por eso la necesidad de hacer coincidir el interés de una parte con el de “todos”, disfrazando el interés particular de “nacional”. Cualquier otro interés en disputa es automáticamente deslegitimado simplemente calificándolo de antinacional. Con un calificativo, se ahorran argumentos de los que probablemente no disponen.

Las sociedades, cuanto más democráticas, más permiten que afloren a su superficie, que se hagan visibles, los diferentes intereses y puntos de vista. En las sociedades plurales y complejas, como la española, profundizar en la democracia haciéndola más deliberativa, necesita de un estado capaz de articular múltiples, diferentes e interdependientes intereses.

 

Breve comentario final:

 

PATRIOTISMO CIVICO

 

 Luis Bouza-Brey, 16-5-07, 11:00

 

Este es un magnífico artículo de un miembro de Ciudadanos en el Foro del Partido. Lo expongo aquí porque creo que sintetiza y articula la idea de patriotismo cívico, como aquel que se conforma en un Estado cuya estructura compleja legitima la pluralidad de identidades como expresión de la libertad. En él, el interés general no es monopolio de nadie, sino que constituye la definición polémica ---política---, transaccional y transicional del equilibrio entre mayoría y minorías. En este Estado complejo, la idea de Nación como sujeto del poder es esencialmente heterogénea, histórica y condicionada a la voluntad de los ciudadanos tal como se manifiesta en cada momento. No es un absoluto residente en el ámbito de las esencias inmutables, sino una construcción histórica inserta en el tiempo, cambiante y que se fija en normas constitucionales. Pero mientras exista, constituye la plasmación de la unión, la cohesión y la solidaridad política inmediatas. Romperla sin contar con la voluntad de sus miembros constitucionalmente expresada significa vulnerar y traicionar los valores que fundamentan la vida en sociedad. Porque la vida en una sociedad libre exige un mínimo valorativo y normativo que fundamentan y legitiman la libertad. La libertad no es posible sin valores y normas compartidos y respetados. Violarlos es destruir la libertad.

 

El sentido de esta argumentación es circular: la libertad no es posible sin valores compartidos; los valores de libertad se expresan en normas que posibilitan su existencia; si el uso que se hace de la libertad viola las normas que la fundamentan, la libertad se destruye a sí misma. El suicidio de la libertad deja a la coerción como único modo de mantenimiento de la sociedad.

 

Pero el sentido que subyace a la argumentación de Espinosa es el de la distinción entre nación cultural y nación política. La nación política es la expresión estatal de la unión desde las diferencias socioculturales por medio de la libertad que las legitima y sintetiza en el interés general. La nación política es la síntesis de la heterogeneidad en una noción de interés general y común. La Nación política como síntesis de naciones socioculturales ---nacionalidades---  e intereses grupales heterogéneos unidos en el interés general que se expresa por medio de un Estado complejo, produce una noción de unidad desde la libertad a la que llamamos Patria. La Patria fundamentada en la libertad y la heterogeneidad del Estado, la "Respública", constituye la síntesis de la voluntad de ciudadanos libres, que deben ser capaces de construir activamente una voluntad general que los una por encima de las diferencias. La "Respública" no sobrevivirá si no existe una ciudadanía consciente de la existencia de un  interés público diferenciado y de la necesidad de construirlo permanentemente, día a día, frente a los intereses particulares de individuos, grupos y particularismos económicos, sociales, culturales y religiosos.

 

APENDICE DE 2009

NO NACIONALISMO, NO. NACIONALISMO CIVICO, SI.

En este largo camino de clarificación y defensa de lo esencial, que son los valores democráticos, creo que desde 2009 podría concretar más lo que Espinosa intenta decir: creo que Espinosa está contraponiendo al nacionalismo étnico el nacionalismo cívico. No debería centrar el problema democrático en el nacionalismo, sino en el nacionalismo étnico. El nacionalismo cívico es lo que él defiende, aunque no lo diga así expresamente.

Por lo que a mi respecta, creo que en 2007 tampoco acerté del todo al centrar la defensa en el “patriotismo”, pues éste es un sentimiento de identificación que puede tener diversas cristalizaciones políticas: hacia el nacionalismo étnico, excluyente e impositivo, más o menos autoritario según las circunstancias y el contexto, o hacia el nacionalismo cívico, incluyente, democrático y constitucional, basado en la libertad.

En síntesis, no se trata de liberar a la Nación de nacionalismo, sino de nacionalismo étnico.