LA NACION IMPASIBLE
Artículo de Enrique Suárez Retuerta, un ciudadano español que no
renuncia a su soberanía, en “Ciudadanos en la red” del 16 de diciembre de 2009
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Decía uno de nuestros filósofos más reconocidos, Don José Ortega y Gasset, que la decadencia en España formaba parte de su urdimbre, era inherente a su sustancia, creo que lo decía en “La España Invertebrada”. Ciertamente ha sido así a lo largo de muchos siglos, y es que la patria nuestra se deja cocinar mal.
Don Miguel de Unamuno prefería atribuir a nuestra quijotesca idiosincrasia los
problemas que acontecían para definir una identidad homogénea, quizás porque lo
único que se puede delimitar en nuestro país de forma homogénea sea su
heterogeneidad.
Jovellanos, al igual que Francisco Giner de los Ríos hizo años después,
consideró que el mayor problema de nuestro país era la ignorancia, o mejor
dicho el abismo que separa una élite intelectual extraordinariamente culta de
una masa popular extravagantemente analfabeta. Ambos
trataron a su manera de corregir el abismo insoportable del que provienen las
Dos Españas, la que se aferra a la tradición y la que abjura de ella, en una
dialéctica imposible. La indolencia del pueblo, la insolencia de los
privilegiados, la síntesis imposible entre ambas, ha impedido un desarrollo
uniforme de algo parecido a una conciencia nacional
Don Américo Castro consideraba que el entramado del que provenía nuestra
indefinición era precisamente el haber sido frontera occidental de Europa a las
influencias orientales que trajeron judíos y musulmanes a nuestra tierra. Por
eso el catolicismo en nuestro país se hizo anatomía y no sólo fisiología, para
ser la barrera sur a la invasión europea de las culturas no occidentales. Sin
embargo, Don Claudio Sánchez Albornoz nos ofrecía una alternativa diferente,
que comparto, la de que España proviene de una mezcla singular de las tres
grandes religiones monoteístas, algo que no se produjo en ningún otro lugar del
mundo. La hipótesis de Américo Castro, en mi opinión, es sobrevenida pues
explica lo ocurrido tras la expulsión-conversión de los judíos y la toma del
Reino de Granada por los Reyes Católicos. Don Salvador de Madariaga ofrecía
para comprender nuestra extravagante dualidad una síntesis imposible entre la
jerarquía y la anarquía, porque ni una, ni otra pueden reducirse a su opuesta.
Decadencia, quijotismo, ignorancia, frontera y mezcla cultural, anarquía y
jerarquía, son algunos de los elementos que de forma no exhaustiva pueden
definir la idiosincrasia española. Hay muchas otras características como la
pasión sobre la razón, el orgullo sobre la humildad, la ira sobre la
tolerancia, la envidia, la soberbia, la improvisación, o el tedio, que también
nos definen.
Pero quizás la impasibilidad política de los ciudadanos sea la característica
patognomónica de nuestra triste coyuntura. El arcano que guía nuestro destino
es la imposibilidad de determinación, parece que alguien nos ha condenado a
vagar por el tiempo sin definirnos, porque no hay ninguna definición que nos
pueda incluir satisfactoriamente a todos, quizás porque en el fondo no queramos
definirnos. España es patria de indefinidos, porque al contrario que ocurre en
naciones similares, no todos los nacidos en España se consideran españoles, hay
vascos, gallegos y catalanes que se consideran no españoles, evidentemente son
minoría, pero se consideran con derecho a no ser definidos como españoles.
Decía el propio Macià que los catalanes no tenían
ningún problema con los españoles, sino con los políticos españoles que habían
tratado de forma miserable a Cataluña; el general López Ochoa, un catalán que
se consideraba español, confirmaba sus palabras y atribuía a la intempestiva
injerencia del dictador Primo de Rivera, junto a la abominación del Rey Alfonso
XIII por las autonomías en su reino, la inquina que nos condujo al desastre de
un conflicto bélico entre españoles. La guerra civil y la dictadura de Franco
tampoco contribuyeron a resolver el problema de los separatismos vasco y
catalán, en menor medida el gallego, navarro, balear, valenciano, andaluz o
canario, que también existen, sino más bien a agravarlos.
Sin embargo desde la antropología se puede resolver el problema de forma
objetiva, porque cada uno puede sentirse lo que quiera, pero no por ello debe
ser considerado diferente. Si hay algo que compartimos los españoles por encima
del idioma, la historia, la economía o la política, es sin duda la cultura.
España es un mosaico de culturas, que comparten mucho más de lo que disienten.
Está claro que hay en la cultura española –me atrevo a denominarla
civilización- un componente nomotético, común,
extraordinariamente mayor que la idiografía particular
de cada comunidad. No hay ninguna comunidad en España que sea más diferente que
las demás, porque todas tienen su propia historia, y su forma particular de
interpretar su hispanidad, en un amplio abanico de posibilidades, con la
excepción de algunos extremistas, tanto en su interés de segregación como en su
interés de cohesión absoluta, que no superan dos o tres desviaciones típicas,
de la distribución normal de la población española, es decir menos de un 10 %
de los españoles. Pero el 90 % de los españoles estamos de acuerdo en seguir
siendo españoles, y prácticamente el 100 % aprobaríamos ser europeos.
¿Por qué un problema que afecta como mucho al 10 % de los españoles que quieren
ser otra cosa distinta, condiciona y distorsiona la convivencia del 90 %
restante que acepta su condición hispana sin grandes problemas?.
¿Se piensan ustedes que si un 10 % de españoles quisieran un Estado fascista o
comunista serían igualmente atendidos?. ¿Se piensan
ustedes que si un 10 % de los españoles quisieran crear un Estado teocrático,
cristiano o musulmán, serían igualmente atendidos?.
Seguramente no, si vivimos en una democracia algo que el 90 % de la población
aprueba, aunque el 10 % lo rechace, no puede generar ningún problema político.
El problema que tenemos los españoles no proviene de nuestras diferencias
sociales insalvables, ni de nuestra falta de homogeneidad cultural, ni de
idiosincrasias extraordinarias. Esa disgregación artificiosa forma parte del
imaginario político sobrealzado mitológicamente sobre la impasibilidad de los
ciudadanos, desconocedores de su realidad soberana como españoles.
Los problemas de identidad que hoy se viven en España son una consecuencia de
la administración política de la distorsión y el conflicto, que permite a los
políticos mantenerse en una actitud irresponsable sobre los problemas reales de
los españoles que son la crisis económica, el paro, la corrupción, la ausencia
de democracia, la injusticia, la desigualdad, la opresión, o el engaño
continuado sobre nuestra situación real, que los medios de comunicación se
encargan de ocultar bajo referendums de juguete y
conflictos demagógicos.
El único problema que tenemos los españoles es que mientras estemos ocupados en
definir nuestra identidad, hay una ingente legión de aprovechados en la
política y sus ramificaciones sociales que viven magníficamente a costa de
todos los demás, sin cumplir con su trabajo que es traernos bienestar y
progreso. Los ciudadanos españoles llevamos más de un siglo debatiendo nuestra
identidad, porque a los políticos les interesa que no se acabe de definir y
determinar, así pueden seguir robando, haciendo lo que les dé la gana y sin
rendir cuentas a nadie. Porque en otros países, en los que no hay problemas de
identidad, tienen que rendir cuentas de forma exhaustiva sobre sus hazañas,
pero en España no, porque los políticos viven en plena irresponsabilidad e
impunidad.
El precio que pagamos los ciudadanos de este país por no estar claramente
definidos, es el de tener que mantener a un millón de sinvergüenzas que no
rinden cuentas ni a dios, ni al diablo, ni por supuesto a los ciudadanos
españoles, que les eligen para resolver sus problemas, cuando en realidad son
los más interesados en que no se resuelvan. Es una maldición ancestral, la que
sufrimos en este país, porque los poderosos, desde que fueron apeados del poder
en 1812 por los Padres de nuestra Patria, se han alíado
entre sí durante doscientos años para seguir manejando el poder a su antojo,
mientras excluían al pueblo soberano de decidir su destino.
No es cierto que España sea una nación imposible, eso es un cuento de los
políticos para seguir subvirtiendo el orden establecido en todas las
Constituciones que el pueblo español se ha concedido desde su soberanía. El
único problema que tenemos los españoles es que somos una nación impasible,
ante la usurpación política de los que se afanan en representarnos. Porque los
políticos de este país y a lo largo de generaciones se han convertido en una
casta feudal que ha impedido que el pueblo español sea dueño de su propio
destino.
El único problema político que hay en España es precisamente que los políticos
siempre han decidido representar sus propios intereses en su beneficio, antes
que los intereses de los españoles. Ese cinturón de hierro de la oligarquía
política es el yugo que este pueblo no puede seguir soportando, porque ha
llegado la hora de romperlo sobres sus espaldas, porque nunca medraron los
bueyes en los páramos de España como dijo con extraordinario acierto Miguel
Hernández.
Mientras los españoles sigamos impasibles, España seguirá siendo imposible y
los políticos serán los señores feudales de un pueblo de siervos oprimido, como
en la Edad Media. La domesticación-civilización de los depredadores que dicen
representarnos es la única solución a nuestros problemas, no hay otra, o lo
hacemos ahora, o acabarán con todo lo que somos, y no queda demasiado tiempo.
Mientras no seamos capaces de que la Ley esté por encima de los políticos, como
está por encima de los ciudadanos, este país no podra
vivir en paz, ni progresar serenamente.