EL GIRO DE JOVELLANOS

 

Artículo de Iñaki Ezkerra  en “La Razón” del 01.05.08

 

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Eran ilustrados hasta la médula, pero se percataron a tiempo de que Napoleón no representaba a la Ilustración sino lo contrario: la tiranía, el plebeyo afán de emular a los reyes y el militarismo más ramplón. Eran progresistas pero, por esa razón, se dieron cuenta de que la Francia napoleónica iba contra el progreso y hasta contra sí misma pues desangró a su mejor juventud en los campos de batalla y perdió el primer tren de la industrialización. Eran afrancesados, sí, pero se rebelaron contra los franceses. Supieron dejar de mirar ciegamente a la teoría aprendida, a la propaganda manida, al tópico simplista, al estereotipo cómodo, a la moda superficial, al progresismo oficial, a la «progresía» de la época, y girar la cabeza hacia su pueblo, hacia su nación, hacia su corazón y hacia la realidad. Supieron entender, más allá de las etiquetas, los clichés y los carnés de revolucionario, lo que estaba sucediendo en España y ponerse del lado de su paisanaje para luchar contra el invasor.

El hombre que mejor representa ese giro de la mirada que, antes que ideológico, habría que llamarlo «intelectual» y «moral», es Jovellanos. Uno ha tratado muchas veces de imaginar cómo sería la cabeza de ese hombre que, en un tiempo de tinieblas en el que parecen nublados las reflejos del Siglo de las Luces, es capaz de ver el verdadero norte de la centuria que queda atrás, lo esencial, lo realmente importante, y prescindir de los ropajes que se han convertido en disfraces. Jovellanos tiene claro, en contraste y en contra de muchos de sus compatriotas intelectuales, que Ilustración y patriotismo no son conceptos que tengan que estar enfrentados y que nunca será más moderno ni más europeo ni más intelectual ni más amante de la libertad que poniéndose de parte del pueblo llano y enfrentándose al Napoleón que ya para entonces había defraudado a Beethoven o a Hegel, a Hölderlin y a Schelling como nos los recuerda Félix de Azúa en un fino ensayo titulado «El aprendizaje de la decepción». Se habla estos días de los bonapartistas y se les llama traidores. Quizá lo que de verdad habría que llamarles es provincianos porque toda su ceguera se debía al desconocimiento, la frivolidad y el afán por estar en lo que creían que era «la pomada ilustrada». No sabían que la Ilustración ya iba en Europa por otra parte. Así que Jovellanos, además de un patriota, fue un ilustrado auténtico y un hombre al día. Jovellanos es quien salva, paradójicamente, la dignidad de los afrancesados al elegir el bando acertado en contra de quienes se aliaron con el enemigo de España creyendo que la Historia estaba de su parte. ¿De qué nos suena esto? ¿Quizá del presente?

Jovellanos supo estar siempre donde había que estar y cuando había que estar. Y lo hizo con sencillez y naturalidad, sin estridencias ni protagonismos estelares. A uno, de Jovellanos le conquista lo que tiene de personaje gris y a la vez de inteligente, de recto, de comprometido y de templado. Con esa sencillez y esa naturalidad suyas Jovellanos le da calabazas al poder cuando llama a su puerta. Rechaza la cartera de Justicia que le propone José Bonaparte y acto seguido acepta entrar en la Junta Central en defensa de nuestra nación. Mañana, 2 de mayo, yo me acordaré de ese asturiano culto, de ese afrancesado listo, de ese santo laico, como de ese giro lúcido y ético de su mirada que todavía nos ilumina en un tiempo de oscuridad.