LA PASIÓN DE BONO

 

 Artículo de David Gistau en “El Mundo” del 12.04.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Bono se ha sacado a sí mismo de procesión durante una larga semana en la que el periodismo al completo le ha hecho de costalero.A esa labia suya, rugosa cuando se despega del velcro de la jota, no le faltarían salidas profesionales en la hora insomne del whisper-xl o en el púlpito de un telepredicador. Mientras tanto, tiene recién ganado el prestigio del samurai capaz de abrirse el vientre antes que ofender su credo, y además ya no le ata esa cartera de ministro que le fue dada con la intención fáustica de comprarle el alma para desactivarlo. Así, Bono no se retira, sino que tan sólo se repliega a la espera de que la izquierda españolista le reclame proyectando en el cielo un símbolo luminoso como el que servía para llamar a Batman. Todo esto ha sido dicho durante la última semana de pasión, en la que tantos han ayudado a Bono a cargar con su cruz hasta esa verbena final de dimisión en la que sólo le faltó mandar cuadrarse a Manolo el del Bombo, otro que siente España alabimbombán incluso en la melancolía de la eterna derrota.

Sin embargo, y más allá del éxito de audiencia de su último hurra, de su renovación de la machada solitaria de Cascorro, a uno se le antoja que Bono ha hecho el panoli. Permaneció abducido por el nacional-socialismo mientras a Zetapé le convino tener sobre el televisor una muñeca legionaria a modo de adorno españolista.

Superado mal que bien el proceso de cambio de régimen, con el Gobierno de nuevo reventón y sobrado en las encuestas, Bono se va precisamente cuando ya no le necesitan ni como coartada ni como conexión moral con los sectores socialistas menos dispuestos a mercadear a cambio de poder y más espantados por el órdago secesionista al Estado y por el advenimiento del nacionalismo como nueva casta patricia que tan sólo nos concede, a partir de ahora, una generación de respiro parasitario antes de volver a por más. Si en verdad Bono se sacrifica porque le duele el destino de España urdido por Zetapé, su hara-kiri hubiera sido útil de haberlo cometido antes, y no después, de la aprobación del Estatuto, de la que fue cómplice por pasividad moral y por una lealtad rayana con el peloteo ciego a Zetapé. Bono se ha ido a tiempo de salvarse a sí mismo cuando el Gobierno entra en el campo de minas de la negociación con ETA. Pero su dimisión, ocurrida en el momento elegido por Zetapé, no trasciende el mero gesto individual, pues no abre una corriente alternativa -los 40 a la espera de un capitán- porque, incluso ahora, Bono está atrapado por el síndrome de Estocolmo y por esa misma disciplina de partido que impide a los españolistas del PSOE imponer los principios sobre el afán de poder en la jerarquía de importancia.

Queda la posibilidad de creerse que en verdad se ha ido para pintar soldaditos de plomo en la intimidad familiar.