LA REBELIÓN DE MONTILLA

Artículo de Rafael González Rojas en “El Semanal Digital” del 10 de enero de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

No es que estén los políticos catalanes en la estratosfera, como dice Alfonso Guerra que están; es que se han tirado al monte. Ya llevan tiempo en el monte. Desde que el Gobierno del señor Rodríguez Zapatero empezó a chalanear con ellos, engañando a unos -a Artur Mas sin ir más lejos-, y enguizgando a otros -como a Montilla-, todos están en el monte. O casi todos. Y en el caso del Molt Honorable cordobés, o está compinchado en la misma felonía separatista con el inquilino de La Moncloa o le ha salido respondón.

El caso es que Zapatero se quiso asegurar una tranquila gobernación mediante la compra de votos. Con el PP no quería ir ni a coger moneditas de cinco duros; ni de dos reales. Nada. (Patxi López está demostrando en el País Vasco mucho más sentido de Estado: espero que, al final, no nos la dé con queso). Pero es que Zapatero es un gobernante tan torpe que no da una a derechas. Todo lo complica. Donde hay un problema, Zapatero, en vez de una solución origina un problema aún mayor. Cada vez que se debaten en el Congreso leyes de cierto calado, se le complican las cosas al Gobierno. Y no por circunstancias ajenas a la gestión gubernativa, como pudieran ser en parte la crisis y el paro, sino porque las decisiones de Zapatero son generadoras de más problemas.

Ahí tenemos la última: la rebelión de Montilla. El Molt Honorable cordobés ha lanzando un potente artefacto contra la estabilidad nacional en forma de carta. La ha enderezado a unas 200 entidades catalanas a las que les pide una respuesta unitaria en caso de que el Tribunal Constitucional recorte el Estatuto catalán, pendiente de dictamen.

Lo grave de esta insólita actuación no es, con serlo tanto, que se pida una actitud contraria a una sentencia todavía inexiste; lo gravísimo es que el promotor de tan denigrante iniciativa es el presidente de la Generalitat, y por ende representante del Estado español en Cataluña, con mandato sobre siete millones y medio de catalanes, a cuya inmensa mayoría le importa un bledo el Estatuto; que no le quita el sueño, vaya, sino que se lo quitan otros problemas de la vida cotidiana, como son el paro, la crisis económica y todo lo que uno y otra acarrea. Como ha dicho muy acertadamente la presidenta del Partido Popular de Cataluña, Alicia Sánchez Camacho, que debe ser de los pocos políticos que no se han tirado al monte, "la Generalitat no se merece un presidente como Montilla".

Pues no, tiene razón. Porque es Montilla, el presidente de la Generalitat y representante del Estado español, el que anima a la sociedad civil a levantarse contra el Tribunal Constitucional del Estado español. No es la sociedad civil catalana la que les pide a sus políticos que se enfrenten contra la política y decisiones que emanen de las instituciones del Estado, sino que son los políticos, encabezados por el representante del Estado, quienes les piden a los ciudadanos que se enfrenten al Estado. ¿No es de locos? Increíble, dice Guerra; lamentable, califica Sánchez Camacho; falta de respeto, añade Rosa Díez, para quien Montilla se ha comportado como un vulgar batasuno.

En cualquier caso es un vergonzoso episodio, impensable que ocurra en ninguna parte del mundo políticamente civilizado, con un Estado de derecho riguroso y serio, donde el comportamiento de un político como Montilla sería reputado delito contra la seguridad del Estado, y por cometerlo un alto funcionario del mismo, calificado de alta traición.

Pero aquí, nada. Zapatero, el verdadero responsable, está permitiendo que el Partido socialista en Cataluña sea cada vez más nacionalista; y su líder allí, al que sus principios, si alguna vez los tuvo, los han devorado sus complejos de xarnego converso, no ha dudado de liderar, por puro electoralismo, un frente anticonstitucional y antiespañol, e intentar una rebelión desde el mismo poder.

No nos queda más remedio que esperar a las próximas elecciones. Son mayoría los catalanes que echan en falta un líder con sentido común y con sentido práctico. Es lo menos que se merece un pueblo que tiene fama de poseer grandes dosis de uno y otro sentido.