PUES YO NO QUIERO SER SARKOZY

 

(más sobre la “transversalidad” y laicismo)

 

 

 Artículo de Carlos Martínez Gorriarán en su blog de “¡Basta Ya!” del 3-11-07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Félix Ovejero nos ha dedicado dos piezas, casi seguidas, publicadas respectivamente en Letras Libres y en El País. En ambos casos aborda el problema de la transversalidad de UPyD, aunque el fondo del asunto sea una consideración más general sobre la viabilidad de este concepto y su consistencia ideológica y política: la conclusión es derogatoria. Está claro que Ovejero no cree posible la existencia exitosa de un partido que se defina transversal, y que en cualquier caso si un partido semejante tuviera éxito habría que achacarlo –el éxito- más a los encantos del fraude y el atractivo demagógico de la inconsistencia que al mérito de la idea, pues como para Ovejero no hay idea transversal alguna, la transversalidad no es una idea. Desde su punto de vista, toda idea política es necesariamente de derechas o de izquierdas, de manera que tratar de ver la política de otro modo no sólo negaría algo de su esencia (es el transfondo aristotélico de la izquierda clásica), sino también mucho de su lugar natural (más aristotelismo), y en cualquier caso arrastraría a la recta razón fuera de las coordenadas naturales del conocer, que son dos: derecha e izquierda. Así pues, las cosas o son de derechas o son de izquierdas y lo son mucho o poco, extremada o tangencialmente, pero son lo que son y no confundamos la cosa, esa distinción básica que sobrevive a cualquier contingencia. ¿Les suena?: a mí a un pensamiento preñado de transfondo religioso, donde derecha e izquierda son formas de la trascendencia que sustituyen al Mal y el Bien tradicionales. En ética es adecuado (bien y mal moral, verdad y mentira), pero, ¿qué pinta esto en la política, reducida a una eterna querella de la izquierda contra la derecha?

 

Este último enfoque me recuerda al de un catedrático de Lógica que ocupó el cargo de decano de la Facultad de Filosofía de la UPV, entonces ubicada en un ruinoso hospicio sobre la verde colina de Zorroaga. Cuando el clima arrancaba un tejado e inundaba la biblioteca o cualquier otra molesta contingencia, el señor decano despachaba así a la correspondiente comisión de reclamaciones: “No tenemos dinero para un tejado nuevo. No tiene solución. Y lo que no tiene solución, no es un problema”. ¡Magnífico! Llevemos el mecanismo al razonamiento de Ovejero sobre la necesaria topología izquierda-derecha de cualquier idea política (o partido): “Las ideas de UPyD no son de izquierda ni de derecha (o eso dicen ellos). Por lo tanto no son ideas, puesto que todas las ideas son necesariamente de una u otra naturaleza. Y lo que no es una idea, es un fraude”.

 

Yo firmaría que el “transversalismo” es un fraude o un seudoconcepto si alguien argumentara seriamente que se trata de un ismo que pretende integrar, superar o lo que sea los idearios clásicos de la izquierda y de la derecha. Ya lo intentó Mussolini, con los resultados conocidos, y en general es el empeño de todo nacionalismo que se precie. Pero sí sé por qué UPyD –o cualquier partido similar- es “transversal”: porque la transversalidad no es un conjunto especial de ideas, sino la descripción del lugar de un proyecto político entre la oferta de partidos. UPyD pide a ciudadanos de derecha e izquierda, o que como es más corriente se muestran indiferentes a esta clasificación, que trabajen juntos en un proyecto político común que bien cabe definir como “regeneración de la democracia”. Naturalmente, en un partido así no entra todo –a diferencia del PSOE e incluso del PP en sus peores días, como estos últimos-, sino solamente aquellas personas convencidas de que la democracia en España pasa por muy malos momentos.

 

El problema radica en que Ovejero atribuye a la izquierda la exclusiva de las ideas fundamentales de la democracia, y le cito: “la igualdad, la extensión del control democrático y la erradicación de las diversas fuentes de despotismo”. Son, sin embargo, las ideas básicas de la república (versión latina del griego demokratia). La izquierda ha traicionado infinidad de veces ese sistema de ideas que Ovejero le atribuye en exclusiva, aunque se remontan a los sofistas (denostados por Platón y Aristóteles) y Pericles. Ideas que también sostiene y fomenta la derecha democrática, y bastante antes de que la izquierda más clásica las descubriera. ¿Necesitaron los ilustrados británicos lecciones de Rousseau –que tanto tenía que aprender- sobre la cuestión? ¿Stuart Mill aprendió el valor de la libertad leyendo a Marx? ¿O Bertrand Russel el de la igualdad en sus conversaciones con Lenin? Un poco de seriedad, por favor. Así pues, no es cierto que la izquierda sea la depositaria y abanderada histórica, en solitario, “de los ideales clásicos de (…) igualdad, la extensión del control democrático y la erradicación de las diversas fuentes de despotismo”. Si la izquierda tiene ideas valiosas que le pertenezcan en exclusiva, Ovejero tendrá que buscar otras.

 

Volviendo a lo nuestro, el problema político principal de la España de hoy es que la libertad, la igualdad y la ciudadanía no paran de retroceder debido al excesivo peso de los nacionalismos y, sobre todo –porque lo anterior es consecuencia de esto-, por la mala estructuración institucional de nuestra democracia, empeorada sin duda por la escasa exigencia política de la mayoría social. Solucionar esto no es tarea exclusiva ni de la izquierda ni de la derecha clásicas, sino de ciudadanos que se reúnen en un partido comprometido con ese programa común de regeneración democrática. En este sentido es, ciertamente, un programa transversal, pues enlaza izquierda y derecha a la manera de un vaso comunicante. Es además –quiero subrayarlo- un programa laico, porque no cree en la trascendencia de los idearios de izquierda y derecha tradicionales. Es decir, no acepta de modo sectario que ser de izquierdas equivalga a ser justo, inocente y solidario (o todo lo contrario), y ser de derechas signifique ser trabajador, consciente y responsable (o todo lo contrario). Esto no tiene nada que ver con querer ser como Sarkozy o Angela Merkel (aunque sí, lo admito, con no querer saber nada con Maragall o Zapatero). Ni menos con comulgar con Goebbels en la manipulación del lenguaje, como insinúa la malévola cita final de Ovejero. A quien, por otra parte y para edificación de su ideología, deseo que los Espíritus de la Izquierda Pasada, Presente y Futura le visiten estas Navidades, como en el famoso cuento de Dickens. Sin duda le harán muy feliz con sus revelaciones emancipadoras. Los demás no tenemos tiempo para cuentos.