UNA HUELGA CONTRA
LA DISCRIMINACIÓN POLÍTICA
Artículo de Carlos Martínez Gorriarán en su blog de “¡Basta Ya!” del 07.04.08
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
A estas alturas ni siquiera es posible saber si la
huelga de los trabajadores de la administración de Justicia no transferida está
desconvocada o no, si su fin depende del asentimiento de los miles de
huelguistas a través de un referéndum, o si los afectados de alguna comunidad
autónoma se descolgarán del acuerdo general, en el caso de que éste se haya
producido. Lo que sí sabemos es que el ministro Fernández Bermejo ha
desconvocado una huelga que él no ha convocado –son los milagros del zapaterismo, ya se sabe, la asunción espontánea y
entusiasta de competencias que no competen al interesado-, y que la relación
entre los sindicatos clásicos llamados “de clase” –UGT y CCOO- con los nuevos
sindicatos profesionales –CSI-CSIF y STAJ- está al borde de la ruptura,
si no está rota ya. En realidad, en el interior de la propia CCOO hay una fuerte
tensión entre los afiliados en huelga y sus representantes, y el aparato de la
confederación sindical. A la vista de todo esto, parece prematuro dar por
finalizada una huelga que va mucho más allá de una petición sindical corriente,
centrada en las mejoras salariales y laborales.
¿Qué pedían los funcionarios en huelga? Desde luego,
la homologación salarial y laboral con sus iguales transferidos a las
comunidades autónomas. Pero también algo más difícil de expresar y que los
medios de comunicación no acaban de captar, quizás debido al peso de la rutina
y de las interpretaciones más tradicionales, alentadas por el Gobierno y sus
terminales mediáticas (¿se han dado cuenta de que los que en otras huelgas son
los muy respetables “trabajadores” se convierten en sospechosos “funcionarios”
cuando el patrón es el Gobierno?) Me refiero a que esta era, y quizás siga
siendo, una huelga contra la discriminación política y a favor de la
igualdad.
Las diferencias salariales entre funcionarios
transferidos y dependientes del Gobierno sólo expresan una diferencia más de
fondo, y un fenómeno muy negativo en plena expansión: el fin de la igualdad por
efecto de la centrifugación del Estado. El mismo trabajo, con idéntico encargo
profesional, es pagado de muy distinta manera, y aparece sometido a reglas y
requerimientos distintos, en función de la taifa autonómica donde una
tenga la suerte o desgracia de aterrizar. No se trata ni mucho menos de dinero
y trabajo: se trata también de autoestima, de igualdad, de reconocimiento, de
condiciones profesionales de trabajo ligadas directamente a los valores de
responsabilidad y libertad. De todo eso que ya ha desaparecido, o está en
camino de hacerlo, en las administraciones transferidas anárquicamente a las
comunidades autónomas: sanidad, educación, agencias estatales o justicia. No es
ninguna casualidad que la administración de justicia sea una calamidad, sobre
todo si se compara con otras mucho más complicadas, como ayer señalaba con
acierto Soledad Gallego en
El País. Pero, y aunque esto no lo señale la analista, el problema radica en la
retirada del Estado del campo de sus responsabilidades, como la de asegurar la
igualdad de todos, y en su conversión acelerada, y por la vía de los
hechos consumados, en un sistema de taifas al servicio de las élites locales.
El problema está en el modelo de Estado, o mejor dicho, en su completa
evaporación.
Esta última es la razón de que los sindicatos
clásicos, como los partidos clásicos, se empeñen en reducir un conflicto
político muy serio, que expresa profundos descontentos y alarmas sociales, en
mera cuestión de negociar la pasta y el estatus. Sobre todo UGT, y el sector
de CCOO más ligado a IU y al propio PSOE –que hace lo posible para moverle la
silla a José María Fidalgo y su equipo, a mayor gloria del aparato socialista-,
han decidido actuar como sindicatos áulicos del PSOE y de su Gobierno, dando la
espalda a los afectados e ignorando por completo los valores clásicos de la
igualdad y la función de servicio público de la administración. La Justicia no
está, en España, tanto al servicio de los justiciables, los ciudadanos
implicados en pleitos, como al del establishment,
disperso en sus intereses territoriales. Por eso la Justicia tiene cada vez
menos que ver con la justicia, como puede verse. Contra eso también protestan
los trabajadores en huelga, y por eso mismo era previsible la reacción de uno
de los peores personajes del Gobierno Zapatero: echar unas monedas sobre la
mesa y dar el problema por zanjado. Pero es posible que esto sólo sea el
comienzo: la cuestión de la igualdad de los ciudadanos y de la dignidad y
finalidad de los servicios públicos, privatizados por los partidos
tradicionales, no se va poder barrer debajo de la alfombra tan fácilmente.