DE LA AFICIÓN AL TEJEMANEJE Y EL CHANCHULLO

 

Artículo de Carlos Martínez Gorriarán en su blog de “¡Basta Ya!” del 08.04.08

 

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Una forma sencilla de explicar el significado del concepto “regeneración democrática” es la siguiente: regeneración democrática es la vuelta al principio de que las leyes deben ser obligatorias, pocas e iguales para todo el mundo. No es algo sencillo, desde luego, y por eso de vez en cuando se hace imprescindible una revisión del sistema para ver si, en efecto, las leyes y normas siguen siendo respetadas y respetables, o si el sistema se ha convertido en una caricatura de lo que se pretendía. Pasa en todos los países con mayor o menor frecuencia, y también con distintas consecuencias: Italia parece un Estado incapaz de salir de su marasmo pese a las convulsiones y crisis constantes que se producen allí; el tema de las últimas elecciones generales en Francia fue, precisamente, la renovación de la clase política y del sistema en su conjunto; en Estados Unidos hay un debate abierto casi permanente, que ahora se expresa en las primarias del Partido Demócrata. La lección que cabe extraer de esta recurrente revisión de la salud del sistema político es que la democracia necesita frecuentes sacudidas para mantenerse viva: es un sistema conflictivo que necesita de la crítica para mejorar y superarse.

 

España es, sin embargo, un país donde el tema de la regeneración democrática y la revisión del sistema constitucional gozan de escasos apoyos. Aquí lo corriente es el conservadurismo –transversal: de izquierda y derecha-, que expresa el miedo a los cambios de fondo e incluso de forma. Hay desde luego miedos razonables, pero muchos otros son miedos interesados: los del establishment que se niega a dejar de serlo o a compartir el chollo con nuevos competidores. Hay además un problema adicional: el escaso aprecio que tiene la verdad entre nosotros. Se prefiere a la verdad, con mucho, la mentira consoladora, el autoengaño y la vieja picaresca. Los chorizos y granujas son, con frecuencia, los tipos más admirados. Eso explica que alcaldes condenados por corrupción y especulación urbanística sean jaleados y apoyados en sus pueblos, en un país donde la gente dice estar preocupadísima por la carestía de la vivienda. Ejemplos los hay a miles…

 

Uno particularmente interesante es la facundia con la que los negociadores con ETA durante el reciente “proceso de paz” (el mal llamado), y me refiero a Jesús Eguiguren pero no sólo a él, explican con cierto lujo de detalle los vericuetos de la negociación y los compromisos a los que estaban dispuestos a ceder con tal de conseguir pasar a la historia y llevarse a la Casa del Pueblo el trofeo de la Paaaaazzzz. De la lectura de esas infamias, que ya han sido ampliamente comentadas, destaca la alegre disposición de los negociadores, que pretendían representarnos sin ningún derecho, a vender nuestros bienes políticos y éticos –nuestras libertades- a cambio de apuntarse un éxito dudoso en su cuenta de resultados. Es impresionante la tranquilidad con la que se acepta, como si tal cosa, que una Mesa de partidos con ETA sentada en la cabecera debía sustituir, como si nada, a los órganos representativos de la democracia, y a la misma voluntad de los votantes expresada en las elecciones. Conmueve la naturalidad con que Eguiguren y sus pares aceptan la necesidad de regalar a ETA triunfos como la negociación bilateral con el Estado bajo supervisión de agencias privadas de logreros internacionales. Y todavía hay muchos enterados que siguen sin querer enterarse de lo que realmente se estaba cociendo, aunque lo cuenten los cocineros.

 

Pero, ¿no se enteran porque no quieren, o hacen como que no porque están completamente de acuerdo con la receta? Me inclino por la segunda posibilidad. Digámoslo claramente: hay una parte importante de la opinión pública a la que le da lo mismo qué se concede a ETA si esa concesión les libera de la molestia de fingir solidaridad con los perseguidos o grave indignación con los liberticidas. La mejora de la democracia avanzaría muchísimo si esto se tuviera en cuenta, como también, en un grado menor de importancia, el apoyo popular que tienen en muchos sitios la corrupción y el cohecho. Para solucionar un problema primero hay que reconocer que existe. Y el nuestro es un pobre aprecio de la verdad y la libertad, mitigado por la simpatía hacia la caradura, el ventajismo y el chanchullo en cualquiera de sus múltiples expresiones. Por eso Eguiguren, y no sólo él, puede exhibir ufano, como un mérito político excepcional, el fracaso de su intentona y la de su partido. De la intentona de vendernos por un menú de sidrería, vaya.