MARÍA
Artículo
de Carlos Martínez Gorriarán en su blog de
“¡Basta Ya!” del 22 de mayo de 2008
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Hubo en
tiempos una popular radionovela que se titulaba “Símplemente
María”, o algo así, y que versaba sobre una pobre María bastante simple, a la
que le pasaba de todo lo lacrimógeno. Me pregunto si algún guionista del PP
pensaba que María San Gil pertenecía a esa especie. De ser así, se engaña
sobremanera. Asistimos estos días al espectáculo siempre deprimente del acoso
moral a quien habían elevado a la categoría, casi inhumana, de “símbolo moral”.
Como muy bien ha resumido Carlos Iturgaiz, algunos
parecen creer que la antigua Juana de Arco es ahora Juana la Loca, y se disponen
a retirarla de la circulación recluyéndola en algún castillo palaciego a cargo
del Estado. Se equivocan de nuevo, porque María es la clase de persona que se
irá o se quedará, pero resulta imposible de recluir. Hará lo que en
conciencia crea mejor, y es esto lo que la hace admirable, y admirada incluso
por quienes no coinciden con ella en bastantes cosas, como es mi caso.
Lo cierto es
que la reacción de María a los devaneos de Rajoy con el cambio de estrategia
hacia el nacionalismo ha sacado a relucir algunos de los problemas más
acuciantes del funcionamiento de los partidos políticos. Pero eso, en todo
caso, habría que agradecérselo. Está, en primer lugar, la cuestión de la
confianza: es fundamental para que funcione cualquier asociación de seres humanos,
y por ende los partidos políticos. No importa cuán excelente y perfecto sean un
reglamento y un sistema de organización, porque fracasarán si la confianza
mínima indispensable desaparece, como ha ocurrido entre diversos sectores del
PP. Y eso tiene una solución dificilísima porque, como se ha demostrado en este
caso, un texto o papel no pueden sustituir a un sentimiento básico de empatía,
simpatía o antipatía.
Está, también,
el problema del famoso “debate de ideas”: tiende a desaparecer en los partidos convertidos
en grandes maquinarias, suplantado por una identidad o “imagen de marca”, en
términos mercadotécnicos. ¿Y qué sucede con la imagen de marca?: que por
excelente que sea, tampoco puede sustituir indefinidamente a ideas confusas o
contradictorias. Y, por cierto, en el PP la confusión viene de lejos: pese a la
abundante retórica antinacionalista, son gobiernos del PP los que han impulsado
y aprobado impresentables políticas de “normalización lingüística” en Baleares
y Galicia, por ejemplo. El aznarismo enmascaró esta
vieja tendencia a la asunción de principios centrífugos, pero su crisis ha
servido para sacarla a la luz (lo mismo cabría decir de la aceptación acrítica
del cálculo del Cupo vasco y la Aportación Económica navarra, auténticos
privilegios fiscales que el PP asume tal cual).
Está
finalmente el problema del hiperliderazgo, del
excesivo descanso de la imagen de marca de un partido en un líder fácil
de desmoronar si fracasa en el empeño de ganar las elecciones, que es, ni más
ni menos, lo que le ha pasado a Rajoy. Junto al hiperliderazgo
ejecutivo heredado de Aznar, el PP tenía en su seno el hiperliderazgo
moral de la resistencia a prueba de bomba –literalmente- del PP vasco,
admirablemente encarnada por María San Gil. Pero sucede que una política de
resistencia puede no ser muy adecuada para ganar elecciones, y entonces el
liderazgo moral puede chocar con el meramente político, pues ambos responden a
requisitorias diferentes: aguantar el acoso y ganar el poder, respectivamente.
Creo que María
ha sido una víctima de esta dislocación, precipitada por los rasgos admirables
e idiosincrásicos de su carácter (que tan bien disfrutamos y conocimos sus
compañeros en Basta Ya); integridad, lealtad y honestidad a toda prueba
junto a –contra, en este caso- incapacidad para el disimulo y testarudez
lindante con el tancredismo. Es difícil que quien ha hecho de la resistencia a toda tracción exterior, sea
oportunista o violenta, todo un ejemplo vivo de virtud política contemple,
no digo ya con simpatía sino con humana comprensión, la tendencia a adaptarse y
moverse hacia donde quieren quienes más empujan sin exponerse a sufrir el
desgaste inexorable de la resistencia.
Con su
negativa a moverse sin recibir explicaciones ni razones suficientes y creíbles,
María ha precipitado una crisis de su partido cuya principal motivación radica,
sin embargo, en la volatilidad de un proyecto político cuya retórica emocional
no puede vencer a los intereses, ya consolidados, de baronías territoriales y
realismo adaptativo. Para evitar la conversión de la España constitucional en
una confederación de taifas no basta con emocionarse con la bandera, hay que
hacer otras cosas a las que se niega el PP: cambiar la Ley Electoral y la
Constitución, por ejemplo. Y ese es el problema. Dicho lo cual, quienes quieren
llevarse con ellos el capital político acumulado por la resistencia cívica y
humana de María, sin dar gran cosa a cambio, deberían tener al menos la
honradez de afrontar ese debate estratégico que Rajoy atesora en el secreto almario
de sus asesores. Como no va a ocurrir, el PP lo tiene claro. Lo malo es que una
democracia solvente no puede pasarse sin oposición. Por no hablar del
sufrimiento innecesario y gratuito infligido a María y sus muchas marías
vascas, degradadas de Juana de Arco –innecesarias en una democracia- a Juana la
Loca, incluso por algunos dicharacheros tertulianos que antes se pegaban por
bailarle el agua. No era necesario, y es una afrenta al sentido de la decencia,
tan importante como la confianza. Besos, María.
* * *
PD: escribí
este comentario-homenaje a María San Gil -desde la amistad y la rivalidad
política- antes de que ella adoptara la decisión de abandonar sus
responsabilidades en el PP, hecha pública
ayer. Teniendo en cuenta las razones profundas de su
compromiso, seguramente esto significa su retirada de la primera línea
de cualquier partido. No es una buena noticia para la democracia en
general que el PP no haya sido capaz de retener a alguien como ella, se esté o
no de acuerdo con todas sus posiciones. Pocas expresiones más claras que ésta
del final de cierto tipo de idealismo que, guste mucho o poco, ha sido
vital para mantener el tipo, en algunos de los peores años, contra ETA y el
nacionalismo obligatorio. Puede significar, en cambio, la instalación en
el PP de un cinismo al estilo del de Patxi López
y sus colegas del PSE. Veremos.