FRACASO ESCOLAR, FRACASO GENERAL

 

 Artículo de Carlos Martínez Gorriarán en su blog de “¡Basta Ya!” del 15 de septiembre de 2008

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Ayer se publicó el dato de que España es el único país de la Unión Europea donde aumenta el fracaso escolar. En el mismo periódico al que enlazo la noticia, una de sus mejores firmas, Soledad Gallego-Díaz, se escandalizaba de que en el pasado debate del Congreso de los Diputados sobre la crisis económica –o sea, la “acelerada desaceleración”- ningún parlamentario ni partido hablara del grave problema económico que significa el atraso educativo de la sociedad española. Es falso que nadie hablara del asunto: Rosa lo mencionó nada menos que dos veces y en el sentido deseado por Soledad Gallego-Díaz, esto es, que la crisis sirviera para invertir más y mejor en educación, no para justificar recortes. Pero una de dos, o Soledad Gallego-Díaz no asistió a todo el debate, o es una sectaria, o se lo contó un sectario. Dejando de lado ahora este detalle importante, tiene toda la razón al afirmar que un país donde montones de jóvenes tienen una preparación educativa precaria arrastra un doble problema: cultural-educativo y económico.

 

Para explicar el dato desastroso, la ministra de educación, Mercedes Cabrera, ha mencionado el problema de la alta oferta de empleos jugosos que arrancarían a los jóvenes de las aulas para ponerles detrás del mostrador de una pizzería levantina o un puesto de helados balear. Dinero fácil de ganar en lugar de estudios difíciles y tediosos. Sí, es un problema, pero no es todo el problema, y ni siquiera la peor parte del problema.

 

Voy a tratar de explicarlo para hacerlo comprensible incluso para un miembro del gobierno zapateril o un diputado corriente. Veamos: el problema de fondo es doble: en España el empleo más abundante es el chapucero y mal retribuido, y la buena formación está no sólo poco reconocida, sino penalizada. España debe ser el único país con pretensiones de potencia económica donde la obtención de un doctorado vale menos en una oposición a profesorado de medias que unos cursos de Pilates o cualquier chorrada semejante. Si no me creen, busquen y lean los baremos de méritos de los concursos de marras; he visto algún caso en que el doctorado se valoraba con 0’4 puntos (¿para qué molestarse, entonces?), y un “curso de formación” inespecífico con 1’4, si no me equivoco... No sólo se cometen atropellos en materia de “políticas lingüísticas”, sino en el reconocimiento de méritos y capacidad en general (y por eso es posible que la mayoría de esta sesteante y palurda sociedad acepte como si tal cosa que un concurso para cubrir plazas de especialista en medicina, como los convocados por Osakidetza, valga mucho más un título de euskera que un máster especializado en medicina, pongamos por caso).

 

Si los jóvenes quieren emanciparse y ganarse un sueldo cuanto antes, lo cual es perfectamente comprensible, echaran a correr hacia el trabajo fácil y abundante en cuanto se percaten de que el trabajo de alta cualificación no sólo es mucho menos abundante, sino peor pagado en muchísimas ocasiones. La economía española no incentiva la formación exigente y la educación de calidad, sino todo lo contrario: aquí lo buscado y pagado (mal) es el paleto con las cuatro reglas, el licenciado en botellón y el paleta magrebí sin papeles. Datos cantan.

 

Para acabar el cuento les cuento otro caso, el de los profesores universitarios de investigación del Programa Ramón y Cajal, un ejemplo extraordinariamente elocuente de lo que estoy diciendo. Se trata de un programa ministerial dirigido a permitir a las universidades contratar a investigadores de muy alta cualificación, lo que en general significa que tienen un doctorado más uno o varios másteres y estancias de investigación en el extranjero (naturalmente, dominio del inglés y de algún otro idioma, además del materno), publicaciones especializadas y otras arduas exigencias. Ahora bien, las universidades dependen del dinero que les asigne el gobierno autonómico de turno para renovar cada año el contrato de esas verdaderas lumbreras. Como además es corriente que los gobiernos autonómicos creen sus propios programas de investigación rivales con el español, los pobres “ramones y cajales” se convierten en seres más dependientes de las maniobras en los despachos que de trabajar en lo suyo, que es de lo que se trataba. Porque no tienen derechos laborales ni seguridad jurídica en sus empleos. Conozco a profesores de ese colectivo que rondan los cuarenta, con dos o tres hijos, y que siguen disfrutando del estatus laboral de un becario de veinte. Ejemplar castigo al deseo idolátrico de excesivo saber.

 

Pongámonos ahora en la piel de un joven de 16 ó 18 años que ha terminado sus estudios a trancas y barrancas o sencillamente los ha abandonado, a menudo tras extraordinarias cosechas de calabazas académicas. No sabe idiomas, nunca ha estudiado fuera de su ciudad, los libros los evita como objetos apestados. Pese a todo es joven y listo y la vida es bella, y le ofrecen un curro con 700 ó 1000 euros mensuales brutos, seguridad social y derecho al paro, y posibilidad ilimitada de promoción; con un poco de tesón y habilidad, a los diez años podrá abrir su propia mensajería, bar de copas o inmobiliaria. Veamos el destino de su colega interesado en estudiar. Se licencia en física o filosofía, estudia idiomas, se apunta a un Erasmus en Suecia u Holanda, y después se pone a hacer el doctorado. Cuando busca un trabajo se encuentra con que esas habilidades no es que estén solicitadas –es cierto que la economía no emplea a muchos físicos ni filósofos-, es que tampoco se valoran apenas para conseguir un trabajo público en un centro cultural o sacar plaza de profesor de secundaria o FP (y no le servirán para nada en cinco comunidades autónomas que le exigirán dominar una lengua oficial de importancia menor).

 

A diferencia del “fracasado escolar”, el universitario tardará de seis a diez años más en encontrar un trabajo. Se emancipará más tarde y al fin tendrá que aceptar cualquier empleo, aunque no tenga nada que ver con su titulación, y será algo para lo que dará más o menos lo mismo poseer una o dos licenciaturas. A la larga podrá seguramente abrirse paso, porque en la universidad también se aprende uno a buscarse la vida –por eso hay tantos jóvenes españoles en la universidad y no ¡porque sean unos vagos!, como a veces se les reprocha-, pero de la comparación de ambas trayectorias surge el dato incontestable de que ser o no un “fracasado escolar” apenas tiene importancia en España, al menos al corto plazo. Qué digo, incluso puede ser el pasaporte ideal para acabar siendo concejal, alcalde, diputado o alto cargo del PSOE o el PP, incluso ministro y hasta presidente del gobierno. Uno comprende la furia con que el médico Gaspar Llamazares se aferra al escaño si considera las condiciones laborales de los médicos de familia, pongamos por caso... ¿No es maravillosamente democrático, solidario y compasivo que encomendemos nuestras instituciones a los menos dotados? Será por la importancia del ladrillo, pero aquí ser paleto o paleta está muy bien visto, mientras que lo de la culturilla es mejor ocultarlo. ¿Ven?: ese es el problema…