POLÍTICA TURBIA

 

 Artículo de Luis GONZÁLEZ SEARA en  “La Razón” del 07/03/2005

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Andan los políticos catalanes muy afanados en exhibir su ropa sucia en público, sin la menor intención de

lavarla. Tal vez porque los aguafiestas de siempre les piden que lo hagan como paso previo para salir del lodazal. Empeño inútil.

El paradójico Oscar Wilde decía que hace mal efecto lavar la ropa limpia en público. ¡Qué vamos a decir de la sucia! Es preciso devolverla al arcón cerrado, para estar acordes con el ambiente turbio en que se mueve nuestra vida pública. En principio, no hay ninguna imposibilidad metafísica que le impida a la política ocupar

un lugar honorable, en línea con la democracia libre y transparente que cantó Walt Whitman, al otro lado del Atlántico. Allí, la joven república americana había iniciado su temprano despliegue de la libertad y la igualdad de condiciones, que Tocqueville supo captar con agudeza, alertando al mismo tiempo de los riesgos

de una tiranía de la mayoría, que daría al traste con la libertad política y la seguridad personal. Sin embargo, escribe, «fue al gozar de una libertad peligrosa, como los americanos aprendieron el arte de disminuir

los peligros de la libertad». Y, gracias a ese aprendizaje, allí no anidó ninguno de los totalitarismos y dictaduras nazis, comunistas, fascistas, franquistas, salazaristas, petainistas y demás ralea, que asolaron a Europa durante el siglo veinte, hecha la necesaria excepción del Reino Unido. Ahora parece haberse conjurado la pesadilla autoritaria y se habla mucho de transparencia, diálogo y democracia avanzada.

Pero las corrupciones, dirigismos leninistas y sectarismos han desprestigiado a la política. El electoralismo permanente de los partidos ha cortado las alas de la imaginación política y de la ambición creadora.

En lo relativo a Europa, basta ver lo ocurrido en Bruselas durante la última reunión del césar Bush con los veinticinco «pequeños europeos». Frente al programa concreto de actuación en todo el mundo, empezando por Oriente Medio, que presentó Bush, los «pequeños» estrategas de la UE se limitaron a repetir la cantinela de que «sólo una Europa unida puede ser un firme socio de EE UU».

Y si volvemos a la política doméstica, tanto en lo relativo al referéndum de la Constitución Europea, como el «plan Ibarreche», las víctimas del terrorismo o la reforma autonómica, no salimos de un tono municipal y filibustero, sin la debida grandeza en su concepción y tratamiento.

Y, en medio de ello, la catástrofe del Carmelo, en Barcelona, con sus ineptitudes, censuras informativas y acusaciones de corrupción, ha elevado a las más altas cotas el cinismo, la ocultación y el prebendismo

de una casta que hace poco honor a la democracia.

Lejos de ser transparente, la política española se está moviendo en el fango. Hace años, Sartre hizo en «El ser y la nada» un memorable análisis sobre la viscosidad y lo viscoso, contraponiéndolo a la transparencia

del agua limpia, y señalando que el carácter contaminante de lo viscoso afecta a todo el que lo toque. Es el caso del Estatuto de Cataluña, que sólo podrá debatirse honorablemente si se supera la actual fase de viscosidad política.