EL DESPROPÓSITO TAURINO
Se los comen igual,
pero procuran que antes tengan más derechos que un feto humano. Todo un
despropósito
Artículo
de Carlos Herrera en “ABC”
del 30 de julio de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Es difícil
tener buen concepto de los diputados catalanes que votaron a favor de prohibir
los toros en aquel territorio. Exhiben una superioridad moral absolutamente
estomagante. Se preguntaba Joan Puigcercós, diputado
de ERC, acerca de lo que podía aportar a la juventud catalana la fiesta de los
toros, y la respuesta es sencilla: la tauromaquia, el proceder de los toreros,
puede dar ejemplo de vergüenza, pundonor, valentía, sacrificio, honor,
resistencia al dolor… justo lo que el ochenta por ciento del arco parlamentario
catalán no tiene. Los políticos catalanes quieren intervenir en las decisiones
que afectan a libertad individual de los ciudadanos y no disimulan su afán por
reprimir, por exhibir temibles muecas de intolerancia y una evidente pasión por
prohibir, por ejercer un entusiasmo inquisitorial que consiga la uniformidad
soñada, el catalán socialmente ideal. En ello consiste, amén de la circunstancia
nada despreciable de lograr diferenciarse en otro detalle más del resto de
España, la votación de anteayer: en demostrar su pericia como profesionales de
la brecha, en dividir y enfrentar ciudadanos merced a una vieja enfermedad
cargada de obsesiones sociales. Han utilizado argumentos cínicos y cobardones,
han manoseado la realidad, se han inventado datos, escenarios y prejuicios, han
buscado ansiosamente un final épico para la fiesta creando dos claros sectores,
ganadores y perdedores y han invitado a un sector no despreciable de ciudadanos
a sentirse cómplices de un asesinato múltiple felizmente impedido por las
fuerzas del bien. Todo, como ven, edificante en grado sumo.
Un
charlatán fanático —importado, por cierto; como si no hubiera suficientes aquí—
y unos aprovechateguis de política menor han
argumentado la defensa de los animales como excusa necesaria para la
prohibición de las corridas de toros en Cataluña —ojo, de los tres mil festejos
anuales en toda España, solo veinte correspondían a Cataluña; es más, el número
de festejos en Francia triplica el número catalán—: ni que decir tiene que la
mayoría de estos cuentistas no ha pisado en su vida un coso taurino y no
conocen, ni por asomo, la vida del toro en el campo. A buen seguro tampoco han
visto en acción a los ya famosos correbous de las
tierras del Ebro, pero han sido capaces de elevarse por encima de esas dos
realidades y dictaminar que una forma de jugar con los toros —la española en
general— es perseguible y otra forma —la catalana— es
digna de protección. Esa doble moral se extiende a otras muchas circunstancias
en las que sufren los animales: caza, pesca, granjas, fuagrás o técnicas mataderas. Sobre ello no hay nada que alegar ya que, al
parecer, no se cobra en concepto de espectáculo: ¿Quiere eso decir que sí se
podrían celebrar a puerta cerrada o de forma gratuita? ¿Obligarán a
ensombrecer, tal vez, las señales de televisión de Canal Plus cuando
retransmitan una corrida de cualquier feria?
Todo
ese ejército de frikies, todo ese conjunto de cursis
que han celebrado la decisión política catalana como si fuera la victoria en
Eurovisión, han visto —como dice el jefe de la DGT— demasiadas veces la
película de Bambi. Y creen que los animales hablan y
son seres humanos. Luego se los comen igual, pero procuran que antes tengan más
derechos que un feto humano. Todo un despropósito.