¿CUÁNTAS NACIONES EN LA NACIÓN DE
NACIONES?
Artículo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra en “El País” del 07 de octubre de 2010
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para
incluirlo en este sitio web.
Con un breve comentario al final:
INGENUIDAD, DESPLAZAMIENTO ESTRATEGICO Y REACCIONARISMO
Luis Bouza-Brey (7-10-10, 10:30)
No siempre he coincidido con Felipe González, pero
siempre hemos mantenido una lealtad personal y política a prueba de bomba. En
la última conferencia que di en Madrid antes de abandonar la presidencia de la
Junta de Extremadura, Felipe tuvo unas palabras llenas de sentido y afecto hacia
quien había colaborado con él, desde mis responsabilidades institucionales y
partidarias, en las que afirmó, a propósito de una infundada limpieza de la
vieja guardia, que la única persona que habría tenido razones para excluirme de
los núcleos de dirección del PSOE, habría sido él cuando, como secretario
general, aguantaba mis discrepancias con la línea política que él representaba.
No lo hizo, porque Felipe siempre fue capaz de
convivir con la disidencia y la crítica a su tarea en el PSOE y en la dirección
del Gobierno de España. También, añado, porque sabía, y sabe, que mis
posiciones respondían y responden a una forma de entender el socialismo desde
un territorio que históricamente había sufrido la marginación como ninguno, y
porque mi lealtad a su figura, a lo que representaba y a lo que significaba
para España y para el socialismo, era y es indeclinable.
Siempre pensé que Felipe fue un revolucionario, porque
revolución fue dar pensiones a tanta gente que no las tenía, después de años
trabajando en condiciones lamentables sin que nadie hubiera cotizado por ese
trabajo a la Seguridad Social. Revolución fue impedir que los niños, sobre todo
los de las zonas rurales, abandonaran la escuela a los 11 años de edad para
meterse en el campo o marchar a la emigración. Revolucionario fue acabar con la
beneficencia en la sanidad y apostar por un sistema sanitario universal,
gratuito y de calidad para todos los españoles fuera cual fuera su nivel de
renta o su ubicación territorial. Solo los habitantes de los núcleos rurales
saben lo que ha significado abandonar la cola de la casa del médico para estar
integrado en áreas sanitarias y atendidos en centros de salud. Y revolucionario
fue desarrollar, definitivamente, la España diversa y descentralizada como
jamás nadie había imaginado desde que la identidad territorial hizo acto de
presencia en la escena política nacional.
Sé y conozco el pensamiento político de Felipe
González en esa última materia y por eso me ha sorprendido sobremanera leer en
un artículo publicado en estas páginas, en el mes de julio, firmado por él y
por la ministra Chacón, que España es una Nación de naciones. Confieso que mi
sorpresa fue equiparable a la que podría haber experimentado un cristiano al
que, después de creer toda la vida en la existencia de un dios único y
verdadero, el Papa de Roma le anunciara que todo era mentira y que ese dios no
existe. No era esa idea de España la que yo había elaborado desde mi
experiencia, mis lecturas y mis conversaciones con otros españoles, y
fundamentalmente con Felipe.
No sé las razones ni los motivos que llevaron a Felipe
a escribir eso. Tiene derecho a decir lo que piensa y, sobre todo, a cambiar de
opinión si ese fuera el caso. Y se puede estar o no de acuerdo con ese
pensamiento, a condición de que se explicite y se debata en el seno del PSOE,
porque no estamos hablando de un asunto baladí. En mi opinión, España, después
del recorrido de 32 años, no es lo que era ni loque
dice la Constitución que es. No sé si será algo mejor o peor, pero es algo
indefinible en estos momentos. A las definiciones de España que tengo anotadas,
se añade ahora lo de Nación de naciones que, como mínimo exige discutirse,
razonarse y explicitar.
¿Cuántas naciones dentro de la Nación española? Los
nacionalistas gallegos ya han tomado buena nota de la nación política catalana
y se prestan a levantar la bandera de la nación gallega. Imagino que no pasarán
dos meses sin que los nacionalistas vascos reclamen el mismo concepto para lo
que ya es un país. Y a partir de ahí, y vista la experiencia, casi todos
querrán emular la definición, como ocurrió con lo de región y nacionalidad.
Yo no temo a ese nuevo definitorio nacional y
territorial, a condición de que se explicite en qué consiste el todo y cuál es
el papel de las partes. En definitiva, que se tenga el coraje suficiente de
definir el modelo que cada cual defienda y que se diga si el resultado final es
federalismo, federalismo asimétrico, confederalismo o
cualquier otro modelo que se desee. Pero, ¡que se explicite clara y rotundamente!,
y así tendremos los demás la oportunidad de acatarlo o combatirlo.
Lo que no resulta pertinente es que se vayan dando
pasos en no se sabe qué dirección y en función de la coyuntura porque, además
de desconcertar, seguimos perdiendo energías en un debate interminable que
acaba por aburrir, si no fuera porque estamos jugando con algo tan serio como
intentar saber qué demonios somos en este santo país.
Sigo defendiendo que cada cual se sienta español como
le dé la gana, o si quiere, que no se sienta español de ninguna manera. Ese no
es mi problema.
Mi preocupación radica en saber si cada uno está
dispuesto a mantenerse en las premisas que hacen reconocible la opción política
en la que milita o con la que se identifica electoralmente. Mientras el PSOE ha
mantenido sus señas de identidad en el modelo territorial, es decir, en la
identificación del modelo que marca la Constitución, los nacionalistas han
podido ocupar su espacio sin necesidad de tener que buscar nuevas posiciones,
porque las suyas no las ocupaba nadie.
El problema territorial español se ha agravado cuando,
en determinadas zonas, los socialistas han pretendido ocupar el papel de los
nacionalistas, cosa que se aprecia nítidamente en la Cataluña pospujolista.
Tanto Maragall como Montilla han pretendido ocupar el
espacio que corresponde a Convergència i Unió y a
Esquerra Republicana de Cataluña. El resultado ha sido el previsible: cuando a
alguien se le ocupa su espacio, ese alguien no tiene más remedio que buscarse
otro. Y los nacionalistas que, en la Transición, aceptaron el sistema
autonómico y el juego de nacionalidades y regiones, ahora se han escorado a
posiciones más radicales, porque su espacio se confunde con el de los
socialistas, que ya no se definen por socialistas, sino por catalanistas. Los
nacionalistas han roto el pacto de la Transición y, ahora, apuestan por la
nación, la capacidad de decidir y la autodeterminación.
Si el resultado de esa operación de ocupación del
espacio nacionalista tuviera un resultado electoral brillante para el PSC, yo
seguiría estando en contra de esa estrategia que difumina al socialismo. Pero,
encima, no parece que ese travestismo político vaya a ofrecer una ventaja
electoral, ya que el electorado nacionalista, puesto a elegir entre el original
y la fotocopia, no tiene dudas, se queda con el original, mientras que el
electorado socialista se desconcierta y se abstiene.
Así que se pierde identidad y se pierden votos, no
solo allí donde se confunde el socialismo con el nacionalismo, sino, también,
en el resto de España, donde parte del electorado se decanta hacia una opción
de derechas en la creencia de que el PP mantendrá mejor la unidad de España. No
estaría mal repasar la Declaración de Mérida y Los acuerdos de Santillana para
saber por dónde deberíamos circular los socialistas en este diabólico conflicto
territorial, que sería más llevadero si cada cual se dedicara a lo suyo.
Breve comentario final:
INGENUIDAD,
DESPLAZAMIENTO ESTRATEGICO Y REACCIONARISMO
Luis Bouza-Brey
(7-10-10)
Andrés de Blas, en sus obras de historia
del pensamiento político español (en “Escritos sobre nacionalismo”, por
ejemplo), explica muy acertadamente la repetición de una pauta errónea en la
concepción republicana y democrática de los nacionalismos periféricos. La
evolución de las posiciones de Azaña ejemplifica muy paradigmáticamente esta
pauta: en un primer momento, se coincide y se pacta con los nacionalismos en la
aparente similitud de objetivos democráticos y descentralizadores, de
modificación del modelo de Estado centralista. Pero a medida que se van
ejecutando los pactos, los nacionalismos se transforman en etnonacionalistas
y radicalizan sus posiciones, transitando desde la democracia y el civismo
hacia la sedición y el etnicismo.
Por eso, los republicanos se sienten
traicionados y quedan estratégicamente confundidos, por haber entregado llaves
de desintegración de la República española a grupos reaccionarios cuya esencia
es hacer de la necedad virtud, y en llamar a
la reacción progreso, a la opresión liberación y a la etnia nación. Porque
existe un momento en que se produce un cambio cualitativo en los
etnonacionalismos, por el que pasan de defender reivindicaciones justas de
reconocimiento cultural y diferencial, a metas aberrantes de sedición,
privilegios insolidarios e imposición etnicista y antidemocrática. Ese es el momento en que involucionan desde
el nacionalismo cívico hasta el etnonacionalismo, lo cual parece un rasgo
esencial de estos grupos: en el fondo de sus concepciones subyace aldeanismo,
elitismo primitivo y primordial e insolidaridad precontemporánea,
y estos son los componentes que afloran a la superficie a medida que sus
posiciones políticas se van haciendo más consolidadas.
Esta
es la explicación de lo que viene sucediendo con el PSOE y la izquierda en general,
que repiten la pauta histórica del republicanismo español y se encuentran embarcados y abducidos en la
confusión estratégica promovida por los nacionalismos. Y si uno lee el artículo
de Felipe González y Carmen Chacón que comenta Ibarra, se tiene la sensación de
estar releyendo las ideas de los años ochenta, cuando CIU aún no había evolucionado del autonomismo
al “soberanismo” (léase etnicismo), y cuando el
nacionalismo periférico aún contaba con la ventaja del disfraz ideológico de
aparentar estar defendiendo el progreso, la liberación y la nación cívica.
Pero
desde entonces han pasado treinta años, y lo que se observa es que tanto el PSC
como el PSOE se han quedado anquilosados en sus lecturas de la realidad. Felipe
no parece haber “captado el mensaje” de la realidad, y Chacón parece un zombi
abducido de etnonacionalismo, como sucede en el conjunto del PSC.
Pero
quizá el error repetido de la izquierda de este país se deba no solamente a ingenuidad
y buena voluntad, sino a deficiencias teóricas endémicas, consistentes en no
saber distinguir el nacionalismo cívico del etnonacionalismo. Tanto el PCE como
el PSOE han rechazado históricamente el etnonacionalismo reaccionario español
tradicional y el franquista, pero no han sido capaces de percibir que, bajo la
superficie del “progresismo” aparente del nacionalismo periférico, subyace su
esencia reaccionaria y etnicista, mucho más peligrosa
que la franquista, por ejercerse en un ámbito más local y controlable, sin
necesidad, al menos inicial, de excesiva coerción. Sobre todo por contar con el
plus de legitimación prestado erróneamente por la izquierda y el republicanismo
liberal.