Y AHORA ¿QUÉ MÁS?

 Editorial de "El Correo" del 18 de febrero de 2001

El formateado es mío (L. B.-B., 18-2-01)

Con un comentario al final.

Luis Bouza-Brey

 

La trilogía representada por el lehendakari Ibarretxe desde el pasado mes de noviembre -la manifestación de Bilbao, la convocatoria de Gernika y el acto de ayer en el Kursaal donostiarra- describe un trayecto descendente tanto en cuanto a la importancia de cada una de sus iniciativas como desde el punto de vista del interés despertado.

Desde el principio, estaba claro que este ciclo previo a la convocatoria de elecciones terminaría con la evocación del diálogo presentado como elemento de distinción del nacionalismo respecto al no-nacionalismo. Pero semejante consideración es tan errónea como interesada. Es la búsqueda forzada de una posición central estableciendo una inaceptable analogía entre la actitud del PP y del PSE y la sangrienta escalada protagonizada por ETA y secundada por sus apologetas para, así, situarse en medio de ‘los unos y los otros’.

Hace tan sólo una semana el propio lehendakari Ibarretxe declaraba que no existe término menos ambiguo que el de diálogo. Y ayer volvió a recaer en uno de los males que afectan al sentido democrático del nacionalismo; volvió a parangonar el derecho a la vida con la necesidad del diálogo y el respeto a la voluntad de los vascos; como si esos tres principios enunciados por él fuesen igual de indiscutibles y unívocos; sugiriendo, de paso, que mantienen una relación indisoluble entre ellos.

Esa confusión conceptual no es, a estas alturas, inconsciente. Parangonar ‘el no a la vida de ETA’ con ‘el no del PP y del PSOE al diálogo’ que el lehendakari visiona no es un desliz inocente, sino que representa uno de los mensajes más perniciosos para la convivencia, y una argumentación que siempre termina a merced de quienes practican el ‘no a la vida’. Porque de la misma forma que la defensa del derecho a la vida no admite dobleces, la concepción del diálogo de que presume el lehendakari o la versión nacionalista de cómo ha de expresarse la voluntad popular constituyen, precisamente, las cuestiones que son y deben ser objeto de discusión. Es ahí donde se halla la discrepancia entre el nacionalismo y el no-nacionalismo.

La doble afirmación, más expresa que implícita en su discurso, de que quien adopte distancias respecto a su particular propuesta de diálogo ni quiere el diálogo ni quiere dar con una solución de paz es algo más que el enroque dogmático de quien trata de recrear un mundo a su medida. De ahí que resulte preocupante la autocomplaciente indiferencia mostrada por Elkarri cuando socialistas y populares han anunciado que no asistirán a su conferencia de paz; muestra de que la apelación a tan peculiar versión del diálogo -formulada indistintamente por el lehendakari y por Elkarri- se ha convertido en un recurso poco dialogante y partidista. La pretensión de que el diálogo propuesto se sitúa por encima de las mezquindades políticas y enlaza con los anhelos de la mayoría de la sociedad denota un espíritu poco democrático y una actitud nada consecuente con la responsabilidad -institucional y política- de quien llegó a ser lehendakari en virtud de una determinada alianza nacionalista.

Basta fijarse en el «bigote» que según Rubalcaba se ha jugado el PNV por la paz, o en las recomendaciones -llenas de desdén e impudicia- que Xabier Arzalluz ha dirigido al rector Manuel Montero por el «miedo» que éste confesaba ante la fatal deriva de la democracia y la libertad en Euskadi, para comprender hasta qué punto el nacionalismo democrático ha quedado afectado por la experiencia -ni saludable ni exitosa- de su aventura con el nacionalismo violento. Si no, sería inexplicable su obsesión por invertir el orden razonable de los factores para situar permanentemente el diálogo como condición inexcusable de la paz, y no la paz -la ausencia de violencia- como el requisito imprescindible para que el diálogo se abra paso.

((en el comentario final intento encontrar una explicación a esto en otros factores (L. B.-B.))

Juan José Ibarretxe volvió a afirmar ayer que «sólo el que cree que existe una salida la encuentra». Efectivamente, hay una salida. La salida obligada frente a la barbarie y al terror. Pero es la que Ibarretxe y su partido rehuyen permanentemente. Es la salida de la unidad democrática. Una vía que, con sus límites e imperfecciones, funcionó mientras el nacionalismo democrático apostó por ella. Los hechos demuestran que hallar otra distinta resulta una tarea vana incluso para la inquebrantable fe del lehendakari.

 

Con un comentario al final.

Luis Bouza-Brey

 

Marrulleros, sectarios e ineptos. Lo siento, pero estos son los adjetivos que se me ocurren para calificar a los actuales dirigentes del PNV, después de varios años de análisis de sus comportamientos. Los otros, los de HB y el SMLNV tienen su lógica, totalitaria, pero lógica. Estos, los Arzalluz, Ibarretxe, Anasagati, Eguibar, Rubalcaba y otros, son pura marrullería, tramposos de corto alcance, que se mueven sin criterio ni principios en el magma de la pura maniobra. La realidad desborda cada vez más intensa y radicalmente sus anacrónicos esquemas y frente a este desbordamiento se tambalean incoherentemente a la búsqueda del rumbo y la realidad perdidos. A veces mienten, a veces se inventan relatos falsos para interpretar la realidad, a veces la deforman descaradamente, a veces activan a toda prisa maniobras oportunistas... y todo ello, de manera plenamente intencional, pues se repite reiteradamente, y siempre a su favor. No entiendo cómo el PNV y el pueblo vasco los soportan. El acto de ayer, que he visto en ráfagas televisivas, me asombró, al observar en la sala un público aparentemente respetable y sensato, que no parece consciente del minado que esta gente está haciendo de la sociedad vasca.

No se trata ya de un error, o de diferencias de percepción en medio de la incertidumbre, sino de obstinación, ceguera y sordera conscientes, en un intento plagado de soberbia de parar la historia y salvarse del fracaso. En último término, lo máximo que pueden conseguir es prolongar el sufrimiento del pueblo vasco y demorar la derrota dos o tres años más.

Frente a ellos, el soberanismo quebequés es más coherente: se enfrentó desde el principio a los brotes de violencia hasta desarticularla, y comienza por fin a asumir la realidad.

Quizá, inconscientemente y durante largos años, los partidos constitucionalistas han contribuido a la configuración de este nicho hermético en el sistema político español, al consentir reiteradamente al PNV sus desplantes y arrogancia. Quizá es que no había otra solución y era inevitable otorgar un margen de confianza a la esperanza. Pero ante la tozudez de los hechos y el cerrilismo reiterado de esta gente, no queda más camino que el enfrentamiento democrático abierto. Y si la democracia y la racionalidad pierden porque el pueblo vasco sigue dormido, habrá que resistir sin ceder. Las semillas de la democracia en el pueblo vasco comienzan a dar sus frutos.

Frente a la situación de Euskadi, el énfasis en el diálogo antes que en la firmeza por parte de un sector  importante de la población (ver mis comentarios concretos ante la propuesta de Ibarretxe), las manipulaciones permanentes de las instituciones democráticas, la desvergüenza y el irrealismo de la búsqueda insistente y fracasada del pacto con el fascismo; el sectarismo, la demagogia y el oportunismo reiterados, me hacen sentir tal vergüenza ajena, que comienzo a dudar de cosas importantes. Quizá es que se han acostumbrado de tal manera a recoger nueces que han perdido el sentido ético, el pudor  y el espíritu democrático. Quizá es que estos dirigentes nunca han tenido la talla suficiente para enfocar correctamente la realidad. Quizá es que hay demasiadas burbujas herméticas en Euskadi. Quizá.....

Este comentario es una confesión de hartazgo. Siento que mis posiciones se están endureciendo y radicalizando y me preocupa, pues me pregunto cómo estarán los de allí, los que tienen que sufrir de cerca y día tras día  la presencia constante del terror y el cerrilismo.