LA LÓGICA DEL CRIMEN


Artículo de Antonio Elorza en "El Correo" del 30 de noviembre de 2000

Con un breve comentario al final

Luis Bouza-Brey

 

Decía mi amigo José Martínez Guerricabeitia que ETA era la única organización que sabía hacer política en España. Si por política entendemos la puesta en acción de una estrategia, implícitamente basada en la teoría de los juegos, donde cada movimiento de piezas (en este caso cada atentado criminal) tiende a debilitar al adversario principal, tanto en sus recursos propios como de cara a eventuales alianzas, resulta posible otorgar su tanto de razón al juicio extremista del que fuera fundador y director en el exilio de la Editorial ‘Ruedo Ibérico’. Primero, ETA se dio cuenta de la posibilidad de combinar los atentados mortales con el terrorismo de baja intensidad, la ‘kale borroka’, con el consiguiente efecto difuso de intimidación de esta última, sin suscitar la respuesta que hubiera sido necesaria por parte del Gobierno vasco (y eso que entonces estaba Atutxa; emblema: el asalto a la librería Lagun). Luego, en una situación militar y política desfavorable, vino la entrega de calidad, por hablar en términos ajedrecísticos, de una tregua que le permitió recomponer fuerzas y recuperar la iniciativa política, llevando al nacionalismo democrático a su campo ideológico de ‘superación’ del Estatuto e identificación de la construcción nacional vasca con el sueño renovado del ‘zazpiak bat’ en una Euskal Herria unificada e independiente a alcanzar a corto plazo. Al no lograrse los objetivos por culpa de los ciudadanos vascos, de nuevo terror. Y por fin, al comprobar con satisfacción que PNV y EA se distancian de la muerte, pero no rompen el cordón umbilical con Lizarra, ETA pone en juego todos sus medios para producir dosis masivas de terrorismo selectivo que, por un lado, tiende a generalizar el miedo, convirtiendo a todos los demócratas no nacionalistas en posibles víctimas, y por otro apunta en especial contra quienes se muestran en público como líderes de opinión para articular un frente antiterrorista.

Al traducir en hechos su estrategia, ETA se ajusta a las condiciones de una elección racional de los blancos en cada una de sus ‘ekintzas’, posiblemente con la única limitación que se deriva de la imposibilidad técnica de golpear determinados objetivos. Es la racionalidad, no lo olvidemos, característica de los gangsters, la mafia o el nazismo, indisolublemente asociada al crimen. Lo prueba, el reciente asesinato de Ernest Lluch. En principio, nada apuntaba a que el excelente historiador se convirtiera en víctima de ETA. Le recuerdo aún en una conversación de sobremesa, cuando era rector de la Menéndez Pelayo en Santander. Salió el tema de Federico Krutvig, el padre espiritual de ETA en los años 60, que al parecer tenía dificultades económicas. Para mi sorpresa, Lluch habló con preocupación sincera de la conveniencia de prestarle ayuda. Puede decirse que el federalismo de Lluch implicaba una evidente sintonía con el nacionalismo. Al viajar en automóvil de Donostia a ‘Tolosa del Llenguadoc’ (sic) -comentaba en un artículo en ‘La Vanguardia’ de 1995- se conmovió al cruzar Muret, el lugar de la batalla de 1213 en que, según sus palabras, se frustró una nacionalidad catalano-occitana. Su búsqueda de un enlace a cualquier precio con el nacionalismo es de sobra conocida, y al parecer llegó a adherirse a Elkarri, organización pacifista, pero también promotora con la constelación etarra de la campaña de desobediencia civil contra el Gobierno español. Era, pues, todo menos un españolista.

Algunos comentarios al día siguiente de su muerte dan posiblemente con la diana de una explicación para un atentado de apariencia tan contradictoria: vistos los excelentes resultados de división entre los demócratas que produjo el asesinato de Fernando Buesa, ETA ha decidido seguir golpeando brutalmente al PSOE. Lo que sucede es que ahora el sentido sería otro, aunque siempre para ahondar divisiones, impidiendo el enlace entre socialistas y peneuvistas que pudiera servir a la reconstrucción de una alianza contra el terror, desviando de paso a los segundos del camino trazado en Lizarra hacia el cual siguen manteniendo una asombrosa lealtad en el plano ideológico. ETA se ha dado cuenta de la inseguridad que preside palabras y acciones de muchos líderes del PSOE cuando abordan la cuestión vasca, empezando por Felipe González, y opta por agrandar la herida. Viene a decir que más allá de sus dictados, solamente cabe esperar la muerte. No acepta términos medios ni aproximaciones, por favorables al nacionalismo que pudieran parecer. Y menos la perspectiva de una superación de la actual divisoria entre nacionalistas y no nacionalistas.

Sería útil que los partidos democráticos se detuvieran por un momento a examinar esa lógica del comportamiento criminal de ETA. Para empezar, que de nada sirve buscar un distanciamiento de las posturas constitucionalistas, si no se convierte uno en peón de su juego al cien por cien. Segundo, que la inseguridad en la línea política y los signos de indeterminación constituyen un aliciente para que caiga una muerte tras otra sobre ese colectivo, cosa que está sufriendo ahora el PSOE. Tercero, que el gran obstáculo para el triunfo de la estrategia de ETA reside en la formación de alianzas entre demócratas, que la banda combate tanto ante una posible configuración general como en el plano de relaciones bilaterales. Y sobre todo, frente a quienes siguen soñando con una negociación, el asesinato de Lluch prueba que la fiera, es decir, ETA, no se satisface con la obtención de objetivos mínimos en la vía soberanista, como los que podían propugnar el profesor asesinado o Ibarretxe. Lo suyo es el todo o nada, rendición o resistencia democrática. Ella define con sangre el juego. No ofrece margen para el error.

Por eso sigue siendo lamentable la guerra de palabras entre los demócratas. Ni Aznar está solo en el mundo para trazar una política en que la colaboración del PSOE es imprescindible, ni Zapatero puede estar todos los días con declaraciones que deslegitiman la acción a la que dice prestar su apoyo. El mundo nacionalista da también aquí su ejemplo: obrar y callar.

Breve comentario final

Luis Bouza-Brey

 

Recojo hoy, en la página de Euskadi, artículos de Eguiagaray, Surio, Rosa Díez, Ramoneda y éste de Elorza que, a mi juicio, aciertan en el análisis de una situación muy complicada, que Elorza teoriza de manera general al definir el comportamiento de ETA.

En mi artículo ¿Existe una solución al problema vasco?, de mayo de este año, intenté trazar el dibujo básico de la situación y de las posibilidades entrecruzadas de objetivos y alianzas de la misma. Y creo que estamos en un momento clave para la configuración de las tendencias evolutivas predominantes a largo plazo en el proceso vasco.

Si los constitucionalistas no unen fuerzas para tirar de un sector del nacionalismo democrático hacia ellos y en contra de ETA, la evolución será peor. Pero hay que ajustar muy bien los ritmos y secuencias de la unidad democrática y antiterrorista, pues si no se articulan bien costará más tiempo y sacrificios vencer al fascismo vasco. Diálogos precipitados, discusiones sin sentido, rigidez que se confunde con firmeza, sectarismo y falta de generosidad por parte de los demócratas, dificultarán la solución y fortalecerán al fascismo.

En mi opinión, en estos momentos lo prioritario es crear una amplia unión democrática antifascista contra ETA que, elecciones mediante, permita formar un Gobierno cuyo objetivo básico consista en regenerar la democracia en Euskadi y erradicar el fascismo. PP, PSOE y UA deben constituir el núcleo básico de ese Gobierno, contando con el PNV si éste da el giro imprescindible para ello. Si no lo da, y gana las elecciones, los constitucionalistas deben pasar a la oposición, a la espera de que ese giro se produzca, dejando formar gobierno a PNV, EA, e IU, si es que pueden.

Lo que no es posible, por parte del PSE, son futuras componendas, para reeditar pasadas alianzas, con un PNV cuya dirección se niegue a asumir responsabilidades políticas por sus errores de veinte años, y sea incapaz de rectificar el rumbo para conseguir la disolución de ETA. Euskadi necesita que se ponga en marcha de una vez una política de firmeza democrática sin más concesiones, para acabar con el fascismo y regenerar el país.

El sector independentista del PNV debe manifestar claramente que, sin disolución inmediata de ETA, no hay requisitos democráticos para defender sus objetivos, ni en el marco del PNV ni de Euskal Herría.

Por lo que respecta a la postura de Lluch, en mi opinión se equivocó, junto con Herrero de Miñón, en intentar buscar una salida al problema vasco a través de una "actualización de los derechos históricos" que lo que hace es vaciar la Constitución y ceder terreno de racionalidad frente a un nacionalismo anquilosado. El camino es la construcción europea, el federalismo español como desarrollo del Estado Autonómico y la subsidiariedad.

En lo que sí creo que acertó Lluch fue en intentar buscar el diálogo con el nacionalismo democrático, lo que hubiera implicado su evolución, pero no hacia atrás, hacia la fijación de sus mitos, sino hacia adelante, hacia su modernización.