EL ERROR SOBERANISTA
Artículo de Emilio Guevara Saleta en EL PAIS del 19 de septiembre
de 2000
Con un breve comentario al final
Luis Bouza-Brey
En 1978, en el
proceso de elaboración de la Constitución, el señor Arzalluz,
portavoz del PNV, afirmaba: "No buscamos ni en la palabra
'nacionalidades', repito, ni en la autonomía un trampolín para la
secesión". Y al debatir una enmienda del señor Letamendia
sobre la inclusión en la Constitución del derecho de autodeterminación, el
también portavoz del PNV, Marcos Vizcaya, aseguraba: "Si el PNV hubiera
querido constitucionalizar el derecho de autodeterminación, hubiese presentado
una enmienda en tal sentido. Pero las vías del PNV para conseguir las mayores
cotas de libertad para nuestro pueblo van por otro camino".
Ahora el PNV
hace suyo ese eufemismo llamado "ámbito vasco de decisión", que no es
sino el derecho de autodeterminación, y lo convierte en la piedra clave de su
estrategia política, llegando incluso a equipararlo al derecho a la vida cuando
exige su previo respeto a quienes se hayan de sentar a la mesa para dialogar.
Evidentemente el PNV tiene todo el derecho del mundo para cambiar de vía, y
cometen una injusticia quienes le acusan por ello de abandono de su condición
democrática, como si sólo fuera posible en democracia la defensa de la
Constitución y del Estatuto de Autonomía. El fondo de la cuestión no es tanto
la discusión sobre el derecho del PNV a variar su estrategia política como el análisis
sobre si tal cambio sirve para conseguir mayores cotas de libertad en Euskadi,
o, por el contrario, y como pienso, constituye un gravísimo error que es
urgente rectificar.
Es un error en
términos de elemental doctrina democrática establecer cualquier clase de
equiparación entre los derechos fundamentales de la persona, en especial el
derecho a la vida, y el derecho de autodeterminación. En medio de la orgía
retórica que se produjo en 1990 en el Parlamento vasco al debatir sobre el
derecho de autodeterminación, un parlamentario de EA llegó a decir que "el
derecho de libre determinación es un derecho individual". Nadie le
contestó que si ello fuera así, ese derecho no podría ser objeto de votación ni
de decisión colectiva, ya que al igual que no cabe votar y decidir por mayoría
sobre si yo puedo ejercitar o no mi derecho a la vida o mi libertad de
expresión, nadie podría decidir por mí si he de seguir viviendo en el marco del
Estatuto o si he de ser ciudadano de un Estado vasco o alavés independiente. Es
equivocado y absurdo pretender cualquier clase de consideración de ese derecho
como un derecho asimilable o parangonable a los
derechos fundamentales de la persona.
Es también un
error pretender el reconocimiento de ese derecho con carácter previo a la
propia negociación política. Nos guste o no, es forzoso reconocer que hasta
ahora, en el Derecho internacional, la autodeterminación se ha reconocido sólo
para los territorios no autónomos o coloniales, separados geográficamente de la
metrópoli, sometidos a ésta y claramente diferenciados, a fin de que sus
habitantes puedan decidir entre la independencia, la asociación con otro Estado
ya independiente o la plena integración con él. Y hemos de reconocer asimismo
que este derecho ha de ponerse en relación con el que garantiza a los Estados
ya constituidos el mantenimiento de su integridad territorial. Hemos de aceptar
el hecho de que actualmente en ningún Estado democrático su Constitución
reconoce el derecho de un parte de su territorio a separarse. Cierto es, no
obstante, que nada impediría llegar, tras un proceso político de diálogo libre
y sin amenazas, sobre el sujeto, el contenido, los efectos y demás elementos
del derecho, a una fórmula razonable de reconocimiento del mismo, con las
consiguientes reformas en los textos constitucionales. Pero salvo que nos
hayamos vuelto locos, es una barbaridad, que atenta a los propios fundamentos
del diálogo, exigir al Estado y a los ciudadanos no nacionalistas que de
antemano efectúen ese reconocimiento, antes siquiera de hablar sobre su
contenido y efectos y sobre el cómo y el cuándo del ejercicio del derecho.
Ahora bien, el
error que está cometiendo el nacionalismo vasco democrático no afecta sólo a la
forma y al procedimiento, sino a la propia raíz y sustancia de la decisión. No
es aceptable elegir, entre las distintas opciones y estrategias en principio
legítimas, precisamente aquella que, requiriendo necesariamente para
ejercitarse y para su validez una ausencia de violencia, es hoy, en función de
la realidad social existente, inalcanzable por vías pacíficas, así como
contraproducente para el fin último que se dice perseguir mientras no se logre
ir transformando esa realidad. Y la equivocación se reviste de tintes de
temeridad cuando esa opción, que por definición pertenece al ámbito de lo
opinable y contingente, se presenta como un derecho indiscutible, sin cuya
aceptación previa nada se puede discutir y convenir en el seno de una sociedad
desgraciadamente dañada por la violencia fanática. Porque no hay método más
seguro para alimentar esa violencia y para llevar a esa sociedad a una
situación de tensión insoportable que la comisión de tal imprudencia. Los
nacionalistas deberíamos saber mejor que nadie las razones históricas y
jurídicas por las que en materia de autodeterminación no existe un único
"ámbito vasco de decisión" sino el ámbito alavés, el navarro, el
vizcaíno, el guipuzcoano. Y cualquier nacionalista en su sano juicio sabe que
en un referéndum libre y limpio, celebrado sin ningún asomo de coacción o violencia
en el entorno, una propuesta o solución independentista no prosperaría por lo
menos en Alava y Navarra. ¿Qué sentido lógico tiene
entonces abandonar la vía del Estatuto para aventurarse por otra que podría
acabar reduciendo el ámbito político vasco a uno o dos territorios? ¿Qué
sentido puede tener para un nacionalista vasco, al que se le supone el mayor
interés en ir construyendo democráticamente un proyecto político nacional común
a todos los territorios vascos, una estrategia que hoy por hoy lleva a la
ruptura y a la disgregación territorial y a la fractura social?
Quienes en 1998
diseñaron una estrategia de acumulación de fuerzas sólo entre nacionalistas,
rompiendo la movilización unitaria frente al terrorismo, y que, como hemos
sabido luego, pactaron con ETA una vía hacia la independencia, con la única
reserva o diferencia en lo que se refiere al ritmo y a la forma de ejecución,
quizás creyeron que este acuerdo era el precio a pagar por la paz. Pero se
equivocaron tanto en el plano ético como en el puramente político, al aceptar
un pago de un precio que es imposible satisfacer, salvo que eliminemos o
expulsemos o sometamos por la fuerza al menos a la mitad de los ciudadanos
vascos, que en Álava y Navarra serían la gran mayoría. ETA y la izquierda que
usurpa el término de abertzale repiten una y otra vez que la tregua se ha roto
fundamentalmente porque el PNV y EA no se han comprometido suficientemente en
lo que para ellos siempre fue y sigue siendo un proceso para y hasta la
independencia. Y es así, por mucho que duela reconocerlo. Calcularon esos
estrategas que se podía contentar a ETA con una simple declaración de
soberanía, de reconocimiento del "ámbito vasco de decisión" y se
embarcaron en la firma del pacto de Estella, en la
creación de Udalbiltza, en los pactos del gobierno
con EH, alejando cada vez más al nacionalismo democrático del resto de los
partidos. Pero todo ese cálculo estaba basado sobre un monumental error
respecto de la verdadera naturaleza y los reales objetivos de ETA: en efecto, cuando
en julio de 1999 ETA exigió el pago al contado de la totalidad del precio -la
convocatoria de elecciones en todos los territorios vascos de Francia y España
para elegir un "parlamento nacional"- esos estrategas pudieron
comprobar, por si aún no lo sabían, que es una locura lo que ETA pretende.
Después de haber realizado importantes pagos a cuenta y de haber asumido
pesadas cargas e hipotecas, se desvanecía la ilusión de la paz, dejando un balance
desastroso: sospechas infundadas sobre la legitimidad de las instituciones
democráticas, devaluación del Estatuto, debilidad e inanidad del Parlamento y
del Gobierno vascos, frentismo político, recuperación de ETA, extensión del
miedo, el crimen y la extorsión, crispación social y fractura cada día más
profunda de la sociedad vasca.
Cada muerto,
cada herido, cada amenazado, cada extorsionado, cada ciudadano con miedo están
advirtiendo al nacionalismo vasco democrático de que, si no rectifica y
reconstruye vías posibles de diálogo y de trabajo unitario con todos los
demócratas para curar a nuestra sociedad del cáncer moral que padece, su
fracaso será inevitable y definitivo. Son los nacionalistas los más interesados
en seguir construyendo su ideal desde un Estatuto de Autonomía que, por ser hoy
para la gran mayoría de los ciudadanos vascos el único punto posible de
encuentro, es la base sobre la que se pueden ir asentando espacios de
colaboración y de integración, así como la herramienta más adecuada para
construirlos y permitir las transformaciones y reformas que los ciudadanos
vascos demanden y expresen democráticamente en el futuro. Pero el nacionalismo
democrático vasco debe entender, de una vez por todas, que jamás tendrá
autoridad moral y capacidad política para exigir y conseguir que la sociedad
vasca sea la única dueña de su futuro mientras no demuestre antes que ha sabido
erradicar toda violencia de nuestra tierra y que ha creado las condiciones
indispensables para que se pueda de verdad hablar de voluntad popular libre y
responsablemente expresada, y reivindicar que se respete.
Emilio Guevara
Saleta, abogado, es militante del PNV y ex diputado general de Álava.
Breve comentario final
Luis Bouza-Brey
¡Bravo!
¡Por fin aparece algo de sentido común e inteligencia en el PNV!
Ahora
lo que hace falta es llevar la argumentación y el discurso al ámbito de la
discusión sobre el fondo del asunto, sobrepasando las argumentaciones
pragmáticas ---también imprescindibles--- acerca de la viabilidad u oportunidad
actual del objetivo de la independencia.
Y
quiero expresarme por mi parte en los términos de la mayor sinceridad y
crudeza. Dirigiéndome al conjunto de los nacionalistas democráticos. Respetando
a las personas que se comportan como tales, pero criticando las ideas cuando
son pobres:
Pero
bueno, escuchen, ¿no les parece que eso de la independencia es una idea
estúpida, en la situación actual de España y Europa? ¿No se dan cuenta de la
cantidad de vidas y energías que está perdiendo el país por culpa del fanatismo
y la cerrazón de una religión política del pasado que no conduce a nada? ¿Cómo
es posible que sigan perviviendo estas ideas ---por llamarles de algún modo---
en el cerebro de gentes en otros aspectos sensatas y contemporáneas?
Perdonen
la crudeza, pero es que es agotador y deprimente estar año tras año con el
espíritu bombardeado por la muerte y la miseria intelectual.
Uno,
que no es nacionalista, puede decidirse a hablar así, y poner en cuestión lo
que para otros son mitos sagrados. Espero no herir demasiado, pero creo en la
posibilidad del desarrollo ilimitado del ser humano y en la necesidad de romper
las cadenas que lo atenazan. Por eso, personalidades como Guevara, Arregui y
otros nacionalistas, le hacen recuperar a uno la esperanza. No son "michelines", son neuronas, y muy necesarias, dada la
situación del PNV y la incapacidad de su dirección.