HORIZONTE DE LA NUEVA IZQUIERDA ESPAÑOLA
Artículo de Diego López Garrido en "El País" del 11 de abril de
2001
Diego López Garrido es
diputado del Grupo Socialista y secretario general de Nueva Izquierda.
Con un breve comentario al final
LAS ESENCIAS DE LA IZQUIERDA
Luis Bouza-Brey
En ningún país de la
Unión Europea hay un dominio político tan amplio e intenso de la derecha y
centro derecha como en España. Es verdad que la mayoría absoluta del PP está
siendo manejada torpemente, y la sucesión de Aznar es un factor
desestabilizador cada día más fuerte. No obstante, su mayoría se nota en todos
los ámbitos, no sólo en el de las instituciones políticas, sino en el económico
-a través de una potente red de influencias en las compañías privatizadas- y
muy particularmente en el campo mediático, aprovechando de modo implacable el
insólito modelo gubernamental de la TV y radio españolas, que no solamente
permite un poder sobre RTVE, sino también sobre las televisiones privadas y las
concesiones de radios. Esa influencia se extiende además a la prensa nacional o
a la descapitalizada prensa regional, con enorme dependencia de la publicidad
que nace en las instituciones.
Los destellos
centristas del Gobierno (pensiones) son cada vez menos frecuentes, y una
corriente cultural insolidaria o elitista avanza en el pensamiento social y en
cuestiones claves de futuro, como la inmigración o la educación o las inseguras
relaciones laborales.
Donde menos se proyecta
este Gobierno es en Europa, enfrentado a un medio ambiente de gobiernos
progresistas. Aznar no ha encontrado el modo de salir del aislamiento que le
entregó en brazos de algunas maniobras británicas. Su gran esperanza es el
triunfo de Berlusconi el 13 de mayo, lo que, unido a los resultados de la
izquierda en las municipales francesas últimas, podría suscitar en la derecha
del sur de Europa un atisbo de cambio de tendencia.
Este es el panorama que
tiene delante la izquierda española, en el que todos tienen méritos y
deméritos. La mayoría absoluta del PP es mérito de éste en cuanto ha logrado la
agrupación en una sola propuesta política, -salvo parcialmente en Cataluña y
Euskadi- de todo el espectro conservador, sobre la base de mensajes
elementales, mediáticamente amplificados y eficaces. Sin embargo, esa mayoría
se ha nutrido del agotamiento del viejo proyecto socialista, y de una pérdida
de referentes sociales de éste, que ha conducido a una fragmentación, por tanto
desmovilización, del electorado progresista. Por eso, el horizonte de la
izquierda española pasa por algo que siempre hemos enfatizado: convergencia,
renovación y cercanía de los ciudadanos.
Hoy, el desafío de la
'causa común' y de la unidad de la izquierda sigue presente, aunque a través de
una confluencia política que la haga creíble. Eso está siendo posible entre el
Partido Socialista y Nueva Izquierda, porque hace años que comparten políticas,
aunque tengan orígenes culturales y vinculaciones sindicales y sociales
diferentes. Es aún difícil entre IU y PSOE. Faltan algunos pasos para que la
tradición comunista -declinante por razones histórica obvias- y la socialista
se encuentren en un proyecto común. Lo que es claro es que ese proyecto tiene
como espacio eje el del socialismo democrático, que es el que en España y en
Europa ha liderado -y puede y debe liderar en el futuro- las alternativas de
gobierno progresistas.
En consecuencia, es el
Partido Socialista quien tiene la responsabilidad de relevar a la derecha en el
poder. A estas alturas hay algo nítido: sólo lo hará si culmina la renovación
que recibió un fuerte impulso de credibilidad el 35º Congreso, que clausura una
etapa y abre otra que asume pero pretende superar el pasado.
El Partido Socialista
tiene un reto: ser visto como un nuevo Partido Socialista. Si no es así, no
será un proyecto ganador, porque no logrará construir la alternativa que la
izquierda española aún no ha configurado. Esa renovación tiene una dimensión
orgánica, la del pluralismo, el debate y la democracia interna, que va a
abordar la Conferencia Política del PSOE del 21 de julio, y que quizá sea la
más compleja; pero también tiene una dimensión externa: reconstruir la mayoría
social de progreso que se rompió en 1996.
El PSOE tuvo una razón
social en 1982, que era consolidar la democracia después de un golpe de Estado,
integrar a España en Europa, y edificar un Estado de Bienestar homologable al
europeo. En un contexto de desplome del centro derecha, el pueblo español le
dio 202 diputados y diputadas al PSOE para hacerlo.
En la actual coyuntura,
cuando aquella misión se cumplió, se le pide otra cosa al Partido Socialista:
que dé respuesta a la globalización sin reglas y sin crecimiento sostenible, a
la quiebra de la cultura del Estado de Bienestar y a la ruptura de la cohesión
de nuestra sociedad. Lo primero requiere una estrecha alianza supranacional
para hacer una Europa social y política, mediante una Constitución que dé a
esta Europa una legitimidad europea de la que carece y sin la cual podemos
caer, como advierte Jürgen Habermas,
en la desintegración, en la renacionalización involutiva (lo que ya empieza a
pasar a consecuencia de las vacas locas o la fiebre aftosa, expresión del
fracaso de un determinado modelo agrícola).
De la izquierda -por
tanto del nuevo Partido Socialista- se espera asimismo que recupere y modernice
el vigor del Estado de Bienestar, protector y prestacional
-que la derecha ha ido debilitando en tantos campos, seguridad, vivienda,
sanidad, educación, administraciones públicas- y que cohesione y profundice el
Estado autonómico, siendo capaz de implicar en esa acción a los nacionalistas
democráticos.
Y, sobre todo, el nuevo
Partido Socialista necesita recomponer, sobre bases diferentes, la alianza
social progresista que permita cambiar el Gobierno español. No es nada
sencillo, porque la sociedad del siglo XXI tiene poca relación con la de 1982. Es
una sociedad en la que los factores de dispersión y de contradicción de
intereses se han potenciado. ¿Qué tienen que ver las inquietudes de las clases
urbanas emergentes ligadas a la Nueva Economía con los jóvenes abstencionistas
que no ven claro ni su futuro, ni su trabajo, ni su ubicación en la escala
social, o con los millones de rostros de la exclusión, como los llama el
Informe de la Fundación Encuentro sobre la sociedad española en 2001: desde los
niños de familias pobres desestructuradas hasta las personas mayores
dependientes, desde inmigrantes irregulares a parados de larga duración sin
cobertura, desde personas con minusvalías a mujeres y niños sometidos a
violencia doméstica, desde madres solas jóvenes y de rentas bajas a habitantes
de barrios marginales y zonas rurales deprimidas, desde población analfabeta a
drogodependientes?.
¿Cómo unir a quien más
necesita la igualdad y la libertad?. Pero la razón de
la izquierda es ésa; agrupar a la sociedad civil en torno a una política
ofensiva por la cohesión, la igualdad de sexos, la no discriminación, la
modernización, la protección frente a la sociedad de riesgo, haciendo posible
un pacto entre Estado y sociedad, en el que ésta tiene que asumir importantes
tareas de vertebración asociativa y de servicios, y aquél de redistribución,
justicia y regulación.
En cada país europeo,
después de dilatados periodos de gobierno de derecha, los progresistas y la
izquierda, en especial la socialista, han elaborado su propio modo de hacer el
camino. En el Reino Unido, la tercera vía de Blair, aun con irregularidades, ha
potenciado una interesante política para la sociedad del conocimiento. En
Francia, la izquierda plural dirigida por Jospin ha desarrollado la política
social posiblemente más a la izquierda de Europa. En Alemania, Schröeder ha logrado consolidar una política de componente
europeísta con los Verdes. Cada uno responde a lo más característico de su
momento, y sus elementos sociales específicos. En España, la alternativa de los
progresistas a un Gobierno que comienza a experimentar una constante erosión
social pasa por un socialismo democrático que apueste sin reservas por ser una
nueva izquierda unitaria y plural.
Con un breve comentario al final
LAS ESENCIAS DE LA IZQUIERDA
Luis Bouza-Brey
Ante valiosos artículos como éste, uno desearía
encontrar el tiempo necesario para leer el montón de estudios sobre la
renovación de la izquierda que se acumulan desordenados en las estanterías y
directorios.
Se echa en falta en el PSOE la
elaboración de un nuevo proyecto, y mientras no lo haga parece difícil que
pueda subir claramente en expectativas de voto, aunque Rodríguez Zapatero como
líder sea bien valorado. Pero además, es la única forma de cohesionar al PSOE
frente a "cabriolas" de los barones locales. Y además, ese nuevo proyecto
es posible y urgente, aunque no fácil.
Quisiera apuntar algunas notas sobre este
asunto:
1.-
Europa es el marco desde el que diseñar el proyecto socialista del siglo XXI.
Si no se hace desde este nivel, no parece haber margen de opción para evitar
que el Estado de Bienestar y el modelo socioeconómico europeo se vengan abajo.
Por eso Blair y el laborismo inglés están discapacitados para ello: por sus
carencias en política europea y su nacionalismo, así como por sus excesivos
énfasis en el mercado y en los vínculos con Estados Unidos y su modelo de
sociedad.
El control de la globalización desbocada sólo se
puede intentar a nivel continental y posteriormente mundial. Con
instituciones y políticas de ámbito supraestatal.
2.- Epidemias,
fiebres y patologías de la cadena alimentaria; alteraciones genéticas y cambios
biológicos y climáticos de todo tipo van a ser fenómenos endémicos de este
siglo, resultantes de las nuevas tecnologías y de la celeridad y profundidad de
la modernización y la globalización. Sin instituciones que puedan hacer
políticas para cientos de millones de personas, objetos y acontecimientos, no
se pueden dirigir y controlar los nuevos fenómenos y procesos sociales.
3.- El
Estado se queda pequeño también frente a las grandes corporaciones: la sociedad
actual está atomizada, compuesta por individuos aislados, impotentes frente a
procesos imponentes y organizaciones gigantescas. Las redes de solidaridad y
comunidades de la época industrial se descomponen y el comportamiento se
encuentra dominado por las leyes de mercado, el interés, la economía y la
tecnocracia. El Estado, por sí solo, pequeño e impotente, se encuentra sometido
a estas nuevas racionalidades, lo que debilita o corrompe la democracia, o la
hace inoperante, fomentando el alejamiento de los ciudadanos y su desconfianza
o rechazo de la política.
4.-
Hace crisis el concepto de lo público y los instrumentos y modelos previos de
dirección y control político-administrativos. La crisis de los setenta que dio
origen al neoliberalismo todavía sigue sin resolverse: una política orientada a
la modernización y a la igualdad ya no puede consistir en sobrecargar de tareas
al poder público, pues crea ineficacia, burocratización, despilfarro y
estancamiento del sistema económico.
Pero la solución neoliberal no es tal. En mi
opinión, hace falta seguir manteniendo la confianza en la política como ámbito
de dirección y control de la sociedad. A fin de contrarrestar las
propensiones de la lógica económica a la desigualdad y a la irresponsabilidad,
y subordinar el mercado a las necesidades globales, humanas y medioambientales.
Hace falta una política orientada a la realización de valores y al control del
proceso de modernización, sometiéndolo a un diseño humanizado del futuro
que contrarreste las contrautopías y el pánico que
van adueñándose de la Humanidad frente a las nuevas realidades y problemas
emergentes.
5.- Posiblemente, la política y el
poder público deberían articularse como ámbitos de diseño global y general de
las políticas, así como sedes de control de su ejecución. Ejecución que habría
de realizarse mediante una gestión descentralizada y mixta
---público-privada--- de las mismas.
En síntesis, poder público ---europeo, federal,
regional--- potente pero ágil y reducido, con capacidad de diseño e impulso de
políticas innovadoras, igualitarias y redistributivas, que constituyera el
centro de coordinación de una amplísima red mixta de tipo administrativo ---
europeo, estatal, regional, local--- y social. Una red de servicios públicos,
de financiación mixta, que desarrollara los nuevos yacimientos de empleo
característicos de una civilización avanzada y madura, orientada a la
realización de los valores humanos de libertad, igualdad, dignidad y solidaridad.
Un poder público que fuera capaz de disminuir la
desigualdad interna e internacional mediante la promoción del desarrollo de la
sociedad del conocimiento y el estímulo del talento y la cooperación como
fundamentos del orden social.
En fin, el socialismo tiene que innovar
radicalmente, dejar de intentar conservar los antiguos modelos e instrumentos,
para enfrentarse a una realidad profundamente revolucionaria. Realidad
ante la cual hay que diseñar una nueva teoría que intente llevar a la práctica
los valores que siempre han caracterizado a la izquierda, y sin los cuales la
Humanidad degenerará hacia la barbarie o el suicidio.