EL MENSAJE DE LOS VASCOS
Artículo De Nicolás
Sartorius y Diego López-Garrido en "El
País" del 23 de mayo de 2001
Diego López-Garrido es diputado por el
PSOE y Nicolás Sartorius es abogado.
Con un comentario al final
Luis Bouza-Brey
I. La ciudadanía vasca, en un ejercicio
encomiable de civismo, ha acudido masivamente a votar en unas elecciones
realizadas, no se olvide, en el marco legal democrático del Estatuto de Gernika, cuyas instituciones salen reforzadas. Y el primer
mensaje que ha lanzado, con evidente contundencia, es que las cuestiones
políticas deben ser decididas por las urnas y no por las armas. En este
sentido, las elecciones autonómicas del 13-M han significado una derrota sin
paliativos de ETA y las posturas violentas. Cuando ETA dejó de matar, durante
la tregua de 1998, EH / HB logró su mejor resultado electoral; cuando la banda
terrorista ha vuelto a asesinar el descalabro ha sido espectacular. Si se
respetase la voluntad de los electores, que se ha manifestado en este 'espacio
vasco de decisión', la conclusión no podría ser otra que el abandono de la
violencia; un camino que ETA ha vuelto a despreciar con el atentado a Landaburu.
Entre otras circunstancias que explican
el masivo trasvase de votos de EH al PNV / EA se encuentra el temor suscitado,
en una parte significativa de la sociedad vasca, ante la torpe cruzada
antinacionalista del PP y acompañantes, que ha movido a concentrar el voto útil
nacionalista, sin fisuras, en la coalición liderada por Ibarretxe.
Pero no todo el crecimiento del PNV procede de EH. El electorado ha premiado la
campaña en positivo de su candidato a lehendakari, con su rechazo a
cualquier acuerdo directo o indirecto con EH -incluso obligando a rectificar a Arzalluz- y, de una tacada, dejando fuera de juego y, por
lo tanto, haciendo inútil el voto a EH. No debería olvidar Ibarretxe
que los electores le han premiado cuando ha dicho netamente no a EH y se había
desmarcado de Lizarra. Situación diferente a las elecciones de 1998, vigente
aquel pacto, cuando quien creció fue EH y el PNV se apoyó en sus votos para
poder gobernar en una legislatura agónica y nefasta. No es menos cierto que en
esta ocasión la coalición nacionalista se ha presentado con un programa más autodeterminista, si bien el resultado de las urnas no ha
dejado un mensaje claro en esta dirección y tampoco ha sido el centro de la
campaña del lehendakari en funciones. Los partidos que defienden esa
posición sacaron en el 98 el 60% de los votos y ahora han obtenido el 58%.
II. La ciudadanía vasca ha dado la
espalda, también, a la estrategia de la confrontación, y a los 'frentes',
practicada sobre todo por el PP. Los vascos han demostrado ser y querer ser una
comunidad plural y no dos comunidades. Oponer al nacionalismo como un todo -sin
distinciones claras- un bloque llamado constitucionalista ha sido un error
serio, aparte del daño que se hace a la Constitución y la confusión que
introduce. Se ha lanzado el mensaje de que la batalla no era contra los
violentos -prácticamente no ha habido campaña contra EH-, sino contra el
nacionalismo o contra un nacionalismo que, en el fondo, legitimaba a los
terroristas. Idea que no ha calado en los electores, sino todo lo contrario. Ha
sido contraproducente, al igual que acaba siendo todo lo que es incierto, como
también lo ha sido la desbocada campaña mediática -y de bienintencionados
publicistas inexpertos en política- que ha asustado más que ha convencido. El
comportamiento de las televisiones gubernamentales, y sus acólitos, ha sido
deleznable, por su falta de sensibilidad y conocimientos de la realidad vasca.
En este sentido, la estrategia Aznar / Mayor ha fracasado, lo que demuestra una
vez más lo delicado que es dejar en manos de la derecha española el manejo de
esta cuestión. Ni han logrado la 'alternancia', ni han debilitado al PNV, ni
han convencido a los vascos de que con ellos las cosas irían mejor. En su
equivocada línea política han arrastrado, en parte, al PSE-EE. Bien es cierto
que éste lo tenía muy difícil, con una polarización creciente en la sociedad y,
no obstante, ha mantenido los electores. Pero no ha sido capaz, a pesar de sus
esfuerzos, de aparecer con un perfil nítidamente propio y, en ocasiones,
parecía que marchaba en coalición con el PP. Por otra parte, la insistencia
desde valiosos y valerosos sectores sociales en pedir el voto para los
'constitucionalistas', sin más distinciones, beneficiaba sobre todo al PP, que
aparecía como la cabeza de ese supuesto bloque. Hay que comprender las
terribles condiciones en que los militantes del PSE y del PP desarrollan su
labor en Euskadi y el enorme mérito que tienen. Pero por eso mismo la unidad de
los demócratas debe de ser la línea maestra y no la división entre
nacionalistas y no nacionalistas, que es la estrategia del adversario.
III. La sociedad vasca, según estos
resultados, quiere decidir y, posiblemente, más autonomía, pero sin aventuras.
Rechaza la violencia, desea el diálogo y no hace avanzar el independentismo. Si
los nacionalistas, en el 98, sumaban el 55%, hoy suman algo más del 53%, y si
los no nacionalistas entonces eran el 45%, hoy son el 47%. Tampoco hay que
olvidar que si los nacionalistas -incluyendo EH- han ganado 59.532 votos en
comparación con el 98, los no nacionalistas han aumentado 94.532, incluyendo
los 7.384 de IU. De la misma manera han dicho con claridad que desean que el
proceso político, en los próximos cuatro años, lo dirija el PNV con Ibarretxe a la cabeza. Pero un PNV / EA al que no han
otorgado mayoría absoluta y que se ha comprometido formalmente a no contar para
nada con EH. La dirección del mensaje es muy clara: el PNV debe de encabezar el
Gobierno autónomo y los partidos democráticos deben recomponer su unidad. Ahora
bien, cuando existe una amenaza terrorista de carácter totalitario o bien se
crea un gobierno de concentración democrática -que en el caso de Euskadi es muy
difícil en estos momentos- o se aplica la tesis de 'los dos gobiernos', para
entendernos. Es decir, un pacto democrático para resolver el problema de la
violencia, que deberían suscribir y 'gobernar' todos los que rechacen aquélla y
un gobierno que, entre otras cosas, defienda con eficacia la vida y seguridad
de todos.
IV. ¿Cómo articular los objetivos que
los vascos han marcado con su voto? De entrada, mediante un amplio diálogo
político que podría proyectarse, en el futuro, a través de una Mesa, de la que
deberían formar parte todos los que rechacen la violencia. En sus posibles
contenidos deberían aparecer dos puntos esenciales: qué hacer, entre todos,
para acabar de una vez con el terrorismo y cómo pueden las aspiraciones
plurales de la sociedad vasca encontrar el mejor acomodo en España y Europa, en
el desarrollo de las potencialidades del marco constitucional y estatutario. No
nos parece realista pensar que no hay alternativas entre una independencia, que
sólo conduce al enfrentamiento y al aislamiento de Europa, y el Estatuto de Gernika en versión inmovilista.
No debería ser un obstáculo para el
diálogo la idea de que no se puede conceder un precio político al terrorismo.
Estamos de acuerdo, pero no se trata de esto, sino de responder al mensaje que
la sociedad vasca ha lanzado el 13-M en el sentido de que los partidos deben
encontrar juntos el camino de la paz y de la plena libertad para todos. Ello
requeriría una nueva actitud del Gobierno de Aznar y una recomposición de las
relaciones institucionales con Ajuria Enea. En el horizonte que se abre, sería
conveniente un nuevo protagonismo del partido socialista, en una política
progresista y nacional vasca y en la intermediación con el nacionalismo, pues
por historia y sensibilidad es el mejor situado para lanzar y liderar un
proyecto armónico para Euskadi y para España.
Con un comentario al final
Luis Bouza-Brey
En mi
opinión, este artículo incorpora alguna perspectiva errónea:
En primer
lugar, la idea que se tiene de la política de "frentismo". El
frentismo comenzó con un pacto de todo el nacionalismo para acumular fuerzas en
pos de la ruptura constitucional, cediendo la hegemonía a HB y sus delirios de
un proceso revolucionario en toda Euskal Herría y excluyente para con los no nacionalistas y la
mitad del pueblo vasco.
Frente a esta estrategia, seguida desde el
pacto de Lizarra y justificada por el nacionalismo no violento en la idea de
que de esa manera se conseguía la paz, los partidos no nacionalistas
reaccionaron agrupándose en defensa de la Constitución y el Estatuto, del
ordenamiento jurídico y el sistema democrático, y en contra de unas alianzas en
el bloque nacionalista que cedían el liderazgo a HB y ETA. El objetivo de
esta unión de los constitucionalistas era reenderezar
la situación, salvar la democracia, consiguiendo la vuelta del nacionalismo no
violento al orden democrático y a la defensa de la libertad frente al fascismo.
Ya fuera por medio del convencimiento o con el riesgo de la derrota electoral
ante una coalición constitucionalista, si el PNV no corregía el rumbo.
La estrategia ha sido irreprochable, y además
efectiva, según parece, pues el PNV ha cambiado de rumbo y de alianzas. Pero
este cambio parece estar comenzando a producirse con posterioridad a las
elecciones, después de que en éstas se hayan producido dos "efectos
colaterales" que han dado lugar al resultado imprevisto de la victoria de
la coalición PNV-EA por 25.000 votos y un escaño:
Estos efectos colaterales han consistido en
el cierre de filas dentro de un sector importante de la sociedad vasca contra
lo que han sentido como una agresión externa, y en el traslado de un voto útil
o temeroso frente a una posible victoria de los no nacionalistas por parte de
80.000 votantes de EH.
Ambos efectos colaterales son anómalos
democráticamente, son consecuencia de que un sector importante de la
sociedad vasca cree que los nacionalistas no pueden perder las elecciones, al
haber identificado las instituciones de todos con el nacionalismo, negándose a
retirarles su apoyo por los errores cometidos. Mientras que otro sector,
minoritario, cambia sus apoyos para castigar a los violentos y/o para evitar la
victoria de los no nacionalistas.
Frente a
estas dos anomalías no es posible la resignación ni el comportamiento
acomplejado: la sociedad vasca se comporta anómalamente, y aunque los
resultados electorales hay que acatarlos, también hay que luchar contra
ellos cuando se cree que son injustos o anómalos. En Euskadi existe fascismo a
favor de objetivos nacionalistas; durante un largo período de tiempo no se ha
ejercido oposición al nacionalismo; existe una religión política que ha hecho
que la discrepancia equivalga a traición o intereses espúreos;
se rechaza a la mitad de los actores políticos del país como subordinados a
intereses ajenos al pueblo vasco; se identifica a Euskadi con el nacionalismo;
se intenta considerar extranjeros a la mitad de los vascos; se considera
negativa la pluralidad cultural y lingüística; se fomenta la hispanofobia, etc.
etc. etc.
Pues bien, contra todas esas anomalías, si se
quiere preservar la libertad y la democracia, hay que luchar, con tenacidad y
sin complejos, aunque el pueblo vasco no sea capaz de superarlas de momento. ¿O
es que hay que resignarse a pensar que no hay solución, abandonando o buscando
las componendas menos malas?
Quinientos setenta y cinco mil electores no
lo ven así, y quienes se sientan comprometidos con la democracia no deben
aceptar la resignación y la derrota. Reprochar al PP y al PSE que hayan
adoptado la postura más coherente con la democracia, aunque hayan perdido, es
indigno y manifiesta debilidad de convicciones u oportunismo. O quizá sea
producto de una patología alimentada durante largo tiempo: la del masoquismo
frente al nacionalismo vasco. Esta patología lo que hace es estimular a los
sectores más integristas o fascistas del nacionalismo y debilitar a los más
democráticos y racionales.
Por ello,
creo que la estrategia seguida por la coalición PP-PSE ha sido positiva, pues ha
hecho reaccionar al PNV, que comienza a virar, aunque con retraso, hacia un
nuevo rumbo. Por ello creo, también, que si ese nuevo rumbo se confirma, el
significado del "diálogo" cambia. Ya es el diálogo con otro PNV, con
el PNV abierto, racional y democrático, y no con el que pactó con ETA para
romper con la democracia y el Estatuto. Ya es el diálogo desde las
instituciones y con las palabras y los votos, siempre que esté dirigido a
acabar con ETA como paso previo a cualquier otro objetivo.
Y cuando
ese paso previo se haya dado, que el nacionalismo democrático plantee los
objetivos democráticos que quiera, siempre que se realicen respetando el
ordenamiento jurídico y sin que eso signifique que los no nacionalistas tengan
que aceptarlos. Solamente si están apoyados por una mayoría suficiente del
pueblo vasco, habrá que acatarlos. E intentar hacerlos reversibles, si se cree
que son erróneos.