SAVATER Y LA VERDAD

Por José Antonio Zarzalejos en "ABC" del 8 de febrero de 2001

Con un muy breve comentario al final

Luis Bouza-Brey

 

Reproducimos a continuación la intervención del director de ABC en la presentación del libro «Perdonen las molestias», de Fernando Savater.

Se pregunta George Steiner en su «Nostalgia del Absoluto» si la verdad tiene futuro. Tras dejar discurrir su mente en un ensayo lucidísimo se contesta -nos contesta-: «Creo que tiene futuro; que lo tenga también el hombre -dice el autor- está mucho menos claro». Pocas líneas antes Steiner afirma con rigor y poesía que «pertenece a la eminente dignidad de nuestra especie ir tras la verdad de forma desinteresada. Y no hay desinterés mayor que el que arriesga y quizás sacrifica la supervivencia humana».

La dignidad de Fernando Savater es eminente porque busca la verdad y la proclama. Su verdad, y sigo con el magistral Steiner, se acerca a él y nos la transmite «a garrotazos». Una verdad que Savater alcanza en una persecución que tiene «elementos de caza y de conquista» y que a él, como proclama el Evangelio, le hace libre y que la participa aun a riesgo de su propia vida para que todos seamos también libres.

¿Qué más podría decir de Fernando Savater? ¿Qué es un pensador de izquierdas que no le importa alinearse con la derecha cuando sea necesario, democrático y decente hacerlo, como sostiene Carlos Martínez Gorriarán en la recensión de este su último libro en el Suplemento Cultural de ABC del pasado sábado? ¿Que Savater es hoy por hoy la encarnación, sin pomposidades académicas, de un referente intelectual imprescindible para buena parte de la sociedad española confusa a veces ante el terrorismo y el nacionalismo que es su sustrato? Todo eso es, y significa, Fernando Savater.

Si leen «Perdonen las molestias. Crónica de una batalla sin armas contra las armas» -a lo que les invito vivamente- descubrirán, si no lo han hecho ya, a un escritor de periódicos brillante por la transparencia de su lenguaje, capaz de trasladar conceptos con una sencillez casi pasmosa; a un filósofo -a él le gusta denominarse profesor de filosofía- que enhebra sus argumentaciones con la suavidad del humor y la ironía; que, de cuando en cuando, lanza un improperio que se convierte en descripción y no en insulto, y, especialmente, a un tenaz observador de los hechos que descarga sus palabras redentoras de la verdad sin la piedad de los complacientes, sin el cálculo de los taimados y sin la cobardía de los pusilánimes.

De Savater, y de algunos otros, admiro su valor y su lucidez, su capacidad de compromiso intelectual pero, sobre todo, admiro su sagacidad en la detección de la maldad. Porque la maldad de los que asesinan y destruyen es tan evidente como aterradora. Comienza a serlo -evidente, digo- la de quienes les inducen y alientan. No es todavía tan visible -aunque todo se andará- la maldad de los que justifican sus crímenes. Pero la maldad que no se nota es la que destila la indiferencia, esa actitud que lleva al colaboracionismo, a la búsqueda de terrenos intermedios en los que instalarse con comodidad mientras unos matan y otros mueren, y unos jalean a los asesinos y otros les impugnan en la calle. Me refiero a esa maldad común en el País Vasco de los que callan, de los que se encogen de hombros, de aquellos que aducen que primero es vivir y luego filosofar. Pues bien: la sagacidad de Savater -y uno de sus grandes méritos- es haber molestado a esos indolentes. Ciertamente, les pide perdón por la molestia de importunarles, pero les inocula, al menos, la inquietud de que su miseria moral pasará a formar parte del grueso sumario que la historia instruirá sobre las responsabilidades de los trágicos e inhumanos episodios por los que está atravesando el País Vasco y el resto de España.

Savater es un intruso en la sociedad vasca. O por mejor decir: Savater es un elemento inquietante para los poderes fácticos en el País Vasco, no todos nacionalistas, pero casi todos sometidos al nacionalismo con mayor o menor reverencia. Quien osa quebrar con la denuncia ese equilibrio de connivencias, cobardías y silencios es considerado un cuerpo extraño, y más extraño aún cuanta más sea su razón para el alegato, cuanta más sea su capacidad de situar a los indolentes ante el espejo de su pequeñez. Por eso, como el intruso que es, como una visita inoportuna y cargante, Fernando Savater pide disculpas: «Perdonen las molestias», dice.

En Fernando Savater concurren muchos méritos. El principal, a mi juicio, es la limpieza y el valor con los que busca la verdad y la espeta sobre el convencionalismo -un convencionalismo que puede llegar a ser criminal- en el que el nacionalismo vasco asienta todavía sus reales.

Nada más hipócrita que escuchar esos asustadizos comentarios de conciencias anestesiadas rezongando que Savater se «ha pasado» al mostrar miedo hacia algunos vascos y asco hacia otros. Algunos dicen que esas frases, y otras anteriores, no son sino provocaciones. ¡Claro que lo son! ¿Es que acaso hay verdad sin provocación? ¿es que la dignidad intelectual no ha de ser revolucionaria en el panorama de la vulgaridad moral? ¿es que hay otra sensación distinta al asco ante la indiferencia frente a la muerte, la extorsión y el asesinato? Savater provoca para convulsionar ciencias y ha descontado que en la medida en que acumula adhesiones, incrementa fobias. Lo tiene asumido. La suya es una vida marcada como la de tantos otros que se han amotinado moralmente y que llegados a este punto de la historia, ya no están dispuestos a regresar a la claudicación de la dignidad personal y colectiva.

 

Muy breve comentario final

Luis Bouza-Brey

 

En este magnífico artículo de Zarzalejos se pone de manifiesto algo que es de gran importancia: que Savater se está transformando ---se ha transformado ya--- en un referente moral, intelectual, cívico y político para una sociedad como la de Euskadi, desorientada en momentos de crisis profunda. Pero también para la sociedad española, que espera ansiosa la necesaria y urgente reacción del pueblo vasco.

Como ciudadano español quiero agradecer nuevamente a Savater lo que está haciendo, y, como estudioso, quiero reconocérselo doblemente, pues soy consciente de la fatiga intelectual que supone tener que estar repitiendo machaconamente lo evidente. Pero la responsabilidad ética y profesional de un intelectual como Savater le obligan a implicarse a fondo en la definición del rumbo del país en momentos críticos. Como escribía Edurne Uriarte días atrás, los verdaderos intelectuales son aquellos que "se mojan" en estas circunstancias, aún con riesgo para su vida, poniendo toda su energía, lucidez y honestidad al servicio del objetivo de ayudar al país a remontar su crisis.

A pesar de todo, uno es optimista, pues en Euskadi está brotando toda una generación de personalidades, de "rebeldes", que se entregan a la defensa de la verdad y la libertad. Eso, que a más o menos medio plazo es imparable, resulta por ello esperanzador para Euskadi y España. Pero también nos hace conscientes a todos, como seres humanos, que hay unos valores básicos que nunca desaparecerán, a pesar de todas las apariencias y circunstancias en contra. La búsqueda permanente de la verdad y la libertad son consustanciales a nuestra naturaleza.