TENTACIONES PELIGROSAS
Artículo de Ramón Jáuregui en “El País” del 14.04.06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
Con un breve comentario al final:
FALTA UNA (L. B.-B., 14-4-06, 7:00)
Hemos entrado en la última fase: el final de la violencia. Mirado
desde la atalaya de treinta intensos y trágicos años, el terrorismo de ETA
parece abocado a su final. El Pacto de Ajuria Enea, a finales de los ochenta,
la colaboración francesa, la eficacia policial, el espíritu de Ermua, la acción judicial y el pacto por las libertades,
entre otras muchas cosas, nos han conducido a la victoria de la sociedad vasca
y de la democracia española. Abordamos ahora una tarea delicada, en la que las
virtudes democráticas deberían ayudarnos a vencer algunas tentaciones
peligrosas. Hay muchas que ya se observan: la ansiedad y la prisa exageradas
por dar pasos y tomar medidas cuyo ritmo sólo el tiempo aconseja; los
protagonismos y cálculos partidarios, legítimos pero mezquinos ante la grandeza
de la causa, y otras muchas, que la brevedad de estas líneas no permiten
comentar. Me detendré, sin embargo, en dos que me parecen nocivas.
La primera es la que parte de un falso supuesto: ETA ha sido
derrotada y lo único que cabe es esperar a que renuncie definitivamente a la
violencia y entregue las armas. Cuando lo haga y pida perdón tomaremos medidas
para con sus problemas humanos. Sólo entonces podrán incorporarse a la
democracia. Quienes piensan así, desconocen los complejos meandros de estos
asuntos y su escabrosa realidad. Tan verdad es que ETA ha perdido su guerra
como que podría continuarla bastantes años más. Por supuesto que ello ahondaría
la derrota de su gente y de su causa, pero si podemos evitar un final largo, caótico
y descontrolado, no exento de violencia, debemos intentarlo. Naturalmente, lo
que hagamos para ello debe corresponder a lo que legal y legítimamente cabe en
el Estado de derecho, pero sin duda hay mucho margen en la democracia para
buscar la paz en el contexto creado después del "alto el fuego
permanente". Por eso tiene interés recordar la inteligente, aunque pueda
parecer ambigua, frase de Zapatero: "No habrá precio político por la paz,
pero la política puede ayudar al fin de la violencia".
Puede haber una tentación política en quienes se arrogan la
dignidad de la democracia o apelan a la memoria de las víctimas para oponerse a
dialogar y acordar la definitiva renuncia a la violencia. Bajo esas apelaciones
bien se puede esconder una actitud interesada en que el proceso no avance,
atando de pies y manos al Gobierno en la gestión de esta delicada fase final de
ETA. Veamos dos ejemplos. Un acercamiento progresivo de los presos de ETA a
cárceles cercanas al País Vasco ayuda, y mucho, a que "el alto el fuego permanente"
sea para siempre. A su vez, la relegalización de Batasuna, naturalmente
asumiendo las exigencias de la Ley de Partidos, favorecerá la apuesta por la
política que se intuye en el abandono de las armas. Si el primer partido de la
oposición se opusiera a tales medidas, cuando sea necesario adoptarlas, por
considerarlas inoportunas o precipitadas, estaría mostrando una discutible
voluntad de colaboración en el proceso de paz.
De manera que esta primera tentación peligrosa debiera evitarse
con algo que se llama lealtad. Los partidos democráticos, y el PP más en
particular, pueden ejercer su colaboración crítica y controlar los pasos que
acordemos dar en la búsqueda del final definitivo, pero lo que no sería
admisible es que alimenten el discurso de la intransigencia y el inmovilismo,
impidiendo de hecho una gestión proactiva y dialogada de ese final.
Hay otro riesgo más plausible. Es el que se deriva de una
pretensión del nacionalismo vasco que sigue presente en nuestro paisaje
político. El lehendakari, acompañando de EA y Ezker Batua en su Gobierno, siguiendo la filosofía de los
inventores del Pacto de Estella, sigue empeñado en
"la acumulación de fuerzas nacionalistas" para imponer un determinado
estatus jurídico-político a los no nacionalistas y a España, aprovechando el
final de la violencia. La precipitación y las prisas por constituir una mesa de
partidos en la que se "acuerde" una solución al conflicto político
vasco, que sea sometida a consulta de la ciudadanía vasca, en el filo de la
paz, es una carga de profundidad a la democracia, un fraude a la pluralidad
vasca y un nuevo intento tramposo de obtener beneficios políticos, esta vez por
la renuncia a las armas.
Ellos saben que ETA mantiene todavía una cierta amenaza, una
especie de espada de Damocles, mientras no anuncie la renuncia definitiva a la
violencia y saben también que en estas circunstancias cualquier acuerdo
político estaría preñado de sospechas sobre supuestas concesiones por dejar de
matar. ¿Dónde queda aquí la memoria de las víctimas y la causa por la que les
mataron? Si se trata de hacer concesiones políticas en el último momento, ¿por
qué no las hicimos antes para evitar su muerte?
Pero no es sólo esto, es que la mesa de partidos que dialoga
hasta encontrar un acuerdo mientras ETA no ha desaparecido definitivamente es
una negociación bajo amenaza, democráticamente inaceptable. Se supone que sólo
cuando a ETA o a sus representantes les valga la "solución" se
producirá la definitiva renuncia y abandono de la violencia. A su vez, y para
evitar que la legalidad española pueda objetar tal solución, se convoca una
consulta previa a la ciudadanía vasca en la que la confusión ventajista de un
sí a la paz legitimaría una propuesta identitaria en
clave nacionalista (desde la autodeterminación a la libre adhesión).
No lo vamos a aceptar. El conflicto vasco no se arregla con más
nacionalismo, sino con más democracia. Lo que queremos recuperar con la paz es
la libertad para defender nuestras ideas los que no hemos podido hacerlo en 20
años largos de presión terrorista. El diálogo político vasco no es para que
algunos recojan las últimas nueces del último empujón, sino para que acordemos
reglas de convivencia que garanticen que los vascos votemos siempre en paz y en
libertad, y mi intuición me dice que, en paz y en libertad, el gradiente
nacionalista será distinto. O dicho de otro modo, crecerá la pluralidad.
Personalmente no cuestiono las mesas, ni el diálogo político. A
lo que me niego es a un final predeterminado en el marco de las viejas
reivindicaciones nacionalistas. Lo que reclamo es que el final del diálogo sea
respetar las reglas de una convivencia plural en la que todas las opciones
democráticas sean legítimas y políticamente posibles, pero en la que todos
tengamos iguales derechos para defenderlas. La solución del conflicto vasco,
incluso en la concepción nacionalista del conflicto, no está en que una parte
del país lo configure a su imagen y semejanza, sino en que seamos capaces de
vertebrar una amplia mayoría de vascos en torno a un proyecto común. Eso son
soluciones y lo demás son tentaciones antidemocráticas.
breve comentario al final:
FALTA UNA (L. B.-B., 14-4-06, 7:00)
El Gobierno y el PSOE acaban de aprobar un Estatuto de Cataluña que
rompe la Constitución, hundiendo la innovación más exitosa de nuestra Historia
contemporánea, consistente en haber logrado aprobar en 1978 nuestra primera
Constitución por consenso, lo que había dado largos años de estabilidad al
país. Eso se ha destrozado, y producirá efectos graves y negativos durante los
próximos años si alguien ---el Senado, el referéndum o el Tribunal
Constitucional--- no lo remedia, al haberse impuesto la visión confederal,
contraria al Estado e insolidaria del nacionalismo catalán. El consenso ha sido
sustituido por el sectarismo y la miopía nacionalista, con la ilegítima ayuda
imprescindible del oportunismo y la ceguera histórica del PSOE, su Gobierno y
sus aliados.
El Presidente del Gobierno y el PSOE han incurrido en traición a
sus principios y a sus votantes al aprobar una reforma encubierta de la
Constitución que destrozará el país durante los próximos años a un ritmo
crecientemente acelerado. ¿Y todo esto por qué?
Porque la mayoría de nuestra élite política es incapaz de innovar,
de salirse de los prejuicios históricos y aceptar la nueva España que desde
mediados del siglo XX ha emergido de la Historia. El nacionalismo catalán sigue
estancado en el modernismo de fines del XIX y principios del XX; el
nacionalismo vasco en el fuerismo y el racismo anacrónicos
o el nacionalsocialismo, y el sector republicano y comunista de la izquierda
política en la crisis de la Segunda República, y el antifranquismo
de manual.
En el último tercio del siglo XX parecía que Carrillo y Felipe
González habían conseguido modernizar sus partidos, por influencia del PCI y la
socialdemocracia europea, pero el "sorpasso"
se transformó en "fracasso" y Bad Godesberg-Suresnes en
burocracia, Roldán, PSC y ZP. Es decir, en demolición de la tradición
socialista y de izquierda a favor del fundamentalismo en IU o del vacío
posmoderno que conduce al oportunismo electorero en el PSC-PSOE.
A veces se dice que el núcleo director del Gobierno y el PSOE están
guiados por una estrategia coherente instrumentada mediante mano de hierro y
guante de seda, pero se confunde la táctica con la estrategia: la primera es el
puro oportunismo para vencer la batalla inmediata de alcanzar y mantenerse en
el poder "como sea". Es decir, ceder valores y objetivos finales de
construcción de país ante el interés inmediato de conseguir aliados en la
izquierda y el nacionalismo anacrónicos para poder vencer a la derecha. La
estrategia es algo que corresponde a la alta función de la política,
consistente en gobernar una sociedad con el bien común y el interés general
como metas, aunque las batallas intermedias se puedan perder en algún momento.
Es decir, la estrategia es gobernar con sentido de la Historia y con el bien
común del país como criterio de orientación.
Pues bien, el actual Gobierno se mueve con otros parámetros: ZP
tiene a gala gobernar con "talante" y definir las políticas
según sople el viento, es decir, "como sea". Y el "como
sea" es ceder ante el resentimiento histórico del izquierdismo y el repubicanismo fracasados, y ante la insaciable y delirante
voracidad autodestructiva de los miopes nacionalismos vasco y catalán. Y junto
a ZP, articula el "talante" un habilísimo e infatigable táctico,
Alfredo Pérez Rubalcaba, que es capaz de sacar adelante las políticas sin tener
en cuenta más criterio que la victoria táctica intermedia más inmediata, o la
construcción de un bloque político dominante a cambio de lo que sea.
Pero las consecuencias de todo ello ya han empezado a ser nefastas:
el Estatuto catalán emergió de una alianza táctica con ERC en Cataluña y en el
conjunto de España que produjo un engendro aberrante, que obligó a un nuevo
giro táctico hacia CIU, pero que no ha conseguido eliminar su letalidad para el
funcionamiento eficaz y duradero de la democracia española. En síntesis, el
actual Presidente del Gobierno, al gobernar sin rumbo nuestro último problema
histórico, el de los nacionalismos periféricos y la integración de España, lo
está agravando, desintegrando el país, y seguirá haciéndolo así con el problema
vasco y su componente específico de la violencia terrorista.
La tentación que Jáuregui no quiere percibir, quizá porque para él
el objetivo esencial también consiste en irritar o vencer a la derecha, es la
de ceder "como sea" a las fuerzas que emerjan de la situación, a fin
de liderar el proceso desde el poder y mantenerse en él con más fuerza. Y ante
este "ahora o nunca" tan claramente percibido por los actores, el
nacionalismo comienza a elevar las apuestas, a fin de devorar más rápidamente
objetivos. La consecuencia de todo esto puede ser que ETA continúe rearmándose
y extorsionando a fin de pagar la nómina, que su brazo político pueda
legalizarse para que le paguemos los complementos de sueldo, que Navarra
desaparezca, que la autodeterminación y la territorialidad continúen siendo
requisitos previos al abandono de la violencia, y que esas nueces que el PNV
espera recoger de las sacudidas de ETA acabe recogiéndolas HB en alianza con el
PSE y el PSN en Euskadi y Navarra, copiando a Maragall y el PSC con una alianza
todavía más demencial que la catalana con la Esquerra.
Frente a todo esto, el PP no debe perder el rumbo: el tinglado
ZP-IU-nacionalistas ya ha comenzado a fracasar en Cataluña si el PP sigue
orientando su comportamiento estratégicamente, y no por electorerismo
táctico. Está por ver el resultado del referéndum y la sentencia del Tribunal
Constitucional; está por ver si se consigue despertar al sector centrista de la
población alertándolo con firmeza pero sin estridencias ante el peligro; está
por ver cómo evoluciona la situación vasca; está por ver si el PSOE sigue
autodestruyéndose y si ello hace emerger Ciudadanos libres en el conjunto de
España; está por ver si la voracidad del nacionalismo proetarra
es retórica o efectiva... están por ver muchas cosas, y lo importante es no
perder el rumbo y la unidad de lo que queda del constitucionalismo, sobre todo
porque de momento no se puede hacer gran cosa... por desgracia, hasta que se
consume la degeneración impuesta por estos dementes que nos gobiernan.