NO ES EL TERRORISMO SINO EL NACIONALISMO 



 Artículo de José Javaloyes en “La Estrella Digital” del 20.02.06 

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Lo que menos podía esperarse el presidente Rodríguez y su coro de expectantes era el doble manifiesto etarra del sábado en Bilbao: manifestación contra la Justicia, por el macrojuicio, y comunicado de la banda sobre las condiciones de fondo para la negociación. Es algo más y mucho menos que el parto de los montes: la monumentalización de la indignidad política, a la que el presidente insistía en convocar al PP, en sus declaraciones publicadas el domingo por ABC. Más previsible era, sin embargo, la manifestación de ERC, el sábado en Barcelona, con el mismo tipo de concurrencia que la de Bilbao: están todos los mismos que votan. El sentimiento nacionalista es así. Tan coherente en su reiterada expresión como reticentemente democrático.

Pero con todo, lo que más resalta, cuando se desploman sobre la cabeza del responsable los cascotes —de la indignidad política más que del fracaso—, es que Rodríguez pretenda que la cuenta sea pagada a escote por la oposición. De otro punto, como es antes cuestión moral que debate político, parece lo de menos, a estas alturas, qué haga o deje de hacer la oposición ante las danzas negociadoras del presidente Rodríguez con los nacionalistas —vascos y catalanes— sin hacer distinción de pelajes.

En el mercado de la política, como en el otro, lo genuinamente relevante son los límites: no todo puede ser materia de negociación, asunto de precio, cuestión de trueque. Pues no todo es negociable. Y hay asuntos llamativamente innegociables. Son los que integran corazón y tronco de los derechos humanos: el derecho a la vida, el derecho a la libertad, el fuero de la paz en la dignidad.

La política que se extravasa, ésa que viola los límites de fondo, o que se desentiende de quienes los franquearon, no es política homologable como la que tiene curso en las viejas naciones de Occidente. Poco importa que los transgresores sean los llamados “asesinos etarras”, los reciclados de Terra Lliure o quienes comparecen como demócratas dignísimos que se limitan a cortar el cupón de los rendimientos políticos del terrorismo. Arzalluz, el de las nueces, también estaba en la manifestación batasuna de Bilbao. Mientras el presidente Rodríguez insiste en darle, por entregas, la vuelta a la Historia de España, primero con el Estatuto catalán y ahora con la temporada de rebajas para los criminales, el personaje que con más seguridad circula por calles y plazas, bares, tascas y restaurantes de Euskal Herria, un tal Egibar, portavoz del PNV por más señas, sigue tan fresco, y más seguro que nunca, después de decir, en estas vísperas de aún no se sabía qué, que ETA es “organización política que emplea ‘técnicas terroristas’”. Para el portavoz, el fin político justifica los medios o las técnicas del terror. Tosco maquiavelismo o política sin moral: esa a la que se apuntan los sabinianos de pura cepa, al suscribir la propuesta de Aralar de un desenlace “sin vencedores ni vencidos”.

Y quién responde de los Mil Muertos de ETA? El otro nacionalismo vasco, el que corta el cupón, se lava las manos mientras Rodríguez y el PSOE que toca pelo, miran para otra parte. Lo que quieren es fundamentar “como sea”, a cualquier precio, un consenso alternativo con los nacionalismos que permita prescindir de la derecha nacional, se llame Partido Popular o se apellide de cualquier otra manera.

Los Mil Muertos entran en el precio. Nadie responderá de ellos. Por eso su gente ha repudiado a Peces-Barba, el Alto Comisionado, y puesto pies en pared frente a lo que se ve venir. Contra el pelillos a la mar que quiere hacerse, como si los asesinados en tan diversos escenarios fueran material políticamente fungible y no necesaria referencia primordial. Así, ¿cómo se le puede exigir “centrismo” a la derecha, se llame Partido Popular o de cualquier otra manera, si Rodríguez ha pactado con los nacionalistas un régimen ajeno y opuesto al consenso con que se hizo la transición? Rodríguez ha invertido el paradigma desde el que la transición se hizo: ha desnacionalizado la izquierda.

La alternativa izquierda-derecha, que es la que enmarca la noción de centrismo, no se corresponde con un escenario preferente de debate sobre modelo territorial, sino con otro debate de modelo social, que fue el la política española hasta las elecciones de marzo del 2004. Este escenario lo dinamitaron tres días antes de las urnas. Desde entonces, se ha regresado de la España integrada y pactada a la disociada: a la dialéctica bronca de las dos Españas. Esas aparentes precondiciones de una guerra civil que, providencialmente, se configura como imposible.

Todo se ha vuelto más abrupto y difícil. Para la alternancia real en el poder, desde los Idus de Marzo del 2004, sólo puede apostarse al cara o cruz de la mayoría absoluta del voto nacional, o a la absoluta coalición perpetua entre el PSOE de los Rodríguez y los nacionalistas de toda laya.

Ha perdido por ello todo sentido plantear, como Rodríguez ha planteado en ABC, que el PP se integre y participe en un juego como el actual, cuyo fin, por quienes llevan su iniciativa, no es otro que excluirle del juego mismo de la política. El Pacto del Tinell para el destierro de la derecha nacional va más allá de Cataluña; lo mismo que va más allá del Principado el consenso de Perpiñán, entre ERC y los etarras, entendidos éstos como “políticos nacionalistas”, que dice Egibar.

Establecida una dialéctica de tal naturaleza, que contradice por su propia base el sentido integrador de la Constitución, resulta ocioso hablar de la reforma de ésta. Por haberse liquidado el régimen de consensos que contenía, con la desnacionalización del juego democrático, la Carta Magna ya ha sido replanteada material y espiritualmente. Desprovista del consenso central que la configuraba, la Constitución de 1978 puede desprenderse de la referencia política como cáscara vacía, si no se regresa a la pronta restauración de sus equilibrios.

Más allá de la atribulada perspectiva de las víctimas y de la victoria política de ETA, lo que se identifica como el problema primordial de España no es el terrorismo, como se insiste en decir, sino el nacionalismo que lo genera.