LA GRAN COALICIÓN Y EL GRANDÍSIMO FOLLÓN

 

 Artículo de José Javaloyes en “La Estrella Digital” del 23.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Por vez primera en su Historia tiene Alemania desde ayer las manos de una mujer sobre el timón de su Gobierno. Pero tan relevante como ello es el interés con que la Gran Coalición es seguida, tanto por los propios alemanes como por el conjunto de los europeos: acaso en primer lugar por nosotros los españoles. El interés va por parroquias. Para las gentes de la Unión Europea, la reedición de esta fórmula de Gobierno deber tener virtualidades taumatúrgicas en lo que respecta a la economía del conjunto: indolente y atocinada, perpleja y a la espera de que un nuevo tirón alemán arrastre, despierte y reactive a todos. Pero entre esos todos se añade un interés que, incluyéndolo, va más allá de la economía y se centra en el plano de la política misma.

El interés español tiene doble soporte. De una parte, la opción que prevaleció desde el empate técnico en que desembocaron las elecciones alemanas de septiembre no fue la seguida en España después del 14 de marzo del 2004; es decir, la de un Gobierno en minoría con la asistencia parlamentaria de una confederación de grupos menores, nacionalistas y comunistas, que al cabo son quienes han arrendado al PSOE la Moncloa.

De otra parte, la fórmula de coalición entre los dos grandes partidos alemanes, en su expresión de política territorial, no ha seguido el rumbo en que se confunde la mayor descentralización con la deriva anticonstitucional —no simplemente inconstitucional, como insiste en precisar el ex presidente del TC Manuel Jiménez de Parga—. Los pactos políticos en que se asienta la Gran Coalición entre democristianos y socialdemócratas alemanes incluyen el de reforzar funcionalmente las competencias del Gobierno de Berlín, de la Federación, frente al peso de los länder o estados federados.

La línea alemana ha sido aplaudida —al igual que criticada la deriva que preside Rodríguez— por numerosos representantes del mundo socialista, pero muy especialmente, desde el propio Berlín, por el ex presidente Felipe González. El derrotero alemán se constituye así en un factor más de confrontación, o si se quiere de simple desacuerdo, entre la generación del PSOE que hizo la Transición y la generación socialista que, en los términos dichos y sabidos, alcanzó el poder con el empujón formidable del 11M. Esta generación gobernante, aparte de desestimar dentro de su lógica el ofrecimiento de colaboración que le ofreció la derecha, pues sus postulados de política territorial son antitéticos, se ha aplicado con todo ardor a cumplir las exigencias de sus aliados para confinar al Partido Popular, expulsándolo del juego político, invirtiendo así el régimen de consenso de los últimos 30 años de vida española. Y más aun, sumando a esa ruptura del posfranquismo el denunciado salto retroactivo hasta los comienzos del extravío republicano.

El retroavance de esta Moncloa, basado en la ruptura del consenso constitucional, se ha venido a traducir, como reflejan las encuestas, en el disenso entre una emergente e irritada mayoría social y la declinante mayoría parlamentaria. El vigor de este proceso es tan acentuado, y tan definido el eje de su marcha, que ha reducido a la condición de recurso irrisorio la tómbola fiscal abierta por Rodríguez para frenar la desaprobación, cada vez más extensa e intensa, de su política con los nacionalistas catalanes y las formaciones nacionalistas y paraterroristas en el País Vasco.

Incluso en el orden de la doctrina constitucional incide el interés español en la nueva etapa política que se abre en Alemania. El abierto camino para la revisión del federalismo alemán, con la que rescatar la gobernación nacional del bloqueo a que se encuentra sometida, cabe avizorarlo como el comienzo de un tiempo nuevo en el que se discute la supuesta bondad de una descentralización sin fin del poder del Estado.

La experiencia en curso que depara el Estatuto corteconfeccionado en Barcelona es aleccionadora. Llevada a su último extremo la aventura descentralizadora, en un proyecto federal como el de Alemania, o en otro autonomista como el español, puede llegarse al empantanamiento alemán en el consenso cotidiano, o a la deriva hasta un modelo intervencionista que acaba con la igualdad de los españoles y el constreñimiento de la libertad para los compatriotas que viven en Cataluña.

Mucho mejor, vino a decir González, la Gran Coalición que el Grandísimo Follón en que Rodríguez ha resuelto su política de Gobierno, por el embargo parlamentario en que se encuentra desde que entró en la Moncloa. Para quedarse a cualquier precio.