NECROFILIA

 

 Artículo de Jon Juaristi en “ABC” del 14.10.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Bueno, sea: quitamos a Muñoz Seca del callejero. A cambio, también a García Lorca. No consta que fuera un agente de Stalin, pero tuvo la mala pata de que lo fusilaran los fachas, y como el demérito de Muñoz Seca se reduce a que lo pasaron por las armas los rojos, pues lo uno por lo otro. Sigamos. Pemán, claro que sí. Y un bolchevique del Puerto para compensar, Alberti. Lo de Dionisio Ridruejo es más peliagudo, porque tuvo tiempo de oscilar lo suyo. Yo diría que por la Pasionaria y Arias Navarro, a menos que sólo se pueda uno, en cuyo caso propongo a Tierno Galván. A ver, más madera. ¿Maeztu? Súper. Pon que por Zugazagoitia. Y el Valle de los Caídos, ese horror, por el Guernica, ese bodrio. Y la placa de la iglesia de los Teatinos por el manolito a los tres del FRAP en el parque del barrio, y el monumento a Carrero en Santoña por el Prieto de Pablo Serrano, y el arco de Moncloa por Largo Caballero. En menos de un año habremos dejado el espacio público libre de recuerdos desagradables, o sea, de memoria, porque la memoria es siempre puñetera, y lo que a ti te agrada a mí me enfada, y viceversa, y el bisabuelo tuyo que quieres desenterrar, asesinado por mi tío abuelo, asesinó, a su vez, a mi tía monja. Mejor que lo borremos todo de golpe.

Pregunta: ¿no lo habíamos hecho ya? ¿No habíamos sido capaces de asumir la Historia sin sustituirla, como hacía el franquismo, por una memoria rencorosa y cotidianamente activa? La memoria es imaginación incontrastable; la Historia se ciñe al documento. Y aunque el documento desencadena la imaginación, habíamos aprendido a que ésta no interfiriera con el conocimiento histórico.

Porque la memoria sólo se conoce a sí misma. No necesita, como la Historia, asideros objetivos, y por eso es ilusorio creer que la demolición de los pedruscos franquistas pondría fin a un revanchismo indecente que se agarraría, si hiciera falta, al color de tu corbata (o al hecho de que lleves corbata). No es cuestión de justicia, como se proclama. La justicia no tiene nada que ver en esta zarabanda de la memoria histérica. Aquí no hay más que resentimiento, oportunismo y cuquería. No me refiero a los ancianos que desean muy legítimamente rescatar de la cuneta los restos de sus ancestros y darles sepultura cristiana o civil. Pueden ser un pretexto marginal, pero no parte del problema. No: la clave del mismo está en una izquierda discontinua, nacida del desdoblamiento del régimen franquista, que pretende imponer a la Historia una interpretación sectaria. La clave está en la impaciencia castrista de quienes, sabiendo que la Historia no los absolverá, se despepitan por arrancarle al menos un veredicto inapelable que condene para siempre al ostracismo a la derecha democrática. O sea, la utopía del franquismo en versión invertida (o no tan invertida). Y, finalmente, la clave está, no faltaba más, en una legión de buscadores de renta disfrazados de buscadores de huesos, nueva modalidad de explotación económica de la necrofilia.

En realidad, ni en esto de la memoria son originales. Como de costumbre, se limitan a copiar las modas de la izquierda ultrapirenaica. Alain Finkielkraut, en Le Nouvel Observateur de la pasada semana, describe sin complejos el panorama francés: «Cuando una institución hace un penoso esfuerzo de memoria, como, por ejemplo, la Iglesia, me conmueve. Pero no siento la menor ternura por unas generaciones que lo tienen todo en blanco, en especial la revolución del 68, y que se constituyen en jueces del pasado y de su gran iniquidad. Los franceses de hoy que someten a proceso a Vichy, la esclavitud y la colonización, no se arrepienten: se relamen de gusto y se aplauden a sí mismos por su victoria imaginaria sobre la bestia inmunda». Como se puede comprobar, esto es lo mismo, con las inevitables deformaciones esperpénticas y las tintas carroñeras que aporta al caso la izquierda más zote y siniestra de Europa occidental (tampoco vamos a exagerar la nota).