LINAJES
El proyecto socialista de reforma del orden de los apellidos denota algo
más grave que la pura estupidez
Artículo de Jon Juaristi
en “ABC”
del 07 de noviembre de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
EL Gobierno ha decidido terminar él solo con el
patriarcalismo y está que se sale. Después de la ofensiva contra los juegos
sexistas en los recreos, lanza el proyecto de reforma del sistema de apellidos
como punto decisivo de la anunciada Ley de Registro Civil. Si el progenitor A y
el progenitor B no se ponen de acuerdo en qué apellido ha de imponerse en
primer lugar al neonato, se recurrirá al orden alfabético.
Siento una apremiante curiosidad por saber el nombre
(y los apellidos) del genio que ha engendrado o alumbrado la idea, y, sobre
todo, la cantidad que le estamos pagando mensualmente. Cualquiera que sea ésta,
se la merece. Casi ha conseguido convencerme de la necesidad de suprimir por
completo el Estado, antes de que acabemos todos en el frenopático.
A veces, las ocurrencias mentecatas tienen cierto valor pedagógico. El programa
del Tea Party parece una broma comparado con
el que necesitaríamos en España para liberar a la población de la banda de
psicópatas que nos pastorea. Si alguien, después de conocer esta última parida
gubernamental, no ha llegado a la conclusión de que el vicepresidente tercero
está del tanque cuando afirma que la mencionada ley «supone un paso más hacia
la igualdad y termina con la diferencia de género», es que se ha puesto a
delirar al unísono con un poder ejecutivo demenciado.
Que los padres acuerden aplicarle a la criaturita
indefensa un primer apellido paterno, materno o el de una lejana tía abuela de
la que podría heredar no requiere mayor justificación, pero sostener que la
alteración del orden convencional de los apellidos «termina con la diferencia
de género» delata un trastorno mental grave. Lo más preocupante es que el jefe
de la oposición sólo vea en la proyectada reforma algo «innecesario», y no un
síntoma de la devastación psíquica de sus autores. Innecesaria, obviamente, la
reforma lo es, por no hablar ya de la existencia misma del Gobierno y de cada
uno de sus miembros. La ausencia de necesidad viene a ser, por decirlo de algún
modo, el grado cero de la cuestión. La estupidez marca una primera
determinación evaluable, y resulta estúpido, por ejemplo, confundir patrilinealidad con patriarcalismo, pero suponer que la
realidad cambia cuando le cambias el nombre incurre ya en la patología. Rajoy
no debería dar la batalla parlamentaria, sino llamar directamente a los
loqueros.
Tanto la estupidez como el delirio se propagan en
sentido descendente. La ex secretaria de Políticas de Igualdad sostiene que la
elección consensuada de los apellidos del rorro terminaría con el sentido de
pertenencia a un grupo y de la preocupación por continuar con un linaje. La
explicación sobraba, conociendo el paño. No obstante, es deliciosa la nota
erudita que introduce la periodista de El País que recogía, el pasado
viernes, las declaraciones de la ex secretaria: «Franklin Delano
Roosevelt… recibió el Delano para que su madre no
perdiera su apellido de soltera». Estupendo, pero hay casos más cercanos.
Francisco Franco Martínez-Bordiú recibió el Franco para que su madre no
perdiera el apellido de soltera, por decisión de su abuelo materno, un
comprometido luchador por la igualdad de género y modelo tácito del feminismo
socialista.