ESPAÑA DESVARÍA ENTRE LA DESIDIA DE LA CIUDADANÍA Y LA OSADÍA DE LOS GOBERNANTES

Artículo de Javier Ybarra  en “El Confidencial.com” del 20 de julio de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

La buena política, como la buena salud, no se siente. Solo al perderla es cuando se la echa de menos. Muchos doctores diagnostican que la política española ha perdido la salud, y no solo en el terreno económico. Cada día resulta más difícil encontrar un político que posea altura de miras, que no lo fíe todo a la conveniencia de partido.

 

Los doctores culpan de la mala salud de la política española a la osadía y a la improvisación de nuestros gobernantes. Pero también culpan de ello a la desidia de la ciudadanía. Ya lo advirtió Alexis Tocqueville:  los ciudadanos observan con prevención a la clase política, la aceptan como tutora pero, para evitarse problemas, no se mezclan con ella.

 

Los ciudadanos únicamente se movilizan en masa cuando toca votar. Luego, tras acudir a las urnas para cambiar de tutor o para reelegirlo, justificándose de ese modo ante sí mismos – “nosotros elegimos a nuestros gobernantes” –, regresan a su esclavitud consentida. Solo invaden la calle si están en la ruina o si se disparan los precios de los alimentos básicos. Cuando la ciudadanía pierde la capacidad de asombro, emprende el camino del desvarío y suele acabar suicidándose. Alemania, por ejemplo, fue del desvarío de la inflación al desvarío del Tercer Reich.

 

En Recuerdos de la inflación alemana (1942) cuenta Thomas Mann que, por los años veinte, la gente ya se había olvidado de cómo asombrarse y, desde entonces, no hubo nada tan descabellado y cruel como para que pudiera impresionarle, ni siquiera cuando la tendera pedía secamente “cien billones de marcos” por un huevo. El propio Mann vendió su casa en diciembre de 1923 por dos mil billones de marcos. Sin embargo, muchos alemanes no se enteraban de lo que estaba ocurriendo. “Aún recuerdo el rostro orgulloso y desamparado con el que nuestra vieja niñera nos aseguró un día que pensaba retirarse pronto y vivir de sus ahorros. Tenía un par de miles de marcos en el banco, pero con ese dinero ni siquiera podía comprar un huevo”.

 

Esperar todo del Estado

 

Fue durante la hiperinflación cuando, según Mann, los alemanes se olvidaron de confiar en sí mismos como individuos, y aprendieron a esperarlo todo del Estado. “Se acostumbraron a contemplar la vida como una salvaje aventura cuya salida no dependía del propio esfuerzo, sino de unos poderes malvados e ignotos.  así, habiendo sido atracados, los alemanes se convirtieron en una nación de atracadores”.

 

Los meteorólogos de la sociología advierten sobre un cambio de vientos políticos en España. La ciudadanía va percibiendo que el gobierno de ZP, primero negando la crisis económica y ahora apuntalando con cheques montilla la insolidaridad territorial, no sabe estar a la altura de las circunstancia. Frente a los trajes elegantes, al aroma a plata y a bolso Vuitton, las monedas que  tintinean de verdad son las que se entregan para apaciguar la voracidad de las comunidades autónomas que se creen superiores al resto y no quieren oír hablar de igualdad por nada del mundo.

 

Y mientras nos gobiernan en medio de grandes obsequios y amplias sonrisas, como si España fuera el país de Jauja y ZP Mr. Jajá, la gran mayoría sufre cruzada de brazos y espera la llegada del momento decisivo, el momento electoral. A veces, cuando esa mayoría acude al bar para refrescarse el gaznate, pregunta por lo que  ofrece  la alternativa política y el camarero responde que “más de lo mismo”. Y unos se lo creen y otros piensan que, tal como ha ocurrido en las Vascongadas, los cambios suelen ser curativos y ejemplarizantes.

 

Urge reclutar para la política gentes con un claro sentimiento de servicio a la sociedad, gentes que tengan altura de miras y gobiernen pensando en el medio y largo plazo. Cuando las clases rectoras se dedican a jugar al cortoplacismo olvidan la conciencia de su misión y se dejan suplantar por las improvisaciones y las osadías. Entonces, los ciudadanos se sienten atracados y, tal como sucedió en Alemania, el país corre el riesgo de convertirse en una nación de atracadores.