EL FINAL DE LA ESCAPADA

Artículo de Javier Zarzalejos en “El Correo” del 11-7-2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El pacto del Tinell con el que Rodríguez Zapatero sentó las bases que le han sostenido en el poder se ha convertido en la prueba de cargo de su sectaria concepción de la política, que ha pretendido sustituir la confrontación democrática por la deslegitimación del adversario.

 

Para alguien que lleva más de seis años gobernando a salto de crisis, lo que está ocurriendo a propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional parecería a primera vista más de lo mismo: la continuación de ese modo divisivo de entender la política en el que Rodríguez Zapatero cree brillar; la permanente recreación del enemigo -el PP- como argumento cohesivo de esa suma de minorías que hasta ahora han otorgado al PSOE su ventaja electoral.

En esa tendencia irrefrenable a la fabricación de crisis, Rodríguez Zapatero ha exhibido su profundo desdén hacia los consensos fundacionales del sistema constitucional. El apóstol del talante y el diálogo ha demostrado ser un fiel continuador de la peor tradición política española de exclusión del adversario. Y si el abuelo fusilado pasa por ser su conexión emocional con la República, su parentesco político y su gusto instintivo por aquélla radica en la sectaria reinterpretación azañista del régimen republicano que Rodríguez Zapatero ha querido importar al sistema de la Constitución del 78.

La operación estatutaria catalana, promovida a dúo por Maragall y Rodríguez Zapatero, condensa bien todos estos elementos con los que el presidente del Gobierno amuebla su política. Pero expresa también los límites de esa estrategia de exclusión, tantas veces intentada. Aquel «apoyaré lo que apruebe el Parlamento de Cataluña» señaló el comienzo de lo que podríamos denominar el ‘zapaterismo’ y puede marcar su final. El pacto del Tinell con el que Rodríguez Zapatero sentó las bases que le han sostenido en el poder se ha convertido en la prueba de cargo de su sectaria concepción de la política, que ha pretendido sustituir la confrontación democrática por la deslegitimación del adversario.

El desenlace de la operación estatutaria en Cataluña parece marcar el final de la escapada para Zapatero por dos razones fundamentales. La primera, porque el Estatuto catalán ha quedado en evidencia como una mera operación de poder del socialismo español -PSC y PSOE-, revestida con la retórica de la ‘España plural’.

La segunda, porque esa operación se basaba en un presupuesto indigerible para el sistema democrático como es la exclusión del primer partido de la oposición.

Las dos audiencias a las que se dirigía Zapatero se ven de nuevo defraudadas. La catalanista se encuentra con que el Estatuto es algo así como un título político ’subprime’ que compró confiando en el aval de solvencia que el propio presidente del Gobierno le había concedido. Y la del resto de España, que puede preguntarse qué pasó con aquellas garantías según las cuales el Estatuto catalán haría posible, por fin, el ‘encaje de Cataluña en el Estado’. La consecuencia es que los socialistas se han quedado manifiestamente solos cuando pretendían encabezar de nuevo un ataque concertado contra el PP para esconder el efecto de la sentencia. Un fiasco no menos visible que el de Montilla, que no ha encontrado solución mejor que taparse con la ’senyera’ y salir a la calle para manifestarse contra una sentencia que sus compañeros en Madrid afirman que avala plenamente el Estatuto.

Está claro que el pueril triunfalismo del Gobierno al proclamarse vencedor en la sentencia y declarar la derrota del Partido Popular no ha convencido a casi nadie. Tampoco a Montilla.

Lo que se puede concluir del fallo es que, si bien la amputación del Estatuto ha sido limitada, con la reinterpretación de 27 artículos y la declaración de ineficacia del Preámbulo, el Tribunal ha practicado una significativa esterilización química del texto. La sentencia no es modélica, pero tampoco inocua. Con todas sus carencias, y aun siendo manifiestamente mejorable, fija límites y define elementos estructurales del Estado autonómico que habían llegado a considerarse disponibles para los estatutos.

La respuesta de Rodríguez Zapatero ha sido la de ofrecer mecanismos para eludir el fallo del Tribunal. Es decir, el presidente del Gobierno, en vez de favorecer la asimilación de un fallo que debería estabilizar el modelo autonómico, se ha comprometido a lo contrario, a fomentar la conflictividad, a continuar con la precariedad, a no dar tregua en este tejer y destejer institucional. De nuevo, la crisis como instrumento de gobierno.

En términos de réditos electorales, no hay duda de que el Estatut ha sido rentable para los socialistas. El PSOE ha hipotecado su discurso a la estrategia en Cataluña consciente de la importancia decisiva de esos votos. El problema para Zapatero es que debe mantener muy alta la rentabilidad electoral de su apuesta radical-catalanista para que el PSOE siga aceptando sin tensiones insuperables esa hipoteca.

Pero las cosas no apuntan en dirección al éxito electoral de los socialistas en Cataluña, sino todo lo contrario. Si se confirma lo ya probable, que los socialistas pierden la Generalitat en las elecciones autonómicas de otoño, esos comicios pueden dirimir algo más que el Gobierno catalán. Ése será el momento en que muchos socialistas dirán que tienen que replantearse algunas cosas importantes, y abogarán por que el péndulo nacional del socialismo se disponga a oscilar. Todo el socialismo sufrirá los efectos de esa derrota, que será vista como la imagen en negativo de aquella otra en la que Zapatero, saludando desde el balcón del Palacio de la Generalitat, abría su apuesta de poder, ahora ya sin apenas capital político que la sostenga.

Javier Zarzalejos, EL CORREO, 11/7/2010