¿CUATRO AÑOS MÁS DE ZAPATERO?
Artículo de José María Lassalle en “ABC” del 24.01.08
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
Con una apostilla a pie de título:
¡QUÉ CUARENTA TAN BIEN CANTADAS!,
A ver si se consigue que las masas peronistas que existen en este
país se enteren de una vez.
Luis Bouza-Brey, 24-1-08, 21:30
Acosada por la pésima gestión de los asuntos públicos, la
izquierda «zapateril» trata de salvar la inane
vaguedad de su líder como sea. Instalados en una deriva demagógica que desanda
la sensatez de la izquierda ilustrada y racional que tanto contribuyó a la
modernidad democrática de España desde la transición, los corifeos de la
astucia populista utilizan desde los medios de comunicación toda la munición
que tienen a su alcance para caricaturizar torpemente a quienes hemos sido su
oposición durante esta legislatura.
En vez de pensar cómo tejer complicidades con el oponente
derrotado tras el 14-M, los actuales dirigentes del PSOE han tratado durante
toda la legislatura de anatemizar a quienes podíamos haber estado a su lado si
se lo hubiera propuesto la persona en la que ha descansado la iniciativa de
Gobierno. Con un poco menos de imprudencia adánica y algo más de generosidad
política hacia el vencido, la legislatura que ha concluido hubiese podido
discurrir, sin duda, con otro estilo y, sobre todo, podía haber ofrecido otro
balance. Sin embargo, la lógica de los diseñadores del Pacto del Tinell ha dominado buena parte de los discursos del PSOE
durante estos años de gobierno socialista. Resulta sorprende que esto suceda a
manos de quienes dicen esgrimir la disposición del republicanismo cívico. De
hecho, han evidenciado esa autocomplacencia que, según Laporta, es el mayor
peligro que arrastra consigo la izquierda, y que en el caso que nos ocupa ha
desdeñado los puentes hacia quien era su imprescindible interlocutor: el
principal partido de la oposición.
Los dirigentes del PSOE han buscado la confrontación con el PP
hasta agotar la paciencia de las clases medias y los sectores más prudentes de
una izquierda que se ha visto rebasada y desposeída de los referentes que
identificaron a los socialistas como una fuerza de progreso durante buena parte
de los gobiernos de Felipe González. En este sentido, a lo largo de la
legislatura han sustituido los argumentos de racionalidad igualitaria por una
teatralidad irracional que ha apelado, incluso, a la historicidad de pasiones
que algunos creíamos que estaban afortunadamente olvidadas tras la experiencia
colectiva de la transición democrática. De este modo se ha impedido cualquier
marco de consenso con un adversario al que se ha mirado por encima del hombro,
negándole incluso su legitimidad democrática al hacerlo injustamente heredero
de aquella oprobiosa dictadura franquista que toda la sociedad española sufrió
por igual.
Sin embargo, por mucho que insistan al respecto, el Partido
Popular en el que militamos más de 700.000 españoles no es una fratría
enardecida y deseosa de practicar una especie de Apocalipsis ritual. La
maniobra, por torpe y gruesa, ofende. El integrismo conservador del que habla
el presidente Zapatero únicamente está en boca de éste y de quienes aplauden su
ingravidez intelectual. La inmensa mayoría de las personas que formamos parte
del proyecto que lidera Mariano Rajoy somos gente de principios liberales y de
disposición centrista. Por formación y orígenes practicamos en todas las
facetas de nuestra vida la moderación y la tolerancia, defendiendo fórmulas de
convivencia colectiva que son abiertas y respetuosas hacia el pluralismo de la
sociedad abierta en la que creemos.
Bajo el liderazgo de Mariano Rajoy todos los populares nos hemos
visto reconocidos, tanto en nuestras ideas como en nuestra sensibilidad. El
Partido Popular se asienta sobre una amplia base centrista en la que confluyen
cómodamente las diversas familias que han alimentado las ideas y planteamientos
de la derecha democrática española desde su tradición decimonónica hasta hoy.
De hecho, somos un partido que se reconoce a sí mismo en la herencia del
liberalismo de las Cortes de Cádiz tal y como reconocen nuestros fundamentos
programáticos. El centro político es, y seguirá representándolo en España, el
Partido Popular que lidera Mariano Rajoy. Pensar otra cosa es faltar a la
verdad. De esto último, por cierto, sabe mucho el señor Rodríguez Zapatero que
se ve en la necesidad de esconder su falta de principios y sus difusos asideros
ideológicos practicando una demagogia que daña la inteligencia de quienes le
secundan. A lo mejor piensa que los españoles van a olvidar la gestión que hizo
del Estatut o la negociación política con ETA. Quizá
cree que puede evitar la censura igualitaria de su electorado entregándose a
una audacia expresiva y una imprudencia política que son inadmisibles en
alguien que es el líder de un partido de la izquierda democrática europea.
Que alguien que ha sustituido el temple socialdemócrata del PSOE
por un «collage» de inquietantes superficialidades programáticas e ideológicas
pretenda ahora dar lecciones de respetabilidad centrista es preocupante. No en
vano él, y sólo él, es la persona que ha dirigido los destinos de nuestro país
durante estos años de ruido y furia política vividos desde el 14-M. Él, y sólo
él, ha demostrado que la seriedad y el éxito del proyecto democrático español
estaban cogidos de alfileres. Que la persona que ha diseñado la agenda de
nuestro país y que ha seleccionado quiénes eran sus compañeros de viaje,
pretenda ahora apelar a la sensatez y la moderación, es algo inasumible para
cualquiera que afronte la tarea de repasar con objetividad y distancia lo
sucedido desde las pasadas elecciones generales. Que alguien que ha
desaprovechado los mejores años de la economía mundial en el último medio siglo,
que nos ha situado en sintonía internacional con líderes caribeños o que ha
minimizado la idea de España como nación de ciudadanos libres e iguales, quiera
sacar pecho de responsabilidad y respetabilidad modernizadora, es una triste
desfachatez que agudiza la crisis de un socialismo que no ha sabido rediseñar
el éxito que representó la izquierda democrática que encarnó el PSOE en los
años 80.
Y es que sin idea del límite ni apenas asideros reflexivos, la
izquierda que dirige en estos momentos los destinos del socialismo español no
sólo ha despreciado, como apuntaba Joaquín Leguina,
el pensamiento y la academia, sino que arrastrados por «la endogamia política y
unos curricula poco presentables, donde brillan por
su ausencia las experiencias laborales ajenas a la política», han gestionado
nuestro país de cualquier modo y, lo que es más grave aún, sin importarles cómo
reconducir la tensión generada tras el shock que supuso para el conjunto de la
sociedad española el atentado del 11-M. La pregunta que cabe ahora es: ¿alguien
se imagina qué nos espera si vuelve a ganar las elecciones un Partido
Socialista liderado por José Luis Rodríguez Zapatero?