LA ESENCIA DEL ZAPATERISMO Y LA CRISIS DE ESPAÑA

Artículo de Luis Bouza-Brey (13-2-11, 18:00 hs.)

 

Estamos llegando al final de la era Zapatética, porque posiblemente, por fin, la mayoría se haya dado cuenta de que el gobierno de Rodríguez Zapatero ha sido nefasto para España. Pero conviene dar consistencia teórica a lo que en muchas mentes posiblemente sea sólo intuición, y dar forma racional a una explicación del por qué un político tan fatídico ha logrado conducir al país a la ruina económica y moral, al hundimiento del régimen democrático del 78 y al desprestigio total de España en el ámbito de las relaciones internacionales.

Mario Vargas Llosa comenzaba su libro, “Conversación en La Catedral”, del siguiente modo:

 

Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles,

edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la

neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas

merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios

de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos,

cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San

Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en

cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso,

fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay

solución.

Nosotros, en la España de 2011, y ante el final agónico de la era zapatética, debemos preguntarnos también lo mismo:

 

¿EN QUÉ MOMENTO SE JODIÓ ESPAÑA?

 

Recuerdo la ilusión con la que, allá a mediados de los años sesenta, nos esforzábamos por contribuir a la instauración de la democracia en España: los de mi generación estábamos abandonando la adolescencia y entrando en la Universidad, y se abría ante nosotros un mundo nuevo, de distanciamiento del claustro familiar, apertura de nuevos horizontes intelectuales, nacimiento de inéditas relaciones sociales, y percepción de una creciente efervescencia sociopolítica que bullía en la sociedad española y en el mundo entre “la generación del 68”.

Vivimos aquella década de crisis con  esfuerzo, esperanza y mayores o menores desequilibrios vitales, hasta alcanzar en el 78 la aprobación de la Constitución y la instauración en España del régimen democrático. Un régimen que se basaba en un aparente acuerdo mayoritario a favor de cerrar definitivamente las brechas históricas que nos habían conducido a la inestabilidad, el atraso y la guerra civil, durante los siglos XIX y XX.

Creíamos que el desarrollo económico del país, su integración en la economía occidental, el crecimiento de una amplia clase media, la secularización de la cultura y el aprendizaje derivado de la negativa experiencia guerracivililsta anterior, nos permitirían consolidar una democracia moderna y madura, y dejar atrás la España de charanga y pandereta, el integrismo, el anarquismo primitivo, el autoritarismo y totalitarismo de derecha e izquierda, el etnonacionalismo unionista y separatista, el militarismo y el golpismo.

La transición y la Constitución parecían haber demostrado que el pueblo español y sus élites habían aprendido la lección de la Historia, y se esforzaban por llegar a acuerdos básicos que posibilitaran la creación de instituciones políticas estables e integradoras de la diversidad y el pluralismo del país. Había dificultades en la realización de este objetivo, como el terrorismo y la existencia de discrepancias ideológicas y territoriales “aparcadas” y dejadas sin cerrar en la ponencia Constitucional, pero pensábamos que el clima de consenso predominante permitiría solucionarlas mediante políticas de apaciguamiento que finalizaran la represión política y cultural del franquismo, y por obra de una concepción descentralizadora del poder que modificara el modelo de Estado con la aprobación de estatutos de autonomía para las nacionalidades y regiones. Los redactores de la Constitución, con estas orientaciones in mente, diseñaron, por una parte, un texto constitucional que intentaba fortalecer la estabilidad institucional, mediante la instauración de una “democracia de canciller”, un sistema electoral de circunscripciones provinciales y listas cerradas y bloqueadas, unos mecanismos de limitación de la participación popular directa, un Consejo General del Poder Judicial que gobernara la judicatura garantizando su independencia del Gobierno, y un Tribunal Constitucional que controlara la constitucionalidad y la salvaguardia de los derechos fundamentales de los españoles.

Por otra parte, los ponentes constitucionales diseñaron un modelo de Estado autonómico abierto, en su distribución y generalización territorial y competencial del poder, y en la determinación de un principio de disponibilidad estatutaria para la plasmación del modelo de Estado definitivo.

Hoy vemos que ambas características del sistema político del 78, que en su momento fueron prudentes o inevitables, han perdurado demasiado, bloqueando el sistema la desconfianza en la participación popular y el parlamentarismo, y minando su cohesión e integridad la confianza en que la apertura y la generosidad en la indeterminación de elementos esenciales del modelo de Estado podrían soldar definitivamente la brecha etnicista, producida por el centralismo y el independentimo.

A pesar de estas deficiencias sistémicas, la crisis se mantuvo latente hasta que el acceso de Maragall y Zapatero a la Generalitat y el Gobierno central dinamitaron la integridad y estabilidad del país. Sus políticas frívolas, sectarias, revanchistas y demagógicas constituyen el punto de ruptura y degeneración del régimen del 78, y el comienzo de lo que podríamos denominar la crisis de España, que hoy vivimos agudamente en este final de ciclo.

 

LA ESENCIA DEL ZAPATERISMO

Lo que caracteriza el zapaterismo es la estrategia de basar su poder en alianzas frentepopulistas con IU-IC y ERC y los nacionalismos periféricos, que inician la ruptura del consenso preexistente mediante una política de exclusión antidemocrática definida en el Pacte del Tinell contra la oposición mayoritaria del PP; la aplicación de una política revanchista basada en una Memoria Histórica sectaria y hemipléjica de recuperación de la legitimidad republicana e impulso de la ruptura de los pactos de la transición; y la violación de la Constitución mediante una mutación y desvirtuación de la misma, por obra del Estatuto de Cataluña, que modifica el modelo de Estado sin seguir los procedimientos de reforma constitucionales.

Este cambio de régimen, similar a un golpe de Estado, se consuma sin necesidad de violencia mediante el control y subordinación del Fiscal General del Estado, la parálisis del Tribunal Constitucional y la saturación de la sociedad por obra de una propaganda capciosa favorable al Gobierno, ejercida por la mayoría de los medios de comunicación dependientes del mismo y el apoyo de una camarilla de “intelectuales” paniaguados al servicio del poder, que legitiman el revanchismo, la provocación y la mentira permanente del gobierno y sus aliados.

 

Conjuntamente con el revanchismo, la exclusión antidemocrática de la oposición mayoritaria, la violación de la Constitución por obra del golpismo periférico y la mentira como pauta de gobierno, que reabren las brechas históricas de la desunión cainita y la desintegración territorial, Zapatero inaugura un período de políticas agresivas en el ámbito de la moralidad colectiva, que transforman al laicismo anticlerical y a las minorías marginales en paradigmas morales de la sociedad.

Esta reapertura de brechas históricas se ejecuta mediante el anómalo liderazgo de Zapatero, cuyo modo de percepción y definición de la realidad algunos han calificado como “pensamiento Alicia” (Gustavo Bueno), “tontiloquismo” (Tertsch), o sectarismo “progre”, que se puede caracterizar como de oportunismo y demagogia mayúsculos, en los que  una cosa y su contraria son verdad siempre que sirvan a Zapatero para alcanzar y mantenerse en el poder, apalancado en aliados que dañan la integridad del país y venden descaradamente su apoyo al PSOE y a su líder, a cambio de privilegios y traiciones al interés general del país.

 

¿SE ACABA LA ERA ZAPATÉTICA?

 

Después de ocho años sometidos al desgobierno zapatético, que ha hundido el país, el sistema democrático, la moralidad colectiva y nuestro prestigio internacional, parece que hemos llegado al fin de un ciclo de treinta años que exige una política de Regeneración que sólo se puede llevar a término mediante un PACTO DE ESTADO, un GOBIERNO DE GRAN COALICIÓN entre el PP y el PSOE postzapatético, y una REVISIÓN CONSTITUCIONAL que restauren la democracia en España. Y urge iniciar este proceso, pues el país no puede permitirse el lujo de continuar desgobernado un año más, si se quiere evitar el riesgo de quiebra y descomposición traumáticos producidos por el liderazgo oportunista y demagógico de Zapatero y su secuestro de un Partido Socialista Obrero Español abducido por el sectarismo, el etnicismo, el relativismo y el oportunismo.