LAS ELECCIONES DEL 12 M: UN NUEVO
UMBRAL EN EL DESARROLLO POLITICO ESPAÑOL
Luis Bouza-Brey, 19-3-00
Posiblemente
sea cierto que el 12 M representa un hecho histórico de tanta importancia como
el 15 J del 77 o el 12 O del 82. ¿Por qué? Porque si es interpretado
correctamente por los actores políticos cambiará la dinámica de su
comportamiento, e iniciará una nueva forma de entender y practicar la
democracia en nuestro país.
En
efecto, a partir de ahora estamos en mejores condiciones de alcanzar una democracia
de calidad, en la que la dinámica política se base en la realización de
propuestas racionales a los ciudadanos por parte de los grupos políticos, de
modo que aquellos podrán elegir entre lo que consideren mejor, y no entre lo
menos malo, como sucedía hasta ahora. Si los dos grandes partidos interpretan
correctamente lo sucedido el 12 M, en las próximas elecciones los españoles
podremos optar por las propuestas que nos parezcan mejores, en lugar de tener
que huir de la corrupción de la izquierda o del autoritarismo de la derecha.
Será posible la alternancia entre dos partidos que habrán de esforzarse por
superar sus particulares sectarismos y hacer mejores propuestas que el
adversario, a fin de ganarse la voluntad de la mayoría y el respeto del conjunto
del país.
Esta
nueva situación se alcanzará si el PP se estabiliza en el centro, abandona la
política de descalificación del adversario por hechos del pasado, e inicia un
comportamiento de juego limpio, sin realizar maniobras o políticas ventajistas
que pongan en peligro las bases de la democracia.
Pero
también, si el PSOE, recíprocamente, acepta como positivo para la democracia el
hecho de haber perdido el gobierno a favor del PP y recupera la tranquilidad y
la parsimonia, renovando su proyecto y liderazgo y adecuando su puesta en
práctica al ritmo de maduración de la sociedad española.
Hablando
en los términos e imágenes bastos con los que a veces se expresan los
políticos: si unos comienzan a utilizar el GAL y a prescindir de los jueces en
el asunto de los fondos reservados para descalificar al adversario, podemos
acabar todos hablando de Franco y el asesinato de Lorca como sustitutos de
propuestas de futuro. Pero también debe evitarse dar la impresión de tener el
"mono" del poder, al no aceptar que el adversario tiene tanto derecho
a ganar como uno mismo.
En
fin, nuestro sistema político se encuentra en un umbral. A partir de él podemos
ascender a un mayor nivel de calidad democrática o enzarzarnos en nuevas
miserias. Esa es, en mi opinión, la opción que las elecciones nos han
planteado.
¿Cómo
interpretar sectorialmente los resultados de estas elecciones?
Hablando
en términos de votos, y no de escaños, el PP recibe 500.000 votos más que en
1996, mientras que el PSOE pierde 1.600.000 e IU 1.400.000. Por tanto, en mi
opinión, lo más destacado de estas elecciones, en términos globales, es el
descenso de la izquierda, y no el ascenso del PP.
Esta
afirmación habría que matizarla o corregirla con los resultados parciales en
diversas provincias o regiones, como Euskadi, Navarra, Cataluña o Andalucía,
pero no es mi objetivo el análisis electoral parcial, sino las conclusiones
globales.
A
este nivel de análisis, por consiguiente, lo que hay que concluir como
característica más destacada de estas elecciones es la gran abstención de la
izquierda. Esta abstención, junto con un mucho menor flujo de votos hacia el PP
desde la izquierda, es lo que ha dado lugar a una alteración tan fuerte del
reparto de escaños, dando la victoria por una amplia mayoría absoluta en escaños
al Partido Popular.
EL ASCENSO DEL PP
El
PP ha recibido, en estas elecciones, tres premios a su política económica: ha
mantenido sus votantes, ha recibido un cierto número de nuevos apoyos y, sobre
todo, ha conseguido que un sector importante de los votantes de izquierda no
votaran a sus adversarios del PSOE e IU.
Este
éxito, creo yo, se debe a que el PP ha sabido encontrar un nuevo punto de
equilibrio más dinámico que el anterior, con su política económica, entre
Estado y mercado, entre producción de beneficios y redistribución de los
mismos, entre interés y solidaridad. Nuevo equilibrio que no es el mejor, ni el
definitivo, pero que parece mejor que el anterior, al reducir una cierta
sobrecarga y liberar fuerzas expansivas que permiten un nuevo nivel de redistribución.
Quizá
la lección que deba aprender la izquierda de esta experiencia es que, sin
necesidad de alterar sus prioridades en el sentido de orientación predominante
hacia la igualdad y la solidaridad, hay que atender también a la eficacia, la
desburocratización y la creatividad. Sobre todo cuando no se ha sabido
finalizar una reforma del sector público de nuestro país, que constituye un
pozo sin fondo de despilfarro, ineficacia y pancismo.
La
gente normal ha visto que, con la nueva política económica del PP, el paro
comenzaba a disminuir intensamente, se reducían la inflación y los tipos de
interés de los créditos personales e hipotecarios, nos adaptábamos a las
magnitudes macroeconómicas del proceso de convergencia económica y monetaria
europea y la economía española crecía bastante más rápida y equilibradamente
que antes.
Es
cierto que el contexto internacional ha sido favorable, que el enorme flujo de
ingresos de las privatizaciones ha ayudado a mantener los equilibrios, y que se
han comenzado a extraer los beneficios de los largos años de saneamiento
anteriores, pero también es cierto que el PP ha sabido imponer un rigor a las
cuentas públicas que anteriormente no existía.
Creo
que esta nueva política económica es el factor principal de la victoria del PP,
lo que ha impulsado a los votantes de la izquierda a dejar que la experiencia
continúe, como un factor de estabilización de una derecha que tiende al centro,
y sin abrir camino a experimentos potencialmente desestabilizadores, como una
alianza poco madurada entre el PSOE e IU.
Frente
a esta combinación de incentivos positivos y negativos predominantes, los
riesgos para la democracia de la política sectaria del PP en algunos aspectos,
de la reducción del pluralismo en los medios de comunicación impulsada por el
Gobierno, o de la oligopolización de la economía por
una política de privatizaciones incorrecta, no parecen haber sido percibidos o
valorados como prioritarios, al menos en el corto plazo. Pero son problemas
pendientes y que han de resolverse si no se quiere retroceder en el desarrollo
del país.
LA CRISIS DEL PSOE
El
PSOE se ha llevado una gran sorpresa, resultante de pensar con
"clichés" anticuados por lo que se refiere a la percepción de la
cultura política del país, derivada también de la reacción indignada frente al
sectarismo e irresponsabilidad del PP en su acceso al gobierno en el 96, y de
las prisas excesivas por recuperar una mayoría sin haber superado el trauma de
las deficiencias sobrevenidas de la etapa anterior, la crisis del liderazgo de
Felipe González y la incompleta renovación y socialización del proyecto
socialista.
Uno
parte de la idea de que los políticos probablemente tienen buena información
sobre el estado de la sociedad, ya que, además de disponer de resúmenes de
prensa y demás medios de comunicación, cuentan con una organización partidaria
que se la puede proporcionar, hacen vida social intensa y su profesión consiste
precisamente en eso, en auscultar a la sociedad. Pero algo debe estar fallando
en el PSOE que impide que la información viva llegue a su cúspide.
De
todos modos, tampoco hay que sobredimensionar las cosas. Como decía Leguina estos días, "tranquilidad y buenos
alimentos", ni histerias ni "harakiris". Hace falta asimilar la
nueva situación, tener en cuenta que se deriva principalmente de los éxitos del
adversario y de la normalización democrática del país, alegrarse por ello,
corregir fallos propios y continuar el camino.
¿Cuáles
son los fallos del PSOE que pueden haber contribuido a la derrota electoral?
En
primer lugar, la superación incompleta de la crisis de años pasados: durante la
última legislatura no se ha renovado clara, rápida y contundentemente el
proyecto político del PSOE, ha habido deficiencias en las estrategias de
oposición seguidas, y la crisis de liderazgo ha sido un rosario continuado de
fracasos y contradicciones. Posiblemente también las estructuras del partido
necesiten una transformación para conectar mejor con la sociedad. La
renovación, en este sentido, tiene que consistir en abrirse a la sociedad y en
promocionar la participación democrática interna, eliminando criterios de
jerarquía y estimulando la creatividad, pero sin dejarse llevar por falsas
soluciones como las de cuotas categoriales —género, juventud,
..., etc.--- en los órganos de representación. Eso sería una
degeneración democrática, no un avance.
Otro
peligro que el PSOE tiene que evitar es el "izquierdismo". El PSOE es
el referente de la izquierda, mal que les pese a otros, y no tiene por qué
buscar legitimidades exteriores, ni plegarse a sectarismos o fundamentalismos
alejados de la sociedad o la realidad. A mi juicio, la izquierda debe impulsar
a la sociedad, con el máximo de consenso, hacia los valores de libertad,
dignidad personal e igualdad, en momentos en que las ideologías y recetas
tradicionales están en crisis. Ni el elitismo, ni el dogmatismo, ni la oligarquización o burocratización, ni las prisas, hacen
viable un proyecto de izquierda. Y tampoco el narcisismo esteticista e irresponsable
que elude los condicionamientos de la realidad y rechaza la sociedad para
mirarse el ombligo. La izquierda necesita rigor, amor y creatividad.
Otro
de los riesgos a evitar por el PSOE es la excesiva adaptación a la realidad, el
"aburguesamiento", la falta de impulso creativo y transformador, que
conduce igualmente a la corrupción y a la burocratización, haciendo peligrar
gravemente la confianza en la política y su potencialidad como instrumento para
la realización de los valores de igualdad y solidaridad.
Algunos
atribuyen al pacto con IU un alto índice de causalidad en la derrota electoral.
Opinan que dicho pacto expulsó hacia el PP o a la abstención a un sector
importante del electorado. Desconozco si existen encuestas que puedan confirmar
esta hipótesis, pero yo me negaría a darle tan alta relevancia. Me inclino más
por la siguiente interpretación: el pacto con IU impulsó a un sector pequeño de
los votantes socialistas hacia el PP, y a otro, igualmente pequeño, desde IU al
PSOE. Pero el gran sector que se fue a la abstención no lo hizo como
consecuencia inmediata del pacto, sino del éxito del PP y de la necesidad de
estabilizarlo en el centro, así como de la percepción de los riesgos de una
posible mayoría alternativa, exigua e inestable: de un gobierno de coalición
PSOE-IU-OTROS, que hubiera producido inestabilidad en el país.
El
acabar con la división de la izquierda, haciendo causa común entre todos los
progresistas y alejándose de sectarismos, dogmatismos, fundamentalismos y
aburguesamientos, es un objetivo a realizar, sin prisas pero sin pausas, a fin
de impulsar el cambio social. Pero sin olvidar que el referente principal de la
izquierda es el PSOE, por lo que hace falta articular técnicamente esta unidad
sin concesiones gratuitas a los demás.
Existe
otro elemento apuntado por algunos como contribuyente a la derrota electoral
del PSOE: el tema del federalismo.
Este
es un asunto especialmente sensible para los que creemos que el problema
histórico más importante que nos queda por resolver, y que exige urgente
solución, en nuestro desarrollo político, es el de la estructura del Estado y
la integración en Europa. Y el federalismo es el único camino para resolver
este problema. Pero el federalismo entendido como una culminación o
finalización del desarrollo de la estructura del Estado, medio prevista en la
Constitución, no como un pacto rupturista contra la misma entre las
nacionalidades y regiones, ni como una concesión fruto de la debilidad frente a
las tendencias desintegradoras de los nacionalismos.
Pero
este federalismo debe ser resultado de un pacto de Estado entre todas las
fuerzas relevantes del país, incluido el PP, por supuesto, a fin de culminar el
desarrollo constitucional. Un pacto constituyente, no de gobierno ---eviten el
barullo, por favor---, en el que sería deseable que se integraran los
independentistas si quisieran, pero que no puede hacerse depender de ellos,
pues tienen objetivos distintos. Y hablo de independentismo prescindiendo de
identificaciones partidarias, pues dentro de los partidos nacionalistas, y
entre su electorado, hay sectores independentistas junto a otros que no lo son.
Pero
precisamente debido a que este es un asunto constitucional de enorme
importancia y urgencia para el país, se hace imprescindible que el PSOE , la izquierda y el país en su conjunto se clarifiquen
de una vez, evitando que constituya un obstáculo para una victoria de la
izquierda en el futuro.
Queda
por analizar un último elemento de la crisis del PSOE que constituye el reflejo
de todos los demás y que es quizá el que el pueblo percibe más inmediatamente:
el liderazgo.
La
dimisión de Felipe González en 1997 cierra un período histórico no sólo en el
PSOE, sino en la democracia española. Ha sido una figura de gran y positiva
importancia para nuestro país, y por ello difícil de sustituir. La forma en que
se produjo su dimisión, de manera imprevista, obligando a improvisar un
sucesor, desencadenando posteriormente las elecciones primarias y la bicefalia,
en pleno paso del ecuador de la legislatura, y con el peligro de tener que
convocar un congreso extraordinario y producir una situación de debilidad
frente al adversario ante la previsible anticipación de las elecciones, dieron
lugar a sucesivas decisiones en falso que no resolvieron positivamente este
asunto. Para rematar la crisis, la posterior dimisión de Borrell, debida a un
asunto de corrupción ajena, y su sustitución nuevamente por Almunia como
candidato, han creado una desmovilización del PSOE y una sensación de hartazgo
y desconfianza en la sociedad que es necesario superar.
Por
ello, además de renovar el proyecto del PSOE, es necesario encontrar un
liderazgo firme e innovador que supere las divisiones de etapas anteriores en
el partido y sea capaz de dar un nuevo impulso al mismo. Borrell debe finalizar
la tarea que emprendió, ---y lo subrayo porque nadie parece tenerlo claro, y es
vital--- puesto que ya asumió su responsabilidad por el asunto de la corrupción
de sus subordinados con su dimisión, pero no creo que haya perdido la confianza
de los militantes ni de la sociedad, sino al contrario. Por ello, debería
presentarse como candidato a la secretaría general en el próximo congreso del
PSOE, intentando superar las fracturas existentes en el partido y agrupando a
las diversas facciones internas. Si alguien puede hacerlo es él, en el caso de
que supere tentaciones izquierdistas y el riesgo de ser monopolizado por alguno
de los sectores en liza.
Existen
aspectos importantísimos de la vida política del país, derivados de los
resultados de las elecciones, que no puedo comentar ahora, tales como las
repercusiones en Cataluña y Euskadi, el mantenimiento o reforzamiento de las
posiciones nacionalistas o regionalistas, o la posible evolución en el
comportamiento del PP. Lo haré en días próximos.