ERRE QUE ERRE
Artículo de Luis Bouza-Brey del 4-6-02.
!Qué difícil está resultando corregir una situación consolidada
durante tantos años en Euskadi¡
Aunque
posiblemente estemos llegando al momento crítico. Pero precisamente por ello, aburre
hasta el hartazgo constatar cómo existen pautas de comportamiento político que
se resisten a adaptarse al cambio de la situación política, aunque ésta se haya
transformado de raíz. Huelen a rancio los esquemas que motivan diversos
comportamientos que se manifiestan estos días con motivo de la elaboración y
aprobación de la Ley de Partidos Políticos.
Pero
dichos esquemas, que por “seniles”
merecen crítica, resultan ya inaceptables desde el punto de vista moral y
político, por las consecuencias negativas que producen, de obstaculizar la
lucha contra ETA en su momento más crítico. No se puede seguir repitiendo las
mismas mandangas ---interesadas en algunos casos---, de “diálogo sin límites” y
cesiones continuas indefinidamente, pues estimulan la
impunidad de los terroristas y dañan la legitimidad de las instituciones,
creando con ello una democracia débil, lastimera y suplicante frente al
fascismo. Pero la cosa se agrava precisamente cuando se plantea como obstáculo
frente a las medidas que comienzan a adoptarse como consecuencia de una
ofensiva política firme para acabar con ETA, pues lo que constituye un error en
estos momentos, puede resultar ya algo
peor en el futuro inmediato.
Dichos
comportamientos resultan explicables en los partidos nacionalistas, que buscan
implícitamente un acuerdo global de todo el nacionalismo con Batasuna para
acabar con la violencia y conseguir la independencia, en la medida en que su
percepción de la situación política vasca se deriva de esquemas nacionalistas
metamorfoseados hacia el radicalismo y que anteponen el nacionalismo a la
democracia. Esta estrategia, que puede haber estado justificada en 1998 como
intercambio de paz por objetivos radicales, o incluso con posterioridad, para
impulsar cambios en el nacionalismo violento, ni se puede prolongar
indefinidamente sin atacar a la democracia, ni puede ser aceptada por aquellos
que no son nacionalistas y que no tienen por qué asumir, por tanto, ni
“derechos históricos” contrarios a la Constitución, ni un “derecho” de autodeterminación
que rompe la unidad del pueblo español prevista en la ley básica, ni el pacto
con grupos totalitarios que pretenden imponer sus objetivos por medio de la
violencia.
Por
ello, resultan bastante inaceptables las declaraciones de los obispos vascos,
que constituyen la jerarquía de la Iglesia católica, decántandose por la
opción política nacionalista, al mantener la ausencia de crítica al brazo
político de ETA, y al legitimar a este grupo “sean cuales fueren las relaciones
existentes entre Batasuna y ETA”, manifestando temor frente a una política de
firmeza que consideran que podría debilitar la convivencia e incrementar la
confrontación cívica.
La
consecuencia de estas posiciones del nacionalismo vasco y del nacionalismo eclesial
es que podríamos continuar “ad aeternum” esperando pacientemente que el
“nacional-socialismo” recapacite, como si la convivencia no estuviera ya
destrozada, mientras medio país vasco se encuentra amenazado de muerte y la
democracia en ruinas. Por eso es preciso que estos sectores reaccionen de una
vez, y asuman la necesidad de una política de firmeza contra los totalitarios
que llevan largos años destrozando Euskadi.
Pero
si el comportamiento mencionado resulta ya inaceptable, aunque explicable desde
esquemas nacionalistas, constituye una anomalía y una aberración en aquellos
que creen en la democracia española y que siguen “erre que erre”, sin alterar
sus esquemas perceptivos desde antes del inicio de la transición. No es
coherente ni con la situación vasca y española ni con el pensamiento
democrático seguir soñando con una unidad que no se ve por ningún lado más que
en el bando nacionalista, y que además implica una subordinación a la
estrategia nacionalista mencionada anteriormente, que conduce a un camino sin
fin hacia los objetivos del “nacional-socialismo”. La unidad democrática, que
tendrá que conseguirse algún día, necesita como requisito previo la derrota de
ETA y/o el distanciamiento de los nacionalistas no violentos de sus objetivos.
Y mientras esto no se produzca, intentar acercarse al nacionalismo constituye
un error estratégico inadmisible, que o bien es fruto de falta de conocimiento
de la situación vasca, o de la aplicación mecánica y abstracta de esquemas
perceptivos caducos, procedentes de los inicios de la transición, o de
actitudes democráticas débiles y de complejos masoquistas residuales frente al
nacionalismo vasco. Porque debería resultar ya obvio y patente que existe un
sector del pueblo vasco con el que no se puede pactar nada que no sea la
rendición de la democracia o su abandono de la violencia a cambio de ser
aceptados en el sistema democrático. Por ello, postular la unidad democrática
en el momentio actual, en el que el nacionalismo
hegemónico ha radicalizado sus objetivos, significa renunciar a las propias
convicciones, subordinarse al fascismo y hundir la democracia española.
Pero
también hay que tener en cuenta que en estas actitudes de personalidades
progresistas interviene otro elemento motivacional que da lugar, por añadidura,
a un tercer tipo de respuesta sectorial frente a la situación. Este tercer
factor es el de la reacción anti-PP, resultante de la desconfianza hacia el
mismo a consecuencia de su comportamiento desleal y sectario mientras estaba en
la oposición, en alguna medida prolongado en ciertos momentos hasta la
actualidad. Ello da lugar a otro sectarismo reactivo frente al PP por parte de
algunos sectores de la oposición, que creen que deben criticar todas las
políticas procedentes del Gobierno, manifestando su reticencia u oposición
incluso a los pactos referentes a “políticas de Estado”, que se considera que
favorecen al PP.
La
pregunta que habría que hacer a estos sectores es la de qué democracia
pretenden construir, si una democracia débil, incapaz de resolver los problemas
seculares del país, o una democracia fuerte, que consiga un consenso amplio
para avanzar hacia una nueva era histórica de España. Sería muy positivo para
el país que dejara de considerarse la victoria del PP en las dos últimas
legislaturas como un producto de la obnubilación de los electores o de las
trampas de “la derecha”, y se comenzara de una vez a adoptar un comportamiento
de oposición leal y responsable frente a los problemas de Estado, sin menoscabo
de la elaboración de alternativas que sean capaces de convencer a una mayoría
de los españoles para construir una nueva hegemonía desde la izquierda.
En
fin, España se encuentra en un momento crítico, en que debe dejar atrás sus
problemas seculares, superar la transición y despegar hacia la construcción de
Europa desde una nueva política de izquierda. El inmovilismo y el
fundamentalismo nacionalistas, el síndrome de Estocolmo de sectores
significativos de la sociedad vasca, y el anquilosamiento o sectarismo de ciertos
sectores de la izquierda española constituyen un obstáculo para iniciar ese
camino.
nos preocupan como pastores algunas consecuencias sombrías que
prevemos como sólidamente probables y que, sean cuales fueren las relaciones existentes
entre Batasuna y ETA, deberían ser evitadas. Tales consecuencias afectan a
nuestra convivencia y a la causa de la paz. Nuestras preocupaciones no son sólo
nuestras. Son compartidas por un porcentaje mayoritario de ciudadanos de
diversas tendencias políticas, encomendados a nuestro servicio pastoral.
La
convivencia, ya gravemente alterada ¿no sufriría acaso un deterioro mayor en
nuestros pueblos y ciudades? Probablemente la división y la confrontación
cívica se agudizarían. No vemos cómo un clima social así pueda afectar
favorablemente a la seguridad de los más débiles: los amenazados. Más bien nos
tememos que tal seguridad se vuelva, lamentablemente, más precaria. No somos,
ni mucho menos, los únicos que albergamos esta reserva cautelosa.