Divagación sobre el talante

 

 Artículo de Juan Jose López Burniol  en “El Periódico” del 24/03/05

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

Fue el filósofo José Luis Aranguren quien elaboró una teoría general del talante. Sus primeras reflexiones sobre el tema aparecieron en 1952. Reduciendo su aportación a lo esencial, podría decirse que el talante --lo que popularmente se conoce como buen talante-- es aquella disposición del ánimo que induce al sujeto a penetrar en la realidad que le circunda para entenderla.

 No obstante, no se trata de un talante desnudo, equiparable a un mero estado de ánimo espontáneo y pre-racional, sino que se trata de un talante informado y ordenado, es decir, de un talante que quiere entender. De lo que resulta que el talante no es una mera actitud benévola, sino un modo de enfrentarse a la realidad con voluntad de analizarla racionalmente.

 En resumidas cuentas, el buen talante consiste en una tozuda y distendida voluntad de comprender al otro y su circunstancia, lo que no resulta gratis, sino que exige esfuerzo y tiempo.

Este término --talante-- ha conocido durante décadas un éxito relativo y un uso discreto. Ha sido un político --José Luis Rodríguez Zapatero-- quien lo ha popularizado. Hasta tal punto que parece, a veces, como si su aportación mayor al debate político fuese su buen talante. No es desdeñable esta contribución apaciguadora, y menos tras largos años presididos por el gesto desabrido, la palabra agria y la actitud amenazante de su antecesor, José María Aznar.

Ahora bien, este impacto pacificador es compatible con la persistencia de una duda inquietante: la de si el famoso talante del actual presidente es una simple actitud próxima al buen rollo o bien implica un esfuerzo de comprensión racional y de ponderación prudencial de la realidad. Cabe la duda. Pondré un ejemplo reciente y menor.

Hace días fue retirada de modo imprevisto y con nocturnidad, con el amparo del Gobierno, una estatua ecuestre del general Franco ubicada en un jardín madrileño. Esta decisión ha provocado en la prensa y en algún sector social una fuerte polémica, y --lo que es peor-- ha contribuido a consolidar, en buena parte del país, una imagen del Gobierno a medio camino entre el radicalismo adolescente y la inanidad operativa. Lo que induce a preguntarse si el beneficio obtenido con tamaña empresa justificaba su coste.

La respuesta a esta cuestión exige tener claro no sólo quien fue el general Franco, sino --sobre todo-- cuál fue la función que desempeñó durante buena parte del siglo XX español. No basta con saber que fue un dictador que vulneró los derechos humanos y utilizó la represión sangrienta desde el principio hasta el fin de su mandato.

 Todo ello es cierto y conlleva la obligación moral ineludible de reparar en lo posible el daño causado, restableciendo sin reservas la verdad oculta, restituyendo con esmero su honra a cuantos la vieron injustamente mancillada e indemnizando con generosidad los daños irreparables.

PERO EL significado del general Franco no se agota en su propia figura, sino que la trasciende, pues fue durante décadas inacabables el eje --el pal de paller-- en torno al cual se vertebraron todos los grupos de la derecha (monárquicos, católicos, tradicionalistas, falangistas y tecnócratas), salvo honrosas excepciones. Hasta tal punto, que --como ha destacado el historiador Vicente Cacho Viu-- todos los gobiernos de Franco fueron gobiernos de coalición, en los que convivían las diversas familias del régimen, de modo que su respectiva participación la fijaba el propio Franco según las necesidades del momento.

Así, es archisabido que, desde el fin de la guerra civil hasta el término de la guerra mundial, primaron en el Ejecutivo los falangistas; que de 1945 a 1957 dominaron los católicos; y que, desde este último año hasta casi el final, fue el tiempo de los tecnócratas.

Para muestra basta un botón. Ahora va a hacer 60 años --el 30 de abril-- que se suicidó Adolfo Hitler y que --el 7 de mayo-- se rendieron las Fuerzas Armadas alemanas. Comenzaba entonces para el franquismo la que Javier Tusell ha llamado etapa de supervivencia exterior e interior.

En este periodo se dejó sin cubrir la Secretaría General del Movimiento --la cúpula del Partido Único-- y se mostró una evidente tendencia a justificar la dictadura con argumentaciones procedentes del corporativismo católico. La entrada en el Gabinete de Alberto Martín Artajo --miembro de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas--, tras haber obtenido para ello permiso del nuncio de su santidad y del cardenal-arzobispo de Toledo, fue el aspecto más llamativo de este viraje.

Un viraje que dejó incólume la base real del poder de Franco: el apoyo del Ejército, de la Iglesia y de buena parte de la nación. De ahí el cuidado extremo con el que debe procederse en España al incidir sobre el pasado.

FRANCO NO fue un extraterrestre cuyo significado y alcance se agoten en sí mismo. Franco fue el instrumento del que se valió media España para perpetuar su control sobre todo el país durante casi medio siglo. Por eso la transición se edificó en parte sobre la desmemoria. No podía ser de otra manera, pues, si bien Franco había muerto, subsistía el substrato sociológico que lo hizo posible. Un substrato que, no obstante ser hoy distinto, interpreta como un ataque a él dirigido las censuras al pasado que van más allá de lo imprescindible.

Pasa con los pueblos lo mismo que ocurre con los hombres y mujeres. Pues somos personas porque tenemos memoria, pero podemos vivir porque olvidamos. Sin dejar de reparar, hasta el extremo, el daño causado; pero procurando mirar hacia el futuro, sin quedarnos prendidos del ayer. Debería meditarlo nuestro joven presidente. A eso obliga el auténtico buen talante.