LA AMBICIÓN DE RUBALCABA

 

Las pesquisas de Marcello”  en “La Estrella Digital” del 09.06.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Cuentan los que le conocen, desde la vieja guardia felipista, que el actual ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, no tiene más código de conducta política que su propia ambición y disfrute del poder. “Cuando ve un resquicio de poder, se lanza con todo su ímpetu y capacidad de maquinación a ocupar el sitio”, señala un destacado ex dirigente y ex ministro de González que, para mas señas, anduvo en el nacimiento de la estrella errante de Zapatero, ahora convertido en meteorito a punto de un estrepitoso aterrizaje como consecuencia de sus ilusas y casi infantiles andanzas. Muchas de las cuales, se cuenta, pudieron ser inducidas por el propio Rubalcaba, quien, al llegar al Ministerio de Interior ha completado una parte significativa de sus planes y ambición, para representar en la política española y el interior del PSOE un papel determinante que recuerda las habilidades del mítico e histórico Fouché, antes, durante y después de la Revolución.

La actuación de Rubalcaba en las intrigas que precedieron a la jornada electoral del 14 de marzo del 2004 —y en especial su aparición en televisión, rompiendo los pactos que previamente había establecido con el PP— fue, en política y en medios, determinante y, con ello, además de facilitar con malas artes —y ayudado por las mentiras y errores de Aznar, Acebes y Zaplana— la victoria electoral, se ganó, primero dentro del PSOE, luego en el Congreso de los Diputados y, finalmente, en el Gobierno, la plena e inocente confianza de Zapatero.

Un presidente al que Rubalcaba ha sabido manejar, empujándolo como un malvado lazarillo hacia metas imposibles de alcanzar. Para, luego, como el bombero pirómano, acudir en su ayuda forzando una rectificación del líder, tras presentarse, ante el débil y estrafalario clan de la Moncloa, como el hombre sabio, moderado y razonable, capaz de reconducir una situación que, en cierta manera, fue propiciada por él. Haciendo gala de su habilidad en este maquiavélico juego del rol, en cuyo final Rubalcaba suele aparecer como el astuto salvador, tras haber movido la cuna del iluso y demencial Zapatero, para que en sus sueños imposibles se lanzara, una y otra vez, sin paracaídas sobre la ciénaga en la que está.

De todas estas habilidades de Rubalcaba/Fouché hemos visto numerosos y muy notorios ejemplos a lo largo de la legislatura, en la que Zapatero, lejos de buscar la reconciliación de los españoles y de los dos grandes partidos, PSOE y PP, tras la terrible masacre de los terroristas islámicos en Madrid, decidió profundizar en las heridas de la gran fractura nacional —reapertura del debate sobre la Guerra Civil—, en la bronca y aislamiento del PP —Pacto del Tinnell—, para desde esa dura y tensa situación unir en un solo proyecto tres elementos que, como el agua, el aire y el fuego, son imposibles de combinar: la reforma confederal del Estado, con la que pagaría el fin de la violencia de ETA y se establecería un pacto “eterno” de Gobierno con los partidos nacionalistas, y la consecuencia de todo ello, que conduciría a una definitiva marginación política y electoral del PP, enviado a las profundidades de la caverna ancestral.

El inventor de semejante proyecto y plan de acción no pudo ser Zapatero porque las luces ya no emanan de su pretendida buena estrella —hoy inmersa en el lado oscuro de la Galaxia—, y por ello, al final de los hilos que hacían bailar a la simpática marioneta de la Moncloa, el secreto polichinela no podía ser otro que Rubalcaba. Convencido como estaba, el aprendiz de brujo/Fouché, a la española, del deterioro de las relaciones del PP con los nacionalistas tras la presidencia autoritaria de Aznar, y de sus posibilidades de medrar, poco a poco fue hilando en su maquiavélico telar la fina tela de araña en la que atrapó a Zapatero.

El “joven presidente” —como le dicen con sorna en El País— no tiene cabeza para urdir semejante trama, pero sí tenía el empeño izquierdista del abuelo republicano, el odio a la derecha, el antiamericanismo juvenil, y ansias de pasar a la Historia como un presidente pacificador de ETA y autor de la Alianza de Civilizaciones. Zapatero quería ser, a toda velocidad y por decreto, un estadista, y demostrar a los españoles y al mundo que su llegada al poder no fue un regalo de Ben Laden, sino un aterrizaje providencial. Y para que no quedara la menor duda sobre su determinación y su convicción sobre los muy grandes ideales y conquistas que le esperaban ordenó, nada más llegar al palacio de la Moncloa, la retirada de las tropas españolas desplegadas por Aznar en la ocupación de Iraq, sin ni siquiera escuchar previamente la opinión del emperador Bush, al que dio una pública pedrada en la frente, como David ante Goliat.

Una decisión de repliegue de tropas que, aunque coincidía con su promesa electoral y con el sentimiento de los españoles, nunca se debió hacer de semejante manera, sino de forma escalonada y en colaboración con aliados con los que no sólo se comprometió Aznar, sino, oficialmente, el Gobierno español. Y con la misma alegría y frivolidad, sin que nadie en el Gobierno, grupo parlamentario o el PSOE, le parara los pies, Zapatero —siguiendo el plan diseñado o urdido por Rubalcaba/Fouché, de unir la reforma territorial del Estado a la negociación con ETA— se lanzó en los brazos de otro loco, Maragall, y de la mano del nacionalismo más radical catalán —la ERC de Carod-Rovira— puso en marcha un proyecto de Estatuto para Cataluña, insolidario, inconstitucional y rupturista, que fue aprobado por una gran mayoría del Parlamento catalán sin que nadie —y menos Rubalcaba— abriera la boca en Madrid antes de la votación, a pesar de que conocían los disparates de su articulado.

La bomba catalana, como era de esperar, acabó estallando en la sociedad española y en los sótanos de la Moncola, y entonces sí, el bombero pirómano del PSOE y del grupo parlamentario apareció una vez más como el hombre moderado, el salvador de la crisis, y movió los hilos de aquí y de allá, engañó a Carod, Maragall y Mas, y le vendió a CiU una reforma a la baja del texto estatutario aprobado en el Parlament, a cambio de unas fotos en la Moncloa con Zapatero —el timo de la estampita—, de la cabeza de Maragall servida en bandeja de plata —que ya la habían decidido cortar— y de una promesa, a todas luces imposible de cumplir, como era la de garantizar en Cataluña el Gobierno de la Generalitat al partido más votado en las elecciones autonómicas, tras la aprobación final del Estatut. Promesa imposible, promesa incumplida, tras la reedición del tripartito con Montilla y Carod, y promesa que ha situado a Artur Mas en la picota de CiU.

Rodaba la cabeza de Maragall, como cayó a los pies de Fouché la del que fue su mentor y protector, Robespierre, en un tiempo en el que la guillotina de la Moncloa desarrollaba una frenética actividad y el cesto se llenaba con las orondas cabezas de los barones del PSOE, Vázquez, Bono, Ibarra, Peces-Barba, Redondo y ahora la de Simancas, ante la atenta mirada y disimulada sonrisa de Rucabalcaba, que no movió un dedo para frenar esta decapitación general —y descapitalización de la experiencia e inteligencia— del PSOE, porque ya estaba él para suplir a todos los demás, como el único superviviente de la historia reciente del partido y de los gobiernos de González. Y, en consecuencia, como el hombre fuerte y la correa de transmisión del Gobierno y del partido con el gran oráculo y aparato de propaganda socialista, el Grupo Prisa, que acogió, con razonables reticencias, al angelical Zapatero —dibujado así por Peridis, y premiado por ello con la medalla al mérito del Trabajo—, sus demenciales proyectos de reforma territorial del Estado, unido a la paz con ETA, su política exterior y sus permanentes coqueteos con el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, que tanto irritan al clan de “los Polancos”.

Por lo que sabemos, Rubalcaba cuenta a los de Prisa las debilidades de Zapatero y se presenta ante ellos como el moderador de su demente cabalgada, aunque en esa casa de poder mediático —donde habitan González, Solchaga, Gil, Cebrián, Pradera y don Jesús del Gran Poder— también conocen el peligro que tiene el famoso Fouché español. El que, tras presentarse como el componedor del Estatuto catalán, de la ejecución de Maragall y del timo a Mas, se ganó los galones de ministro de Interior, lo que le daba entrada al gran tema de la legislatura, la negociación con ETA, y un inquietante droit de regard sobre los servicios de información de la Policía, la Guardia Civil y el CNI, asumiendo el poder de las cloacas en una mano y en la otra la iniciativa de la violencia del Estado, la mano dura de Leviatán.

Y, de la misma manera que no avisó, ni frenó a Zapatero ni al PSOE —Pepiño Blanco es un yo-yo en sus manos— de los disparates del Estatuto catalán, en el proceso del pacto y de las negociaciones con ETA no sólo no exigiría cautelas ni haría serias advertencias, sino que, sentado al lado del angelical y pacifista piloto de la Moncloa, pisaba el pie que el Gran Conductor Zapatero tenía puesto sobre el acelerador cuando llegaban las curvas del precipicio, donde al final se despeñó el coche loco de las concesiones del Gobierno a ETA, que a la banda le parecieron insuficientes porque, a cambio del alto el fuego, les habían prometido mucho más. Si en los preámbulos negociadores se hablaba de Navarra, de la autodeterminación vasca, de salida de presos, de impunidad para Otegi o de la excarcelación de De Juana, que Rubalcaba asumió como responsabilidad propia aunque por detrás diría lo contrario, al ministro de Interior todas estas cosas y concesiones no le producían la menor preocupación. Imaginamos que diría eso de ¿qué se pierde sólo por hablar?, y cualquier gesto o guiño favorable que el entusiasta monclovita recibiera de su Fouché era acogido por el presidente con un entusiasmo particular.

Pero en la primera curva peligrosa el coche del Gobierno se salió, dejó dos ruedas en el aire del precipicio y el piloto quedó conmocionado con lo que llamó “accidente”, y que no era otra cosa que la bomba criminal de ETA en Barajas. Para entender cómo trabaja, en la oscuridad, nuestro particular Rubalcaba/Fouche, baste recordar que el nefasto 30 de diciembre —horas después de que Zapatero anunciara un próximo fin de ETA— y muy a pesar de que ETA avisó en las primeras horas de la mañana de la bomba puesta en la Terminal 4 de Barajas, el ministro de Interior no avisó al presidente del Gobierno, que estaba de vacaciones en Doñana, de lo que se venía encima hasta que la bomba estalló.

De esa manera Zapatero llegó tarde y desconcertado a Moncloa, y puede que un mano más bien negra le metiera en su declaración oficial la tibia palabra de “suspensión” de los contactos con ETA, en vez de “ruptura”, como lo exigía la ocasión. Lo que es peor, Rubalcaba aconsejó al presidente que se fuera a descansar a Doñana, mientras por otra parte la vicepresidenta de la Vega se iba a Suiza a pasar el fin de año, no se sabe bien si para pedirle explicaciones a ETA sobre lo ocurrido o si para cenar con Pedro J. y Ana Patricia Botín en una fastuosa fiesta en Gstaad. Uno a Doñana, otra a Suiza, y a pocas horas del bombazo de ETA que todo lo ponía patas arriba, Rubalcaba investido de gran ministro de Jornada, presidente en funciones en Madrid y maquinador de todo para a las pocas horas rectificar en público a Zapatero y decir que las negociaciones con ETA no estaban suspendidas sino liquidadas.

Y ahora que estamos en la recta final de la legislatura, una vez que vio en silencio el gran fiasco de las candidaturas y derrotas de Madrid y la general en toda España en las municipales, ahora que ETA ha roto la baraja, tras alcanzar la legalidad con ANV, otra vez aparece Rubalcaba para meter en la cárcel a De Juana, al que él mismo había puesto en libertad, acompañando al presidente en el funeral de su declaración monclovita, con cara de plañidera de la situación que seguramente alentó. Pero temeroso quizás de que de las cenizas que pueden enterrar a Zapatero en las elecciones generales, esta vez, el astuto superviviente y maquinador difícilmente podrá escapar, a no ser que aspire a ser el nuevo líder del PSOE. ¿Quién si no?