LA RELIGIÓN DEL OMBLIGO

Convertirlo todo en asunto de cercanías es negarle a los acontecimientos su potencialidad de grandeza

Artículo de M. Martín Ferrand  en “ABC” del 10 de noviembre de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

No es fácil, ni sería conveniente, el control de los grandes temas que presiden el debate nacional. Un debate anoréxico que no suele coincidir con los que promueven los grupos parlamentarios en el Congreso ni con los que son comunes, o más frecuentes, en los países a los que acompañamos en la Unión Europea. Estamos instalados, a efectos culturales y estéticos, morales y políticos, en una suerte de autismo que, para mayor aislamiento y rareza, tiende a convertirse en un mosaico de autismos menores y geográficamente acotados desde los que, básicamente, nos miramos el ombligo como si en él residiese el orden gravitatorio del Universo o, más modestamente, la verdad continental europea. De ahí que avancemos con mayor lentitud en cuanto se refiere al espíritu y la inteligencia porque sobre ellos no actúa la inercia que, en lo material y económico, nos aporta la pertenencia a organizaciones supranacionales.

Generalmente, y con la ayuda del aluvión de las tertulias audiovisuales en presencia, algunas lamentables en razón de su extremo sectarismo, los asuntos presentes en los debates son de naturaleza menor. Tenemos a la vista, como ejemplo significativo, la estela que ha dejado la visita del Papa Benedicto XVI. Para el cardenal Lluís Martínez Sistach, que parece contemplar la realidad con un ojo tapado, «la visita del Papa reaviva la autoestima de Cataluña». ¿Será insensible Galicia a la presencia compostelana del Pontífice? Convertirlo todo en asunto de cercanías es negarle a los acontecimientos su potencialidad de grandeza y, en el caso concreto del Santo Padre, privarle de la nota de catolicidad —universalidad— que le define e identifica.

Como contrapartida, que hay de todo en la botica española, no faltan voces socialistas, algunas notables, que le piden a José Luis Rodríguez Zapatero una mayor radicalidad laicista en su programa y en su gestión políticos. No creo que ese método sea eficaz para aliviar el paro, reducir el déficit, disminuir la Deuda y, en general, mejorar el nivel de vida de los españoles; pero es un gesto diferencial que, por lo visto, es lo único que de verdad interesa a todos. Recuerda a los constituyentes de 1931 que, enfrentados a la dificultad de inventar un República y asentar un nuevo Estado, gastaron buena parte de sus energías parlamentarias en denostar el Concordato de 1851, ¡suscrito con el Vaticano 80 años antes!, y en atornillar el laicismo que, heredero de un anticlericalismo hemipléjico, consiguió la pírrica victoria de expulsar a los Jesuitas y de incendiar un centón de iglesias y conventos. Algunos con sus inquilinos dentro.