LA INCONSCIENCIA NACIONAL

Artículo de Manuel Martín Ferrand  en “Republica.com” del 06 de junio de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Cuando un jurado presidido por Antonio Maura, en su condición de presidente de la Real Academia Española, otorgó, en 1921, el primer Premio Mariano de Cavia a Dionisio Pérez, el artículo galardonado – y recompensado entonces con una bolsa de 5.000 pesetas, el suelo anual de un catedrático de universidad –, publicado en 1920 en el semanario Nuevo Mundo, se titulaba “La musa de Joaquín Costa”. En el escrito, un lamento regeneracionista por la falta de aprovechamiento de los recursos hídricos nacionales, ya se escribe sobre “… la lentitud con que el Estado español, entregado al azar, confiado su timón a los políticos sin seso y sin patriotismo, va realizando la obra que adivinara en sus mocedades el león de Graus (Joaquín Costa), enjaulada tras los barrotes irrompibles de la inconsciencia nacional”.

Es decir, que aquí nunca pasa nada. Seguimos enjaulados por la “inconsciencia nacional” y entregados a  batallitas partidistas de menor cuantía mientras España padece un montón de crisis acumuladas y el acampamiento asambleario de los “indignados” trata de sustituir, ante la pasividad de Interior, lo que debiera ser la función representativa del Parlamento en donde ya no se debate y los grandes grupos se limitan a medir las fuerzas de los otros y a reprocharse mutuamente lo que es, en verdad, el fruto de una irresponsabilidad compartida.

La “regeneración pendiente” ha pasado a ser, en la democracia que se sostiene en la Constitución de 1977, lo que fue la “revolución pendiente” en el régimen de Francisco Franco. Los poderes del Estado viven amancebados y las instituciones significativas languidecen mientras quienes las ocupan se dedican prioritariamente a engordar sus privilegios y a tratar de perpetuarlos.

El mayor de los debates en curso, el que se centra en el uso de los coches oficiales, tiene prioridad sobre cualquier otro de mayor enjundia, desde los que pudieran buscar una reforma constitucional en profundidad a los que, más pragmáticos, trataran por cualquier camino – pacto de Estado entre los grandes partidos incluido – a remediar el dramático problema del paro de casi cinco millones de ciudadanos. Y lo que es peor, ese absurdo debate de los automóviles ha degenerado en cuantitativo – ¿cuál sería su número adecuado? – en lugar de profundizar en su esencia cualitativa: cualquier privilegio de que pudiera disfrutar un representante ciudadano, en cualquiera de las Administraciones del Estado, estaría negando la legitimidad y la dignidad de su representación.

Es posible, y así lo temo, que la partitocracia en que, por un efecto indeseado del sistema electoral, ha degenerado la democracia que se pretendió con la Transición, no dé más de sí. Lo prudente sería reconsiderarla y, dada la abrumadora representatividad acumulada en la suma de los dos grandes partidos, acometer esa regeneración que tanta falta nos hace, desde la Educación a la Justicia, en esto que llamamos Estado de bienestar y en el que no parece haber simetría entre los derechos y las obligaciones que nos afectan.

El afán patológico por perpetuarse en el poder de José Luis Rodríguez Zapatero, reforzado por la insensatez de su cuadrilla gubernamental, nos asegura un año de agonía política socialista en la que, en el mejor de los casos, no se abordarán grandes soluciones. Mientras, la prudencia de Mariano Rajoy, que evita cualquier desgaste frente a la opinión pública, no clamará con la fuerza debida las transformaciones que exige la realidad. Iremos tirando, como venimos haciendo desde el aciago momento en que un muchachito de León supo aprovechar unas circunstancias turbulentas para instalarse en La Moncloa.

Eso de la “inconsciencia nacional” que señalaba Dionisio Pérez, parece, ha engordado en estos últimos noventa años sin que el paso por una monarquía caducada, una dictadura hacendosa, como la de Miguel Primo de Rivera, una República lamentable y una guerra civil doblemente sanguinaria de la que se derivó otra dictadura represiva y acomplejada para llegar a una nueva monarquía parlamentaria, le haya servido de lección y experiencia.

Creo que va siendo hora de que olvidemos estas malas costumbres familiares y, en el entendimiento elemental de que el poder reside en el pueblo, nuestros representantes se dediquen a trabajar a nuestro servicio y por nuestro bien. Como en el extranjero. Ya está bien del tipismo nacional sustentado en “políticos sin seso y sin patriotismo”