EL CAPRICHO DE MARAGALL



 Artículo de Manuel Martín Ferrand en “La Estrella Digital” del 07.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 Según Oscar Wilde, en El retrato de Dorian Gray, la única diferencia que hay entre un capricho y una pasión eterna es que el capricho dura un poco más de tiempo. Algo así le ocurre al capricho nacionalista de Pasqual Maragall. Va para largo y, sin confundirlo con la pasión que anima a sus vecinos de ERC, CiU e, incluso, de la difusa ICV, puede perturbar en forma y fondo el futuro próximo de la convivencia española. El lejano, tan improbable, depende más de la hartura a la que lleguen los ciudadanos que de las proclamas, cada vez menos variadas, de sus líderes políticos.

En el supuesto no desmentido por nadie de que Maragall sea socialista, además de presidente del PSC, hay que hablar de capricho más que de pasión al referirse a su posición nacionalista. Al socialismo, tanto por doctrina como por tradición, le van mejor los horizontes más lejanos. Las cercanías nacionalistas, tan burguesas ellas, son una contradicción; pero, ¿sería algo el hoy presidente de la Generalitat de no ser, como parece, un muestrario ideológico?

El director de ABC se subió hasta Barcelona para, al día siguiente a la admisión a trámite en el Congreso del nou Estatut que pretende, con la única excepción del PP, la totalidad del Parlament, entrevistar al, por el momento, gran triunfador en el empeño. La entrevista de Ignacio Camacho, que ayer vio la luz, no tiene desperdicio y es una pieza valiosa para ayudarnos en la previsión de lo que nos espera.

Maragall se presenta mucho más cercano a sus socios nacionalistas —separatistas— que a su (teórico) origen socialista. Insiste en la perturbadora idea de Cataluña como nación; pero, no satisfecho, añade que “En España hay tres naciones seguras y alguna probable”. No sé cómo hará la cuenta el president; pero, si en traición a la historia y al sentido común, admitimos que Cataluña, Galicia y el País Vasco son tres naciones, que alguien nos explique por qué no lo son, por ejemplo, Aragón o la Comunidad de Valencia. Menos Madrid, que siempre fue cruce de caminos y “crisol de las Españas”, ¿hay, según la infantil demanda catalana, alguna región de España a la que no le cupiera tan innecesario reconocimiento?

El capricho de Maragall fundamenta la posición radical que, según anuncian los tambores de la calle Génova, mantendrá el PP, cuando llegue el momento, en la Comisión que ha de discutir el articulado del delirante nou Estatut. Si se arranca, como lúcidamente hace el PP, de la maldad intrínseca y anticonstitucional del proyecto remitido por el Parlament, no cabe en la coherencia la discusión, pieza a pieza, de cada una de las que integran el puzzle. Afirmada la maldad del todo, queda afirmada la de sus partes.

Pienso que Mariano Rajoy discurriría por los senderos del error, y nos invitaría a los demás a hacer lo mismo, si aceptara la discusión, línea a línea, del texto del Estatut. No estamos ante cuestiones de matiz; sino ante la aceptación o negación de una idea de España que nos viene de los siglos y que, en su solvencia histórica, concuerda con la de las otras naciones del continente al que pertenecemos.

Mal está que Maragall lleve su capricho hasta las últimas consecuencias; pero no es de recibo que pretenda que también quienes no somos nacionalistas aceptemos en la terminología y los conceptos —el Estatut es, acéptese o no, una propuesta fáctica para la enmienda constitucional— la propia renuncia a la idea nacional de España.

En virtud de nuestra pintoresca normativa electoral, reforzada por la debilidad intelectual y política de Rodríguez Zapatero, el capricho de Maragall, el que le ha permitido ser “como Pujol”
—su máxima aspiración biográfica—, los nacionalistas, menos del veinte por ciento del censo electoral, están en condiciones de imponer un criterio que anula, de hecho, una rotundamente mayoritaria idea de España. Ha bastado con la inconsciente renuncia del PSOE a una de las letras de su histórica sigla.