LO QUE NO HARÁ ZAPATERO

 

 Artículo de M. MARTÍN FERRAND en “ABC” del 20.11.05

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

No fue el entusiasmo la fuerza que empujó a los más notables sectores del PSOE a consagrar como secretario general del partido a José Luis Rodríguez Zapatero. Atrapados por las circunstancias, víctimas de la fatiga que produce la estancia en los bancos de la oposición y tras el fracaso de dos buenas opciones sucesorias a Felipe González, optaron por el mal menor y, como demuestra la experiencia, ése es el camino más eficaz y rápido para que el mal sea, verdaderamente, máximo. Después, cuando contra todo pronóstico y con la impensable ayuda del 11-M, Zapatero llegó a La Moncloa, algunos -quienes estaban en el secreto- se llevaron las manos a la cabeza, pero ya era tarde para reaccionar.

Ahora las filas socialistas andan inquietas porque, con desusada precipitación, decae el prestigio del líder y la ad-hesión popular a su sonrisa hueca. En el ecuador de la legislatura, previsiblemente la única que disfrute como presidente del Gobierno, Zapatero ya ha gastado más cartuchos de los que tenía en el zurrón y, a decir de las calas que los encuestadores hacen en el melón nacional, ya ha comenzado la caída libre que es común a todos cuantos pierden su punto de apoyo. En el caso de un político, la confianza de sus electores.

Zapatero, sin verlas venir, cometió un error de los que no tienen remedio: para ser presidente del Gobierno de España, sobre las siglas de un partido que se titula español, aceptó el respaldo de un grupo como el ERC que tiene como principal punto de su ideario el dejar de ser español con su deseada independencia de Cataluña. No es que la ética cotice mucho en la política actual, pero sí que resulta exigible una mínima coherencia para conseguir y, sobre todo, mantener el respeto de los distintos y la adhesión de los próximos. El de León vendió papeletas para la rifa de España y, antes del sorteo, lo han advertido quienes le son próximos, los ajenos y, sobre todo, quienes le compraron las papeletas y le sentaron en La Moncloa.

El fracaso de Zapatero ya es palpable en datos y en sensaciones. Como organizó un Gobierno con criterios de guateque -chicos y chicas- la máquina no le funciona, en la sede socialista surge la discordia, la opinión pública se desengancha y sus socios miran ya hacia otros horizontes. De hecho, la única salida digna que le queda al personaje es acudir al Congreso, como lo hizo Francisco Silvela en 1903, y decirle a los allí reunidos: «Tened caridad al juzgarme por el único acto del que me considero culpable, el de haber tardado en declarar a mi país que no sirvo para gobernar». Silvela, que era un señor, tenía una gran diferencia con Zapatero, una larga y brillante historia de servicio a España y, además, no entra en el repertorio de lo previsible una dimisión de Zapatero. Todavía sonríe.