EL DIFÍCIL FUTURO DE RAJOY

 

 Artículo de Manuel Martín Ferrand en “La Estrella Digital” del 06.03.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Parece razonable que, ante la presencia de unos cuantos millares de cargos, invitados y periodistas, la Convención que el PP ha celebrado este fin de semana haya cargado las dosis de autocomplacencia. En una sociedad mediática, los partidos se reúnen para “salir en la televisión”, no para pensar en sí mismos o en el entorno nacional al que tratan de servir; pero ese legítimo ejercicio de propaganda no debe impedir, en un marco más restringido y discreto, la autocrítica y el análisis severo. Algo que, a juzgar por las apariencias, constituye el mayor déficit del “otro” gran partido nacional.

El PP, visto como la gran formación de la derecha española, se nutre de gentes de la más diversa ideología. Entre los diez millones de votos que, más o menos, respaldan la formación hay un pequeño grupo de raíz liberal —quizás el más sólido en sus convicciones políticas—, conservadores al más clásico estilo, quienes en otras circunstancias y lugares serían el núcleo de un partido cristianodemócrata, restos no totalitarios del franquismo y un impreciso grupo de descontentos y temerosos de cualquier forma de izquierda

 

 

política. La máxima virtud de Mariano Rajoy, con la que

aventaja a su predecesor, tan sañudo y germinal de recelos y distanciamientos, es que resulta válido para todas esas familias tan diferentes. Ahí reside también su principal dificultad de futuro.

Rajoy sale ahora de la Convención más solo que la una. De hecho, la reunión de este fin de semana ha marcado el inicio de la carrera para su sucesión en el caso, nada improbable, de que las próximas elecciones legislativas no le sean propicias. Además, rodeado de los restos de serie —las figuras más radicales y menos apreciadas— del aznarismo, tiene que emitir un discurso que sirva al mismo tiempo para: a) satisfacer suficientemente a cada una de las grandes familias ideológicas señaladas más arriba; b) dejar sentada su posición de liderazgo sin más concesiones a sus posibles “herederos” que aquellas que quiera marcar su generosidad; c) renovar a fondo la política autonómica del partido, especialmente en las regiones donde se ha manifestado catastrófica —Andalucía, Cataluña, Cantabria...—, entendiéndolas como vivero indispensable con las que alcanzar una mayoría absoluta; d) iniciar una política de entendimiento con fuerzas afines que anule la imagen antipática de un “monopolista de la oposición”; e) manifestar, sin los pasados tremendismos, su radical oposición a las erráticas propuestas del líder socialista, y f) no tratar de ser y sentirse, como José María Aznar, el “último patriota”.

El PP, como ayer señalaba José Antonio Zarzalejos en un imprescindible artículo en ABC, tiene que pasar de la rutina a la imaginación. Ése, desde luego, es el camino si, en tiempos de Rajoy, quiere volver a tener las llaves de la Moncloa. A Rajoy no le faltan condiciones, incluso maniobra con más facilidad y alegría en lo nuevo que en lo viejo; pero, ¿cabe la imaginación en los intereses, costumbres y mañas de sus principales acompañantes? Me temo que hay edades en que

 

 

las personas ya no están para grandes cambios.

 

El socialismo español ya no es lo que era. Una parte de él se ha roto en la tentación nacionalista, y eso puede ser un factor muy favorable en ayuda del trabajo de Rajoy; pero el resto, el que verdaderamente lidera José Luis Rodríguez Zapatero, es algo viscoso y cambiante, oportunista y lejano de los supuestos clásicos de una izquierda seria e, incluso, de una socialdemocracia de coyuntura. Esa condición amorfa que tan buenos frutos viene dándole al PSOE —a lo que realmente queda de él— es, en su imposible previsión, la mayor dificultad que el PP y Rajoy van a encontrar para hacer la debida puntería