RESPONSABILIDAD COMÚN

 

 

 Artículo de M. Martín Ferrand en “ABC” del 03.01.08 

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

La prisa, el más patológico de los estímulos que nos espolean, exige conocer los efectos con anticipación a las causas que los generan. Quizá venga de ahí nuestra generalizada desorientación y, seguro, esa es la razón del éxito de las encuestas y sondeos que tratan de decirnos hoy, incluso con decimales, el resultado de las elecciones del próximo 9 de marzo. Cae así sobre nosotros, en alud, una sobrecarga demoscópica de difícil digestión; pero, resumiendo y destilando, lo que queda claro es que el PSOE y el PP, en «empate técnico», recogerán, entre los dos, el ochenta por ciento de los votos que lleguen a emitirse. Una mayoría tan absoluta que supera la exigencia de los dos tercios que se requieren para las grandes modificaciones legislativas que están exigiendo las circunstancias.

España, en virtud de nuestra pintoresca norma electoral, se ha instalado en un bipartidismo fáctico; pero con la poco deseable originalidad de que el ejercicio del poder no depende del ochenta por ciento de los ciudadanos que respaldan a los dos grandes partidos nacionales, sino del capricho de las minorías que, además, no quieren ser españolas, se declaran de otra nacionalidad y tratan de desahacer el Estado cuya Constitución les ampara y defiende el derecho de ser como son. A la hora de la verdad los votos de CiU (3 %), ERC (2%) y PNV (2%) «pesan» más que los del resto de los españoles.

Si ya hemos admitido, con la resignación del acatamiento, dentro de un Estado en el que no brilla la separación de sus tres grandes poderes, un sistema representativo en el que resulta indescifrable quien nos representa y un parlamentarismo que sólo lo es a efectos formales, es un asunto menor lo de la pureza electoral; pero conviene guardar las formas y, ya que votamos, revestir nuestra participación con las debidas galas y apariencias. La costumbre ha creado una inercia de descoyuntamiento nacional que, aunque no conlleva inevitables fracturas, no proporciona la apostura democrática a que aspiraba la Transición.

El hecho de que, bien conocida su etiología, nadie aborde en serio el tratamiento de la grave enfermedad nacional que significa lo anteriormente expuesto, convierte en responsables, al alimón, a los líderes de los dos grandes partidos que, encelados entre sí, parecen incapaces de trabajar coordinada e inteligentemente por el interés nacional español. Habría que decirles lo que Albert Einstein les pre-dicaba machaconamente a sus alumnos: «Si buscais resultados distintos no hagais siempre lo mismo». El quítate tú para que me ponga yo, la nuez de la filosofía política imperante, no basta en un momento como éste en el que no es prudente entregarse a una costumbre que, demostrado es-tá, ha pervertido el fin y el rumbo que marcaban la Constitución del 78.